"En Francia, y por reflejo en España, Italia y Alemania, el humor quedó excluido de la literatura seria, cosa que no había pasado antes. La literatura francesa del siglo XVIII es de humor, Voltaire, Diderot y toda esa gente, pero en el siglo XIX se vuelve muy seria, y eso contagia a los otros países. El humor se deja en manos de lo más chabacano. En Polonia, un país acostumbrado a muchas opresiones externas o internas, la literatura de humor sigue siendo una válvula de escape y la valoran mucho. Entonces aprecian a alguien a quien no le importa escribir cosas de risa."
En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.
sábado, 31 de enero de 2015
lunes, 26 de enero de 2015
Museo de la soledad - Carlos Castán
Museo de la soledad no lo puede leer cualquiera ni en cualquier momento. Es
demasiado peligroso. Para valorar su dolorosa belleza es preciso tener el ánimo
al menos un poco dolido, un poco solitario, haber alcanzado a golpe de sufrimiento
un punto de insensibilidad en el que las cuchilladas más hieran que duelan y
uno pueda contemplar tranquilamente, antes de sucumbir, cómo entra la hoja.
Quizá por eso sea un libro de lectura peligrosa, porque las heridas se suceden y
si se lee demasiado acaba uno sintiéndose parte del vacío al que precipitan todos
los relatos.
Léase en pequeñas dosis,
viene a avisar, con razón, la contraportada.
La fugacidad de todo lo
bueno que un día creímos que era para siempre y, en cambio, la permanencia de todo
aquello que desearíamos desterrar caminan de la mano por las salas de este
museo.
Los relatos, independientes y de una calidad extraordinaria,
giran en torno a soledad, y el libro toma el título del contenido de uno de
ellos. Un buen número, además de hacer sentir de forma magistral la soledad, tienen
finales inesperados que los dotan de un sentido nuevo, a veces más profundo, a
veces más amargo.
La soledad nos ocurre en
relación a otros. La soledad son los demás que no están o no como esperamos. Es
también la esperanza vana, el miedo, el poder que a otros concedemos sobre nosotros,
la conciencia de nuestra fragilidad,
el no saber encontrar dentro de uno mismo el sentido de la vida seguramente
porque por más que uno busque no ha de encontrar ninguna certeza y, al final,
tratamos de buscarlo en los demás, a la desesperada.
Y ese “los demás” se
refiere siempre a una mujer, porque el protagonista de todos los relatos es un hombre.
Un hombre que a veces cree haber encontrado la respuesta a su soledad amando a
una mujer que termina abocándolo a más soledad, y en otras vemos a un hombre
que se resguarda de la soledad en una mujer a la que no ama y a la que termina
contagiando, de forma irreparable, su propia soledad.
Cuando los protagonistas
de los relatos comprenden, no sé si por abatimiento o por exceso de
inteligencia, que cualquier sentido que encuentren por sí solos a la vida no es
más que una especie de autoengaño, de consuelo con el que ir tirando, es cuando
lo buscan en esas mujeres. Aunque no consigan sino alimentar el tormento,
porque encuentran tantas esperanzas como mujeres se cruzan en su vida, y tantas
frustraciones como esperanzas.
Quizá la actitud ante la
vida de los protagonistas de estos relatos se recoja en el maravilloso párrafo
final, donde el tormento convive con la esperanza de nuevos refugios donde buscarse a uno mismo antes de volver a caer, y así ir de caída en caída hasta la nada final.
Es cierto que hay
fotografías que no puedo mirar. Y cansancios que no se alivian con unas cuantas
horas de sueño. Y también hay recuerdos que no quieren irse, dolores que
regresan siempre, fantasmas carniceros. Digamos que eso es así, que no existe
la manera de arrancarse el peso de ciertas derrotas. Pero, no sé, en los
recodos de algunos caminos puede aguardar el Séptimo de Caballería, y tener
ojos verdes, por ejemplo, y una mirada en la que poder ser otro. Quizá no sólo
fieras acechan en la niebla.
sábado, 24 de enero de 2015
Reflexiones sobre literatura y humor,
-¿Y escribir sin humor?
-Sí, lo realmente difícil es escribir con humor y hacer reír a la gente. La mayoría de los escritores escriben libros serios. Yo quise ser uno de ellos hasta los 41, cuando me encontré a mí mismo escribiendo Reunión tumultuosa.
domingo, 18 de enero de 2015
El animal moribundo – Philip Roth
Devid Kepesh, el personaje ya utilizado por Philip Roth en otras novelas, es un profesor de sesenta y dos años, de relativa fama porque colabora periódicamente en programas televisivos y radiofónicos sobre cultura. Se divorció hace años y desde entonces, durante décadas, ha vivido frecuentes aventuras amorosas con alumnas, en cuanto el curso acaba y dejan de serlo, aprovechándose de su ascendiente sobre ellas y de la admiración que despierta. También ha retomado una relación con una antigua amante ya una mujer madura, a la que ve de forma esporádica, pero periódica. Lleva fama de seductor.
