En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 4 de febrero de 2019

Fóllame – Virginie Despentes



      Leo sobre Virginie Despentes (1969) en un artículo de 2018: «Hace 27 (años) fue prostituta. Trabajó en una tienda de discos, fue punki, durmió en la calle, fue violada a los 17 años cuando hacía autostop, es dj, bebió mucho, dejó de beber y se hizo lesbiana. Tiene una decena de novelas, muchos premios y tres películas dirigidas».

Fóllame es una de esas novelas. La primera. Fue publicada en España en 1993, y si en 2019 Penguin Random House la ha vuelto a publicar es porque se trata de una obra que lo merece, que deja huella, aunque no tanto por el argumento –, una road movie de huida, en sí nada original- como porque la caracterización de las dos protagonistas consigue que, pese a la extrema violencia de los hechos relatados, quede un poso de ternura y algo parecido a la nostalgia.

Las jóvenes protagonistas, Nadine y Manu, llevan una vida sórdida en la que las oportunidades se les han escapado antes siquiera de poder verlas de lejos. Viven en un mundo que no es para ellas, seguramente por ser mujeres: quienes más y quienes menos de los hombres que las rodean condicionan su vida mucho más que a la inversa. Nadine ejerce la prostitución de un modo un tanto peculiar, también es aficionada a la pornografía y se entretiene viendo películas porno. Comparte piso con otra chica joven. Manu, en los tumbos que ha ido dando por la vida ha hecho varias cosas, entre las cuales se cuenta algún papel en películas pornográficas especialmente degradantes.

Las dos son jóvenes, con poca cultura, no muy agraciadas, amantes de un sexo primitivo, instintivo, dadas a beber cantidades ingentes de alcohol y con pocos o ningún recurso intelectual para expresar sus sentimientos. Pero, cuando la mente no es capaz de expresar lo que ocurre en ella, ¿qué ocurre muchas veces? Que las personas explotan y tratan, a la desesperada y mediante actos aparentemente desproporcionados, de restablecer los equilibrios rotos, de hacer justicia, de desahogarse, de… De todo a la vez.

Nadie y Manu se conocen justo en el momento en que ambas, por primera vez, han matado a alguien. Juntas emprenden algo que no es una huida, sino más bien una búsqueda… limitada al presente. Las dos han roto con su pasado y, viéndose tan repentinamente libres, se atreven a imponer su capricho por la fuerza, algo a lo que rápidamente cogen gusto porque ¡es tan fácil todo cuando estás en el lado correcto del cañón de la pistola! Las dos saben, aunque no lo digan, que su viaje ha de ser corto, y precisamente por eso se olvidan del futuro –si no es para disfrutar de la idea de un suicidio en la cumbre del disfrute- y se dedican a vivir el presente más inmediato pasando por encima de todos y de todo. Todo vale. Ni siquiera hace falta que te apetezca un caramelo para justificar la muerte de quien está dispuesto a vendértelo: basta la sensación de poder. Es esta sensación la que emborracha a ambas, la que opera sobre ellas como una droga haciéndoles sentir lo sencillo que es todo cuando se está en disposición de no respetar nada. Es liberador sentirse, por fin, en el otro lado de la vida. En el lado de los que deciden por sí mismos y por los demás.

El modo en que ambas asesinan a un montón de inocentes sin hacerse preguntas ni sentir remordimientos tiene algo de alegórico. Que Nadine y Manu escojan sus víctimas al azar de sus impulsos no es suficiente para que el lector las odie o las aborrezca, porque el mismo azar con que se esfuma la vida de esas personas inocentes es, también, el que ha determinado que Nadine y Manu sean lo que son. De ahí que sus peripecias tengan cierto halo justiciero.

