Debo
reconocer que el título me había despistado: no sabía qué esperar de este
libro, y no ha sido lo que más probable creía.
Lo que
he encontrado supera, con mucho, las mejores expectativas que hubiera podido
hacerme. Lucia Berlin es una escritora mayúscula, aunque para sacar el mejor
jugo de su escritura sea preciso conocer un mínimo de su biografía: su
escoliosis, su alcoholismo, el alcoholismo superado, los matrimonios y
divorcios, los cuatro hijos criados en soledad, la figura de la madre distante,
cuando no enfrentada, del padre ausente, de la hermana, el ir y venir por
distintas ciudades y diferentes culturas, desde Alaska a Chile pasando, sobre
todo, por la zona fronteriza por excelencia, El Paso, donde solo unos metros
separan dos culturas y dos economías muy distintas. Unamos un
montón de trabajos muy diferentes y un ambiente social próximo a una
marginalidad más deseable, en el fondo y a juzgar por la actitud de sus hijos,
que la vida acomodada al alcance de algunos de los ex de la familia.
Es
preciso conocer todo esto (para lo cual no hace falta más que leer las palabras
del editor incluidas en el libro) para disfrutar de un conjunto de relatos
pseudobiográficos que son a la vez tiernos y duros, porque trasladan la
impresión de que, pese a todos los pesares, al final la vida merece la pena ser
vivida; unos relatos donde se cuente lo que se cuente siempre hay claridad,
contundencia y ni una pizca ni de autocompasión ni autoflagelación. Tampoco
busca redimirse de nada ni reconciliarse con nadie, ni consigo misma. Esta
objetividad hace que algunas veces las cosas parezcan vistas con el filtro del
humor, porque a menudo la vida tiene ironías o detalles que, vistos en la
distancia, son humorísticos. Simplemente, la escritura de Lucia Berlin es el
testimonio de una vida. Una vida que está en los detalles del día a día, de la
soledad en casa y de los problemas en el trabajo. Una vida donde lo que para
uno es un drama para el de al lado es una circunstancia.
La
escritura de Lucia Berlin es poderosa, tiene la fuerza de la sinceridad y la
verdad, y una capacidad tremenda de acercarse al lector sin perder su
independencia: juntos, pero manteniendo las distancias, respetando cada uno su
terreno, y el de Lucia Berlin es el terreno de su propia vida, independientemente de que lo que cuenta se corresponda más o menos con alguna realidad, porque el literatura la verdad no es la verdad de los hechos, sino la de los conceptos.
Lucia Berlin (1936-2004) |
Los
problemas que vemos son, además, eternos: la soledad, la muerte de los seres
queridos, las relaciones complicadas o imposibles con padres y parejas, el modo
en que la infancia y la juventud determina la madurez, cómo los miedos y
anhelos de esa época hacen de nosotros unos adultos u otros. Hay también un
mensaje de esperanza implícito en la actitud de los personajes de estos relatos
–la autora, con un nombre u otro, siempre es uno de los principales-; un
mensaje que deriva de la aparente despreocupación en el futuro que revela, en
realidad, confianza en la propia fuerza, aunque a veces esa fuerza pueda
derivar de la desesperación: alcoholismo, separación de los hijos, muerte de
seres queridos, dejar todo atrás, casa, ciudad y trabajo para ayudar a quien
está muriendo, constantes vueltas a empezar… Todo determina ese mensaje de
esperanza: por complicada que sea la vida, siempre es inevitable volver a
empezar. ¿Cómo no, si al fin y al cabo todo es, también, temporal?
Lucia
Berlin tiene, además, la aureola que da haber alcanzado la fama después de
muerta, pues su obra, en vida, fue publicada pero no obtuvo reconocimiento.
Vistos sus relatos, no sé si le hubiera gustado alcanzar la fama, aunque sí
pienso que la hubiera vivido con distancia, como una circunstancia tan mudable
como un puesto de trabajo que ahora tienes y luego no, sin que por tenerlo o
perderlo la vida deje de ser transcurrir.
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