Sin embargo, pese a tantos amoríos, vive inmerso en la más completa soledad. Los amoríos son una huida de la soledad del progresivo envejecimiento y de la soledad que surge de la necesidad de encontrar un sentido a la vida más allá de esa cultura que aunque todos admiran en realidad no basta para llenarle. Y se trata de una huída abocada al fracaso, porque cada amorío no hace más que acumular soledad a la soledad.
Hasta que un día conoce a Consuelo. Una alumna de origen cubano que, desde el primer momento, aunque accede a tener sexo con él, le dice que están en mundos distintos y que jamás habrá otra cosa que sexo, y eso solo durante un tiempo. Pero en ella, y sobre todo en su belleza y en especial en los pechos que lo vuelven loco (una sin par parejita descomunalmente voluptuosa) Kepesh parece encontrar, de forma desesperada, el sentido de la vida. Porque Consuelo, que con la distancia emocional que establece es inaccesible aunque se la lleve a la cama, representa la vida que pasa y lo deja atrás, y él quiere aferrarse a la vida. Pero es que además Consuelo, con su belleza, con esa parejita de pechos que a él lo enferma de belleza, representa todo lo bello que hace que uno desee seguir en este mundo. Representa aquello por lo que él quiere vivir: la belleza y la propia vida, por encima de la cultura a la que todos lo creen entregado y que en realidad poco le aporta más que un analgésico espiritual.
Consuelo, como he dicho, representa la belleza y la vida. Y ninguna de ellas quedan a disposición que Kepesh, porque Consuelo, como la vida y la belleza que admiramos, está fuera de su alcance aunque él trate de hacerla suya simbólicamente a través del sexo (de ahí algunas escenas que escandalizarán a los más puritanos, pero que se entienden perfectamente). Consuelo, la vida, se le escapa con la distancia que ella pone, y que en él anima el sufrimiento y la duda, y con la duda, los celos.
Finalmente, Consuelo lo deja (algo que ya se sabe desde el comienzo, por lo que no descubro nada) y él se ve abocado a una depresión de años porque todo lo que en realidad ha buscado a lo largo de toda la edad adulta lo ha encontrado representado en ella, y lo ha perdido, no ha sabido retenerlo. No se sabe si la necesita más que la ama, o si la ama porque la necesita, pero lo cierto es que en ella, y solo en ella, ha encontrado el sentido de lo que busca en la vida. Quizá, incluso, lo ha descubierto por primera vez.
Además su divorcio, hace ya años, afectó a las relaciones con su hijo. Un hijo que, como él, trata de encontrar el sentido de la vida y, desorientado, tanto lo ha buscado en la familia como en una amante. Ni a una ni a otra es capaz de renunciar, porque en la necesidad de sentirse vivo queriendo y siendo querido se aferra a todo como un náufrago. No pierde de vista a su padre, al que ama y odia, y buscando en el fondo lo mismo que él, por despecho actúa de forma completamente diferente: si Kepesh no es capaz de comprometerse a nada con nadie, si vive amoríos poco comprometidos (incluyendo el de Consuelo), su hijo no renuncia a un solo compromiso aunque el efecto final es el mismo, porque atender a todos a la vez lo deja emocionalmente exhausto y, en el fondo, tan perdido como está su padre.
Kepesh es el animal moribundo que ve pasar la vida sin ser capaz de aferrarse a ella. Pero al final, en el último momento, Consuelo, tras años de ausencia, reaparece momentáneamente: tiene cáncer y le van a quitar un pecho. Uno de sus magníficos pechos. La maravillosa parejita dejará de serlo. La belleza efímera, la vida que sigue pasando. La belleza que también puede estar moribunda. Pero aún así Kepesh, aunque Consuelo ya no volverá a ser lo que era y le anuncia que vuelve a desaparecer, le entrega por completo la vida, y ya septuagenario renuncia para siempre a la paz espiritual dedicándose a esperar a Consuelo aunque sabe que ella nunca volverá a él, de no ser por una casualidad inimaginable. Pero, mientras ella se enfrenta a su propia soledad, él siempre la esperará. Porque vida solo hay una, con su belleza y su dolor, y él la ha encontrado en Consuelo. Jamás dejará de sufrir por su ausencia, porque encontró en ella la vida, y la vida, Consuelo, ya no está.
Y es así como el animal moribundo se dispone a esperar la muerte quizá durante años: suspirando por Consuelo, por la vida que se fue, anhelando un segundo de su presencia para durante ese segundo volver sentir la vida en plenitud.
sábado, 17 de enero de 2015
Reflexiones sobre literatura y humor,
"...el humor tiene un reverso de crueldad por lo que hay ser consciente de lo que se dice y tener cuidado."
sábado, 10 de enero de 2015
Reflexiones sobre literatura y humor,
«Detesto la carcajada sonora y total: aquella que hace tanto ruido y nos hace abrir tan grande la boca que hasta se nos cierran los ojos, dejándonos ciegos y sordos, incapacitados por lo tanto para la más mínima observación y reflexión»
viernes, 26 de diciembre de 2014
Los Grope - Tom Sharpe
De vez en cuando hay lecturas que se atragantan. Unas
veces debido al libro, otras al lector. A veces confluyen las dos cosas, como en
esta ocasión. El resultado es que esta novela, más bien corta, la comencé en
mayo y la he terminado en diciembre. Casi nada.