Una novela dura, intensa, violenta, con toques de humor derivados de lo directa y cortoplacistamente que ambas enfocan la vida, con no pocas alusiones sexuales directas. El recientemente fallecido Claudio López Lamadrid, editor de Penguin Ramdom House, incluyó Fóllame, según el Twitter de la empresa, entre los veinte títulos a recomendar este año.



miércoles, 5 de diciembre de 2018

Permafrost – Eva Baltasar





              Escrita originariamente en catalán, Permafrost, primera novela de Eva Baltasar, ha sido mencionada en algunos lugares como una de las grandes novelas de 2018. No sé quién se ha leído tantas como para poder juzgar algo así, pero en mi opinión simplemente es una buena novela, una obra interesante que merece la pena leer, pero que no destaca por encima de otras de gran calidad.

              Escrito en primera persona por una mujer cuya edad parece constante a pesar de los años que transcurren desde el inicio al final, la escasa longitud de los capítulos y la claridad del lenguaje permiten una lectura ágil y rápida. Casi puede leerse de un tirón.

              El «permafrost» es la capa de tierra que permanece siempre congelada en ciertos puntos del planeta, y alude a la fría coraza tras la que se refugia la protagonista, la cual vive en un mundo interior completamente ajeno al exterior, con el que mantiene unos vínculos formales que no acaba de entender, en especial con su madre, una madre que en lo que se cuenta de la novela parece más perturbadora para la protagonista de lo que al leerla resulta; todo lo soporta la innominada protagonista con una suerte de humor que mezcla ironía, resignación y adaptación. Es su mundo interior el que nos cuenta desde las páginas de Permafrost.

              Es así como conocemos a una mujer que quiso estudiar Bellas Artes y acabó estudiando otra cosa, y cuyo objetivo en la vida parece ser leer y dejar pasar el tiempo hasta encontrar el momento adecuado para suicidarse no se sabe muy bien por qué, si no es porque no ha acabado de encontrarse a sí misma y, donde menos se ha encontrado, es donde la esperan su madre o su hermana. Sin embargo, no se trata de una confesión dramática, sino que tiene un permanente punto de humor, como si el suicidio fuera una especie de travesura para escapar de una vida que no resulta dura ni trágica, sino simplemente tan incomprensible que intentar aprehenderla es un aburrimiento.

              Los coqueteos con el suicidio corren paralelos a una intensa pulsión sexual también afectada por cierta desorientación: no se sabe por qué la innominada protagonista va y viene del sexo; si buscando afectividad, solaz o nada en absoluto. Como además es lesbiana en un entorno familiar donde nadie lo es, la sensación de soledad aumenta, porque aunque todos lo aceptan no dejan de experimentar cierta curiosidad hacia ella.

          La historia está bien narrada y resulta interesante, pese al desconcierto que produce la sensación de que quien se dirige al lector a los cuarenta y tantos años es la misma jovenzuela que se fue a estudiar con veinte. ¿Pero una historia para llegar dónde? A un final inesperado, un tanto “jaramesco”, pero telegráfico y a años luz de la fuerza del de Rafael Sánchez Ferlosio.




jueves, 6 de abril de 2017

El desprecio – Alberto Moravia




          «Máxima complejidad, máxima claridad», era la regla de Alberto Moravia, según Ana María Moix, regla evidente en esta obra profunda que engañosamente parece enredarse en las obsesiones (y por tanto en la reiteración del ideas) del protagonista.

          Ricardo, un joven dramaturgo, se casa con su novia, Emilia. Para salir adelante y, en especial, para pagar el apartamento donde se van a vivir porque Emilia ansía una vivienda para ellos dos solos, se ve obligado, muy a su pesar, a aceptar trabajos como guionista de cine (disfrutad de las espléndidas explicaciones sobre las miserias y humillaciones intelectuales del guionista frente a otros creadores).


          Un día, la actitud de Emilia revela a Ricardo que su esposa ha dejado de amarlo. ¿Por qué? Él entonces lo ignora, pero le anticipa al lector lo que averiguará al final: Emilia ha dejado de amarlo a raíz de un hecho banal. Tanto que el protagonista no atina ni a recordarlo. El lector sabe que se trata de un error de apreciación de Emilia, de un equívoco, de una tontería que podría resolverse hablando, lo cual provoca una angustia constante a lo largo de la narración porque el lector sabe que todo podría resolverse si Emilia se dignara en hacer algo tan sencillo como hablar y decir qué le ha molestado. No ocurre así y, como siempre en la vida –por eso Moravia es un gran referente del realismo- lo que es se impone a lo que debe ser.

