Cuando cayó en mis manos en primer libro de Eduardo Mendoza, enseguida siguieron
unos cuantos más. A día de hoy, son pocos los libros suyos que no he leído. Este
era uno de ellos, aunque lo compré hace ya tiempo.
El argumento es sencillo y, a la vez, complicado: Fábregas
es un empresario catalán cuya empresa hace aguas, pero él ha decidido escapar
de ese problema y de todos los demás poniendo tierra por medio. Así es como
llega a Venecia, un lugar tan bueno como cualquier otro para perder el tiempo
escapando de sí mismo. Pero allí Fábregas conoce a una mujer, María Clara, que,
sin que medie motivo aparente, se le une para enseñarle la ciudad, antes de
largarse durante una temporada. Y esta ausencia de motivos da al personaje
cierto halo de misterio. Animado por tener compañía, la estancia de Fábregas,
que era solo temporal, se va prolongando. Y así ocurre que va conociendo
algunos rincones de Venecia, que se va obsesionado y quizá enamorando, y,
finalmente, conoce también a la peculiar familia de María Clara; familia en la
que las apariencias (nótese que no digo cuáles) juegan un papel fundamental. Lo
curioso es que esa familia cree haber escapado de lo que era, aunque nunca ha
dejado de serlo, pero, dentro de lo que cabe, viven y dejan vivir. Fábregas, en
cambio, está en pleno proceso de autodestrucción: si ha llegado a Venecia
huyendo de sí mismo, termina medio loco por no ser capaz de saber qué quiere
encontrar dentro de su propio pellejo. Quizá, incluso, necesita de Maria Clara
para saber quién es él verdaderamente. ¿Y cómo termina la cosa? Lo sabrá quien
lo lea.
El nivel literario es muy elevado. La isla inaudita está muy bien escrita. Es una de esas novelas solo al
alcance de pocos escritores. Sin embargo hay algo que falla (no por la forma en
que está escrito, sino por el contenido): el lector tiene la sensación, durante
bastante tiempo, de estar deambulando tan sin rumbo como el protagonista (lo
cual, según se mire, es un mérito), y eso hace que le cueste meterse en la historia
e interesarse con unos personajes a los que nunca se sabe muy bien si les
sucede algo o es que, sencillamente, están así de desequilibrados. Además,
pocos hay que caigan simpáticos, porque todos son o demasiado misteriosos o
demasiado egoístas.
En resumen: una muy buena novela de reflexión, no de acción,
que hay que leer sin prisa.
Y termino con una anécdota: si inaudita es la isla del
título, no menos lo han sido las circunstancias en que he leído este libro: en
una semana, pero en cuatro lugares muy diferentes; y uno de ellos, durante una
noche en blanco tan inaudita como cierta isla, mientras esperaba el desenlace de un rescate en
la montaña.
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