Si no me equivoco Los Grope es la última o penúltima obra
de Sharpe (en 2009 apareció esta y La herencia de Wilt) y, desde luego, es
también la última por calidad, hasta el punto de que uno duda de los motivos de
su publicación.
El argumento es bastante pobre y deslavazado. Comienza
remontándose unos cientos de años, a la fundación de una dinastía matriarcal,
los Grope, cuyo origen está en la más fea del lugar y en un vikingo invasor que
decidió quedarse porque se mareaba en el barco, y prosigue narrando la evolución
de la saga, lo cual anticipa un argumento que luego no se cumple, porque para
contar lo que se acaba contando, el comienzo es irrelevante. La trama en sí poco
tiene que ver con las primeras docenas de páginas, y gira en torno a las aventuras y desventuras
de un matrimonio (él, aburrido empleado de banca, ella, histérica lectora de
novelas rosa) y su amado hijito, el hermano de la esposa (turbio negociante) y
la esposa de este (una Grope).
Un buen cúmulo de insensateces inconexas conducen a cada
uno por un sitio y a la Grope donde “debería”. Si lo mejor de Sharpe siempre
ha sido el enredo, en este caso no llega a existir, solo hay, a lo sumo,
confusión, y la solución dada a cada uno de los personajes es de una pobreza
notable, además de haber prescindido de esas escenas que en otras novelas
representan puntos álgidos. En resumen, comparada con otras del mismo autor Los
Grope parece un querer y no poder.
Una mala despedida, me temo.
Una mala despedida, me temo.
domingo, 14 de diciembre de 2014
Presentación en Huesca
El próximo jueves 20, a las 20:00, presentación en Huesca. Esperamos que entretenida y divertida.
Por supuesto, la entrada es libre.
lunes, 1 de diciembre de 2014
Hablar de humor
A todos los que alguna vez hemos
escrito algo de humor nos han dicho «hacer humor es muy difícil»,
o, incluso, «lo más difícil». Hay quienes lo dicen por adular, pero otros lo
piensan de verdad. Yo no sé si es difícil. Suelo responder que para mí hay
cosas más complicadas.
Lo que sí es complicado es
hablar de humor cuando no estás de humor. «Puedo escribir los versos más
tristes esta noche», comenzó Neruda su poema XX, pero puesto a dar
explicaciones sobre lo que quiso expresar con él quizá le hubiera sido muy sencillo darlas desde la tristeza que lo inspiró, pero no hubiera sufrido mucho
ofreciéndolas con una sonrisa de oreja a oreja causada por lo que ustedes
prefieran. Del mismo modo, para el que escribe narrativa, novela negra, de
terror, romántica o histórica, si anda de mejor o peor humor hablar sobre lo
que escribe simplemente será más o menos agradable.
Pero hablar de humor desde la
tristeza, el abatimiento o, simplemente, sin estar de humor, eso sí es complicado.
A veces, insoportable. Buscar la sonrisa desde las lágrimas a menudo solo acentúa las ganas de llorar.
Si el ánimo no acompaña, explicar con humor un verso como «puedo escribir los versos más alegres esta noche» bien puede justificar
que esa noche acaben saliendo los más tristes, aunque uno no sea Neruda.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
La vida de los libros
Los
libros, como las personas, tienen su vida. Nacen llenos de fuerza y del deseo
de enfrentarse a la existencia. Y a medida que pasa el tiempo cada libro conoce gente: transportistas que lo tratan como a un simple
bulto, libreros que lo cuidan más o menos, lectores que lo acogen con ilusión y esperanza y con los que unas veces termina llevándose bien, otras veces mal, enamorando a algunos, sufriendo el odio de otros, e incluso el desprecio de personas que quizá nunca lleguen a leerlo; y, por supuesto vive en medio de una muchedumbre
indiferente que nunca llega a reparar en él. Y entre tanto envejece, y unos lo
cuidan, y otros lo maltratan, y durante algunas temporadas vive solo olvidado sobre una mesilla o en un rincón, para luego volver al lado de otros libros, cada cual con su historia, en un estante atestado donde entre todos los que allí viven cuentan algo de su dueño. Hasta que un día el libro abandona a ese dueño, que le hizo mucho o
poco caso y lo acomodó mejor o peor en la balda, y va a parar a otras manos porque fue prestado, o perdido, o el dueño se murió y alguien heredó, repartió o vendió su biblioteca, quizá a peso. Y vuelta a empezar:
prestado, regalado, o vendido de lance en espera de un lector con más ganas de
leer que dinero. Y de mano en mano, en todos los que se dignan en posar la
vista en sus letras provoca alegrías, esperanzas, risas, lamentos, lloros…
emociones. Los lleva a viajar por los mundos que una vez el autor imaginó. También a veces, muy a su pesar, el libro causa decepción. Y sigue envejeciendo.