          Pero me he adelantado. Inicialmente el tormento de Ricardo es doble: primero, una vez ha percibido el desamor, debe tratar de comprobar si está en lo cierto o es una impresión equivocada, pero Emilia, en lugar de abreviarle el trance o intentar aportar algo, lo castiga con un silencio feroz. A ojos de Emilia, no es ella quien debe decir qué pasa por su cabeza, sino que Ricardo debe adivinarlo y actuar en consecuencia. Con este planteamiento cada segundo es más y más tarde y la distancia aumenta más y más hasta amenazar con hacerse irreversible. Emilia huye del diálogo voluntariamente y deja que su marido dé palos de ciego a pesar de que, cada vez que no atina, baja un peldaño en su estima. El silencio de Emilia tiene mucho de maltrato, como todos los silencios dedicados a quien amaste, te ama y, desorientado, te busca.

          Pero Ricardo es cabezota y su insistencia hace que la situación estalle en detonaciones sucesivas. Emilia confiesa que ha dejado de amarlo. Primer enigma resuelto. Pero en ese momento el tormento deja ya de ser la duda de si su esposa lo ama y pasa a ser el motivo por el que ha dejado de amarlo. Porque para asimilar no basta con saber. Hay que comprender.

          Tras un nuevo periodo de elucubraciones e insistencia para saber, Emilia, por fin, tras un nuevo periodo de silencios, le escupe la razón por la que ha dejado de amarlo: lo desprecia.

          Durísimo ser despreciado por quien amas, pero, como he dicho, para asumir no basta con saber, es preciso comprender. Por tanto, ¿por qué lo desprecia? He aquí el nuevo interrogante al que debe dar respuesta Ricardo buceando en el pasado común y en la forma de ser de ambos. Tampoco Emilia colabora. Emilia, como siempre, solo guarda silencio. Un silencio hostil.

          Advertid el orden expositivo de Moravia. Complejo, pero claro: primero se percibe la falta de amor y se trata de buscar la causa inmediata, que tras mucho rebuscar resulta ser el desprecio; y luego hay que ir a los motivos de este, que son la raíz del problema: la forma de ser y de ver las cosas de cada cual.

          Puede pensarse que Ricardo debería haber abordado la situación indirectamente, porque lo emocional requiere más acciones que razones. Creo, también, que el comportamiento de Emilia es profundamente egoísta porque no colabora en nada y se limita a sentirse víctima atribuyendo al otro la condición de verdugo cuando en realidad –al final lo sabemos- es ella quien se ha equivocado por esperar que la realidad responda a un ideal; y, en el colmo del egoísmo, ha hecho pagar a Ricardo ese error.


          En paralelo, conocemos el debate sobre una película inspirada en la Odisea en la que Ricardo ha aceptado el papel de guionista. Hay enormes divergencias entre el productor y el director, con Ricardo en medio. Los paralelismos e interpretaciones entre Ulises y Penélope y Ricardo y Emilia son magistrales. Ante las narices de Ricardo pasa su propia situación cuando hablan de la Odisea, y a veces tarda en darse cuenta pero otras le ayuda a reflexionar. Un viaje a Capri, a la casa que allí tiene el productor, para elaborar el guión en un lugar tan inspirador, acelera el final de la historia poniendo a los protagonistas en una situación límite ante la que no queda otro remedio que elegir.

          Durante la lectura el lector tiene ocasión de pensar en las mil causas por las que una persona que dice amar a otra puede acabar despreciándola. Sabe, porque Ricardo lo ha dicho, que el motivo inicial de Emilia fue en realidad un equívoco que hizo pensar a ésta que Ricardo la estaba utilizando en beneficio propio; pero la renuncia a sus aspiraciones como dramaturgo para poder pagar el apartamento que Emilia ansía es considerada por Ricardo como una muestra de amor. Sin embargo,  ¿cómo la interpreta Emilia? ¿Un hombre que renuncia a sus sueños es admirable o despreciable? ¿Y admirable o despreciable en relación a qué? ¿A un hombre ideal? ¿A una expectativa? ¿O en relación a él mismo? Y más tarde, cuando Ricardo renuncia a todo para demostrar a Emilia lo equivocada que estaba, él de nuevo lo ve como una muestra de amor, ¿pero para ella no suena a claudicación? ¿Y a quien se rinde hay que admirarlo o respetarlo? Las historias de amor y desamor están llenas de rendiciones incondicionales que, efectuadas como muestras de amor, de entrega total, son interpretadas como prueba irrefutable de debilidad, y conducen al resultado opuesto al deseado.