Algunos libros, unos pocos, los mejores, se ganan la admiración con el
transcurrir de los años, y el ejemplar que nació sin que nadie reparara en él se
transforma, a la vejez, en una pieza codiciada y mimada. Otros, los más, solo
avanzan hacia la decrepitud, hasta llegar a un estado en el que dejan de ser
libros para transformarse en trastos y esperar, angustiados, el momento en que
alguien los haga desaparecer en un contenedor, en una hoguera o en cualquier
basurero, y se extinga para siempre la historia que contienen, que será
también, un poco, la historia de todos quienes lo han leído y poseído. Y
también la de quien lo escribió y la de todos aquellos que lo rodearon y apoyaron, porque cada historia tiene a su vez su propia historia, unas bonitas, y otras tristes porque no siempre escribir es una fiesta, aunque a veces lo parezca.
La
foto es la del primer ejemplar que he tenido en la mano de La sota de bastos jugando al béisbol. No sé qué suerte correrá este
ejemplar, que siempre será especial porque es de los que va a ir dedicado a las personas más queridas.
Quisiera que tuviera una larga vida y que haga feliz a mucha gente. Las
primeras manos por las que ha pasado han sido las mías, porque lo he recogido
donde se ha hecho la encuadernación, y puedo dar fe de que lo he cuidado. Y sé
que las siguientes también lo cuidarán con tanto o más mimo que yo. Pero a saber qué le deparará, con el
correr del tiempo, esa cosa tan complicada que llamamos vida. Que tengas
suerte, compañero.
lunes, 10 de noviembre de 2014
Por fin el ebook La terrible historia de los vibradores asesinos
Desde hoy puede comprarse en Amazon el ebook de
La terrible historia de los vibradores asesinos, al astronómico precio de 2,99 euros. He aquí el enlace.
Que ustedes la disfruten.
jueves, 16 de octubre de 2014
Una lectora nada común - Bennett, Alan
Una lectora nada común tiene una protagonista nada común: la
reina de Inglaterra. Un personaje arriesgado, porque quien más y quien menos
tiene una imagen de ella, por más manipulada, distorsionada o estereotipada que
sea. La acción transcurre en los primeros años del siglo XXI, cuando la reina
es una septuagenaria.
Un buen
día, sin esperarlo, Isabel II se topa con una librería ambulante que ha
aparcado cerca del palacio. En ella encuentra al responsable y a un tipo más
bien feo que trabaja para ella en la cocina, y a quien no conoce. La reina,
como siempre en su vida, hace lo que cree que tiene que hacer, lo cual incluye
cortesía y mostrar interés por lo que los dos hombres están haciendo, aunque en
realidad le importe poco.
Este
episodio, sin embargo, pone en marcha otros similares que hacen que, de pronto,
la reina se aficione a la lectura. Y no solo se aficiona, sino que poco a poco
se convierte en una lectora de primera. Dos son los efectos inmediatos: cierta
preocupación en su “entorno oficial”, y un mayor desinterés por lo que hasta
ese momento habían sido sus ocupaciones habituales, todas con un contenido tan
simbólico y poco profundo que, en realidad, tiene muchos motivos para sentirse
como un adorno.
El
texto nos muestra a una persona forzosamente altanera -por cómo fue educada,
por cómo es tratada y por lo que se espera de ella y se le exige-, pero también
manipulada y en una posición que tiene mucho de absurdo por la falta de
independencia hasta para lo más básico, pese a que todos la tratan como a una
persona superior. Da la impresión, en muchas de las páginas de la novela, que
la vida de la reina es una vida tutelada como en una permanente minoría de
edad, una enorme mentira, una puesta en escena, una interpretación forzosa
donde la actriz nunca tiene la oportunidad de ser ella misma porque el telón
nunca llega a bajar.
Pero el
texto nos muestra también detalles sobre el arrepentimiento por no haber leído
más, sobre la frustración de todo lector por no poder abarcar cuanto se ha
escrito y merece la pena ser leído, del ansia de aprender o de la forma en que
el conocimiento se aplica a la vida y a la reflexión sobre uno mismo.
Aunque
en la primeras páginas la imagen que el lector tenga del personaje influirá en
la credibilidad que le dé a la novela, creo que a medida que avancen las pocas
páginas de ese libro, se encontrará con un personaje que, aunque siga siendo
irreal, ofrece una perspectiva de la vida de la realeza completamente
diferente -y más humana- de lo que estamos acostumbrados a escuchar. A lo cual
ayuda, sin duda, la imagen de rigidez tanto en lo personal como en lo
institucional que siempre ha acompañado a Isabel II.
El
conjunto, posiblemente debido al contraste de la normalidad con la solemnidad,
a los sofocos que produce en muchos esa situación, así como al peculiar
espíritu con que la reina se toma las cosas y a su buena voluntad, no exenta, en
ocasiones, de la firmeza en la que la
han educado y que a veces tiene mucho de insensible, dan al conjunto un aire ligero y
melancólicamente humorístico.
Una novela de lectura rápida y
agradable.
jueves, 9 de octubre de 2014
Entrevista
Hace unas semanas mi amiga y escritora Marta Querol me entrevistó para Swingradio, dentro del programa Pegando la Hebra.
Si tenéis curiosidad, a partir del minuto 23:30 podéis escuchar la entrevista y tener noticias de las inminentes aventuras de Ajonio Trepileto.
jueves, 31 de julio de 2014
Lecturas para el verano
¿Algo para leer este verano entre lo que ha sido comentado este año en el blog? Ahí van unos títulos, que incluyen uno que comenté el año pasado, aunque no ha sido hasta 2014 cuando se ha podido leer en papel.
Que os aproveche.
Tom Sharpe
Natsume Soseki
Gore Vidal
Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Marta Querol
Yoram Kaniuk
Joseph Roth
Ignacio Martínez de Pisón
Juan Marsé
Alberto Moravia
Juan José Millás
Vicente Marco
Eduardo Mendoza
lunes, 28 de julio de 2014
Reflexiones sobre literatura y humor,
"Esperemos que cuando las personas mayores, las pedantes y los cursis dejen de dar la lata, Álvaro consiga la gran ilusión de todos los humoristas, que es dirigir el Boletín Oficial del Estado. Que esto suceda pronto".
Antonio Mingote. Prólogo a Se busca rey en buen estado, de Álvaro de Laiglesia.
lunes, 30 de junio de 2014
La señorita Hargreaves – Frank Baker
Escrita en 1939, La señorita Hargreaves
cuenta la historia de Horman Huntley, veinteañero y aprendiz de organista en la
catedral de la ficticia ciudad inglesa a orillas del Támesis donde transcurre
la mayor parte de la acción.
La novela comienza con un viaje de
placer de Norman y su amigo Henry . Visitando una iglesia en un pueblo perdido
en Irlanda, por gastar una broma a un pobre hombre se sacan de la manga a una
tal señorita Hargreaves, octogenaria a la que atribuyen toda una serie de
circunstancias y manías. Cuál no será la sorpresa de ambos cuando la señorita
Hargreaves se materializa en sus vidas tal y como la han imaginado.
Y a partir de aquí, la confusión
entre la realidad y la ficción, y, si se quiere, la posibilidad de reflexionar
sobre cómo nuestras propias creaciones se adueñan de nosotros e incluso,
llegado el caso, pueden llegar a independizarse o a volverse en nuestra contra.
En algún sitio he leído que es una reflexión sobre el proceso creativo, pero
aunque puede interpretarse así y, sin duda, algo de eso hay al menos como
inspiración, no es menos cierto que la literalidad del texto nos sumerge en una
especie de “realidad mágica” en la que lo imposible toma cuerpo.
La primera mitad de la novela se
hace lenta, aunque no sé si esa lentitud es precisa para asentar a un personaje
irreal entre los reales; luego, a medida que pasan las páginas las cosas van
ganando vistosidad e interés, llegando a un final interesante, en el que –al margen
de la solución que se da al problema- cabe plantearse la pregunta del papel
de la destrucción en los procesos de creación, de hasta qué punto el creador es
dueño de lo creado, y, por tanto, de si debe soportar o no todas las
consecuencias de sus propios actos. El final en sí también permite pensar que lo creado
ahí está, ahí queda para bien o para mal. Cervantes “mató” a Alonso Quijano,
quien ya había repudiado a don Quijote, pero don Quijote sigue vivo, sigue
siendo real. Como a lo largo de estas páginas es real la señorita Hargreaves, y por haber sido real una vez, lo sigue siendo después.
Un último apunte: ojo al padre de
Norman. Un personaje secundario a recordar. Un librero que va a la suya, que
jamás contesta directamente a una pregunta (y pocas veces lo hace
indirectamente), bajo cuya apariencia de hombre permanentemente abstraído se
oculta una mente sagaz y, a la vez, vulnerable.
lunes, 23 de junio de 2014
Luna de papel – Andrea Camilleri
Luna
de papel (Serie Montalbano, 13)
Pese a que muchas de las cosas que
ocurren en esta novela se ven venir, lo cierto es que se trata de una de las más
entretenidas, y por momentos enrevesada, de Montalbano. Además, aunque estamos nada menos que ante la decimotercera de la serie no puede decirse (a diferencia
de lo ocurrido en alguna de las precedentes) que resulte reiterativa.
Una mujer de mirada inquietante
requiere la ayuda del comisario. Su hermano no aparece y ella no se atreve a
entrar en su casa por miedo a que le haya ocurrido algo. Y algo le ha sucedido,
efectivamente. Que le han pegado un tiro. El asunto tiene toda la pinta de un
crimen pasional, lo cual conduce a al comisario a repasar los amores del
caballero, entre los que hay alguna damisela que a Montalbano le hace tilín y
hasta tolón.