          Al final, cada acto u omisión de Ricardo es interpretado por Emilia de forma exactamente opuesta a la intención real que mueve a su marido.

          En resumen, con solo tres frases Emilia hunde la vida de Ricardo sometiéndolo a tormentos terribles y sucesivos. La primera, «Ya no te amo». La segunda, «Te desprecio». La tercera, «No eres un hombre». En torno a estas tres frases se destruye la vida de una persona, aunque en realidad son la expresión del fracaso de la propia Emilia, quien, negándose a aceptar que el ideal no existe, impone su egoísmo a quien confió en ella, y lo hace con toda facilidad porque entre dos personas la parte más débil siempre es la que ama a la otra.


          Al final la novela es, como promete el título, un magnífico análisis del desprecio.

          Se desprecia cuando alguien traiciona nuestras expectativas, y tanto más se desprecia cuando mayores eran estas por el amor, la ilusión, el trabajo y el esfuerzo puestos en ellas. A mi juicio, en estas ocasiones el desprecio está justificado. Hay personas que merecen ser despreciadas.

          Pero a veces se desprecia, también, cuando las expectativas se ven frustradas como consecuencia de los errores de quien se las formuló. Cuando la formación de las expectativas respondió a un error de apreciación y se elude la responsabilidad haciendo recaer sobre el otro la culpa: reprochamos a alguien no ser como creíamos o no haber actuado como esperábamos, pero él no nos ha engañado: nosotros nos equivocamos. El desprecio en estos casos no está justificado: es un autoengaño para eludir responsabilidades, para no cargar con las consecuencias de las expectativas del otro en nosotros cuando ese otro -ahora que sabemos que no es como creíamos- ya no nos interesa. No solo el amor, la convivencia o la amistad se van al diablo, sino que el verdadero responsable adopta el papel la víctima y traslada la culpa a quien ninguna tiene. El desprecio, aquí, es la forma que adopta la cobardía extrema para justificarse ante sí misma y ante los demás.

          Y, por último, en un giro magistral al razonamiento, Moravia nos hace ver que el desprecio, a veces, es también un objetivo en sí mismo. Se refiere a personas demasiado débiles, demasiado inseguras pero tremendamente egoístas, que necesitan despreciar para encontrar su lugar en un mundo que no es como creen que debería ser o como ellas merecen. Personas que se ponen en manos primero de uno, luego de otro, luego del de más allá y que siempre acaban retorciendo la interpretación de las cosas para terminar despreciando y machacando a quien un día alabaron y dijeron amar. El desprecio que antes o después llega hacia los más cercanos es forma de sobrevivir de quien se siente inferior.

          Estos dos últimos tipos de desprecio son los que podemos encontrar en esta novela magistralmente escrita, aunque, como he dicho al principio, la necesidad de trasladar al lector la obsesión de Ricardo por averiguar las cosas pueda hacer que la primera mitad de la novela parezca reiterativa. Pero no es así. Esto es novela, gran novela, no «best seller», y responde a las exigencias de la historia, no de un lector adocenado.

      Publicada en 1954, Jean-Luc Godard llevó al cine el Desprecio en 1963. La película fue interpretada por Brigitte Bardot, Michel Piccoli y Jack Palance. De ella he leído que es una de las más tristes de la historia del cine. Algunos de sus fotogramas ilustran esta entrada. La novela es, desde luego, de una tristeza descomunal, probablemente porque nadie puede ser despreciado por la persona a quien ama y ha entregado la vida sin sentirse desolado.