Como para conocer al asesino a
menudo es preciso conocer a la víctima, una de las vías que suele seguir este
género es precisamente ese: reconstruir la vida del finado, la cual, para que
sea novelesco, debe proporcionar una sorpresa detrás de otra.
Y para sorprender, nada como partir
de una víctima normalita, de clase media, un pringadillo sin demasiados amigos, ni enemigos conocidos. Un tipo de esos que vive y deja vivir. El muerto, en
este caso, es un “visitador médico”. O sea, un comercial de laboratorios, que
es una forma de ganarse la vida como cualquier otra. Que hay sorpresas, ya lo
he dicho, pero me ahorraré cuáles para no chafar la lectura a nadie.
Por lo demás, Mimí Augello tiene un
trabajo extra: calmar al jefazo de Montelusa responsable del tráfico de drogas.
El motivo: han muerto por sobredosis varias personas eminentes. La causa del
óbito no se ha hecho pública (oficialmente los infartos y similares son muy
socorridos para no manchar la reputación de nadie), con lo que se han guardado las formas, pero la policía cree que un
camello bien relacionado está vendiendo mercancía defectuosa, y teme hasta
dónde puede llegar el desaguisado. Una trama que corre paralela a la otra sin
que el comisario se meta en ella, aunque es puntualmente informado.
Ojo con los detalles. De todas las
que he leído de Camilleri, esta es una de las que más detalles significativos tiene;
y como es fácil que el lector los pase por alto, más vale que la lectura no se
prolongue más allá de dos o tres días.
Luna de papel confirma también uno
de los sellos típicos de Camilleri: junto al extraordinario realismo de alguno
de los detalles personales del comisario conviven rasgos propios del personaje
osado, un tanto heroico y alocado, amén de unas tramas que, como el personaje,
saltan continuamente desde el realismo a las situaciones, complicaciones e
incómodas casualidades propias de las novelas de aventuras.
Y termino como casi siempre, con una
referencia al humor, que cada vez se fundamenta más en tres recursos: el
voluble temperamento del comisario, la pasión que pone en todo sin que pase por
su cabeza el concepto de “riesgo”, un Catarella especializado en destrozar el
lenguaje y en idolatrar al comisario hasta desembocar en la caricatura, y el
recurso a la reiteración. A la reiteración de costumbres peculiares que se
repiten de una novela a otra, y a la reiteración de situaciones dentro de una
misma novela, como en este caso es la cita con el jefe superior. El efecto: el
humor aligera la lectura y es imposible leer estas novelas sin terminar de buen
humor, cuenten lo que cuenten y haya los muertos que haya.
lunes, 16 de junio de 2014
Asesinos sin rostro – Henning Mankell
Serie Kurt Wallander, 1
Comienzos de 1990. Sur de Suecia, Ystad, una localidad de unos 17.000 habitantes frente a las costa alemana y polaca, cerca de Malmö (que tiene alrededor de 300.000). Kurt Wallander, cuarentón, trabaja allí de policía. Su jefe está de vacaciones en España; él ha quedado al frente de la policía justo en el momento en que se comete un doble crimen: el de una pareja de ancianos que vivía en una apartada granja. El hombre ha sido brutalmente asesinado. Ella, que ha sido sometida a torturas, muere poco después sin alcanzar a pronunciar más que una única palabra (un recurso algo peliculero, dicho sea de paso). Solo hay otras dos pistas: el extraño nudo con el que la anciana ha sido casi asfixiada, y que alguien ha echado de comer al caballo a las tantas de la madrugada, que ya son ganas. La cosa se complica cuando, debido a la hostilidad reinante hacia los extranjeros, que los hace ser de inmediato sospechosos, el mismo Wallander recibe un par de llamadas amenazando con represalias contra ellos.
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Ystad. A 60 kms. de Malmö, a 323 de Goteborg y a 667 de Estocolmo. |
Asesinos sin rostro fue publicada en 1991. Veinte años después su protagonista es ya un clásico de la novela negra. Al menos lo bastante como para que más de uno me haya reprochado no haber leído nada de esta serie (aunque sí había leído un par de libros de Mankell). Bueno, pues ya he leído el primero de Wallander. Y no me queda más remedio que darle la razón a un amigo que sabe infinitamente más que yo sobre este género; al decirle que estaba leyendo Asesinos sin rostro me contestó algo así como “Las novelas de Wallander están bien. La intriga no suele ser gran cosa ni está muy elaborada, pero el personaje cae bien”.
Así es la novela: no hay una investigación brillante, sino interrogatorios no muy elaborados, y no se buscan ni se encuentran otros datos que los lógicos, sin sitio para las extravagancias; tampoco estamos ante esos “héroes” que viven por y para su trabajo. Wallander y sus chicos trabajan pensando que acumulan horas extras con las que se pegarán unas buenas vacaciones, y son perfectamente capaces de olvidar por completo una investigación para atender a otra, amén de para dedicarse a sus cosillas.
Y cosillas, Kurt Wallander tiene muchas. La primera, un padre ya anciano que lleva toda la vida pintando el mismo cuadro, y sobre el que existen serias dudas de que pueda seguir viviendo solo; la segunda, un reciente divorcio que tiene al hombre traumatizado porque todavía no ha sido capaz de asimilarlo; la tercera, una hija rarita que no se deja ver el pelo; la cuarta, la soledad; la quinta, una fiscal recién llegada a la que el policía no ve con malos ojos; y la sexta, cierta apetencia por ahogar las penas en alcohol.
Así es como la historia se transforma de una novela policial en una novela sobre el protagonista (lo cual es compatible con lo que he leído hace poco del ego del autor, del cual Wallander, al parecer es un alter ego). El detalle de cómo está el protagonista y de lo poco que hace por estar de otra forma se combina con la investigación, algo torpe, de los crímenes. Y hablo en plural. La variedad de casos permite una alternancia oxigenante, facilita la escritura, y hace que el centro de la historia se desplace del "caso” (por ser varios no hay tal) al protagonista. Seguramente es lo que pretendía el autor, porque las entregas siguientes de la serie salen a una por año hasta 1999, así que la intención de crear una serie está clara y precisaba un personaje potente; una de las formas de lograrlo era evitar, en esta primera novela, que el misterio quedara por encima del protagonista (aunque sea discutible si no es mejor lo contrario). Una última ayudita recibe Wallander de su autor: los secundarios, en especial el resto de policías, le ayudan a resaltar porque son personajes grises, sin apenas personalidad, excepto el más estrecho colaborador de Wallander (lo cual me hace preguntarme si el final que se le reserva es inocente).
Por lo demás, Kurt Wallander tiene muchos elementos típicos del personaje policíaco de éxito comercial: resulta cercano porque no desempeña ningún puesto de relumbrón (¿cómo, en una localidad tan pequeña como Ystad?), está en un lugar poco dado a la gloria porque nunca pasa nada (vamos, que Ystad no es el Chicago de los años 20), tiene un jefe que ve las cosas de otra manera pero al que siempre es un alivio poder echar encima la responsabilidad de los casos, una relación amistosamente tensa con la prensa (una prensa, también es típico, mucho más curiosa que la real), “disfruta” de problemas familiares que le acarrean ciertos complejos, y, como era de esperar, tampoco anda sobrado de dinero. En resumen, no falta nada del estereotipo novelesco.
Es una novela entretenida (aunque en algunos momentos me he cansado de la continua referencia al protagonista por su nombre y apellidos, tan intensa que llega a perder todo el significado que pudiera tener al principio), con unos recursos lingüísticos al alcance de cualquiera, con una claridad expositiva y un orden notables (es lo mejor, y lo que hace sencilla la lectura), con un personaje que como he apuntado antes cae bien; con unos métodos de investigación rudimentarios -apoyados en la constancia más que en el genio- que humanizan la situación y dejan como único factor de intriga la incógnita sobre la identidad de los malos; una novela donde la acción no está apenas presente. Una obra de género que sigue la tradición de otras muchas, sin innovar en casi nada.
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Vista de la calle de Mariagatan, en Ystad. Aquí sitúa Mankell la vivienda de Wallander |
Es una novela entretenida (aunque en algunos momentos me he cansado de la continua referencia al protagonista por su nombre y apellidos, tan intensa que llega a perder todo el significado que pudiera tener al principio), con unos recursos lingüísticos al alcance de cualquiera, con una claridad expositiva y un orden notables (es lo mejor, y lo que hace sencilla la lectura), con un personaje que como he apuntado antes cae bien; con unos métodos de investigación rudimentarios -apoyados en la constancia más que en el genio- que humanizan la situación y dejan como único factor de intriga la incógnita sobre la identidad de los malos; una novela donde la acción no está apenas presente. Una obra de género que sigue la tradición de otras muchas, sin innovar en casi nada.
Quizá, lo reconozco, esperaba algo más. O al menos algo distinto. Pero en cualquier caso la novela se deja leer, consigue captar el interés del lector y entretiene, que no es poco.
lunes, 9 de junio de 2014
María bonita – Ignacio Martínez de Pisón
Obra breve, intensa, tierna y algo dura a la vez, una novela que si se lee con facilidad es por el dominio que el autor muestra del idioma y, sobre todo, del orden expositivo y de los hechos significativos, porque le basta muy poco para crear un mundo completo.
La historia comienza en los años sesenta. María es la hija de una madre amargada que escamotea cualquier muestra de afecto y que “se tuvo que casar” para tener a su primer hijo, y de un padre obrero. Su mundo es el de la fábrica, porque viven en la colonia que el industrial, de origen catalán, fundó alrededor de la factoría, con sus viviendas, su iglesia, su cantina e incluso su economato. Un entorno que los aísla del mundo y los aleja de la pobreza en la que terminan cayendo cuando la empresa cierra y deben marcharse de allí.
María, cuyo hermano mayor apenas le hace caso y cuyo padre solo se preocupa por ella muy tangencialmente, al estilo de la época, vive enfrentándose poco a poco a su madre, hasta que con el paso de los años el amor se transforma en algo parecido al resentimiento. O, a veces, al odio.
En el deambular de la familia desde la colonia a un pisito en el extrarradio de Madrid interfieren dos cosas: el activismo sindical del padre, hecho con una buena fe y una ingenuidad que hacen de él más un pobre hombre que un luchador; y, por otra parte, está la tía Amalia, la hermanastra de la madre que, además, es todo lo contrario a ella: tiene dinero, es hermosa, tiene buen humor y prodiga su afecto a María.
Amalia ofrece el contraste las penurias del matrimonio, pero también la esperanza de que esa niña que es María, que con el paso de las páginas llega casi a la adolescencia, vea en su vida algo más que miseria y amargura. Maria bonita se convierte así en una novela en la que el contraste y la esperanza son la fuerza motriz, aunque cuando Amalia se lleva a su sobrina de vacaciones a Estoril aparece también la incertidumbre, pues llegamos a saber cómo es que Amalia vive tan bien.
Todos los personajes son profundamente humanos: la madre, que ha visto arruinada su vida viéndose condenada a vivir aislada en una colonia, a fregar suelos, a deshacerse los huesos por un “error de juventud”; el padre, una buena persona con afán de justicia pero cuyas evidentes limitaciones para comprender la complejidad de la vida le hacen ir de ingenuidad en ingenuidad; María, a quien la infancia se le hace cuesta arriba en ese ambiente y trata de salir a flote asiéndose a su tía Amalia, quien siendo un dechado de bondad y cariño, no puede evitar ser víctima de sus errores, de su pasado, y de una ambición con la que satisface su egoísmo y dulcifica la existencia de aquellos a quienes quiere. Seguramente es Amalia el personaje más impactante, el que mejor refleja las contradicciones humanas, aunque para confirmarlo debamos esperar al final, donde vemos que no es más que una víctima de sí misma.
Una buena novela que nadie se arrepentirá de leer: Maria bonita.
lunes, 2 de junio de 2014
La muerte del Decano – Gonzalo Torrente Ballester
La muerte del Decano se publicó en 1992, cuando Torrente Ballester tenía ya 82 años. La acción se sitúa en algún lugar de Galicia, en algún momento no muy lejano a los años cuarenta o cincuenta del siglo XX, según se deduce de las referencias a la guerra y a la edad del Decano.
El Decano, experto y prestigioso historiador, comienza la novela haciendo una confidencia a un fraile amigo suyo: esa noche va a ser asesinado, pero él ha tomado una cautela: enviar a la Academia de la Historia un sobre cerrado que debe ser abierto dentro de veinte años; entonces pondrá de manifiesto un enorme plagio. Después queda para cenar con su ayudante, Enrique, un hombre cultísimo que adora intelectualmente al Decano, de quien es íntimo colaborador, y con quien está escribiendo a dúo un libro que el Decano se niega a firmar, aunque está dispuesto a hacer el prólogo. En la cena el Decano se pone las botas; luego acude al colegio donde vive, se toma una copita con Enrique y este se va a su casa, no sin que antes el Decano le dé una caja de bombones para su esposa. Poco después, el Decano aparece muerto.
Qué ha ocurrido, no es fácil saberlo. El Decano puede haberse suicidado, como piensan unos, o puede haber sido asesinado, como piensan otros entre los cuales se encuentra el comisario.
A través de los claros y elevados diálogos entre el comisario, el fraile, Francisca (la esposa de Enrique), el juez de instrucción, el fiscal y el abogado defensor, el lector intenta salir de la duda sobre qué es lo que ocurrió, para llegar a la conclusión de que la realidad que aceptamos depende, en última instancia, de la aceptación de una palabra o su contraria, aunque, objetivamente, ninguna de ellas merezca más confianza que la otra.
Durante toda la novela sobrevuelan varias sospechas, que son las que animan al lector a seguir leyendo: ¿Mató Enrique al Decano? Y si es así, ¿por rivalidad académica o por celos? ¿O se suicidó el Decano? Y si lo hizo, ¿fue por verse superado académicamente por un discípulo cuyo prestigio está dispuesto a destruir desde la tumba, o por despecho amoroso? Dos posibles “criminales” y para cada uno de ellos dos posibles causas. La solución, leyendo La muerte del Decano, que es una novela bien breve.
Esa brevedad es, junto con la claridad y nivel intelectual de los diálogos, lo mejor de una novela que no está entre lo mejor de Torrente Ballester –aunque sí sea mejor que la mayoría de best sellers, dicho sea de paso-. Entre lo malo, demasiadas reiteraciones de información ya sabida (claro que al fin y al cabo los personajes no dejan de rumiar una y otra vez sobre los mismos datos), y la falta de algo de chispa, debida probablemente al fatalismo y sangre fría con que todos los personajes asumen su destino. Lo que más se echa de menos, el peculiar humor de Torrente Ballester, del cual prescinde por completo en La muerte del Decano.
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