Los tres relatos que forman este libro tienen poco en común,
si no es la maestría de su autor, la cual, por otra parte, solo puede
apreciarse valorando su obra en conjunto, dada su variedad de registros.
Y es
esa variedad la que obliga a avisar de que los tres “santos” de esta obra son
santos “serios”, aunque todos tienen un punto de extravagancia.
En primer relato se centra en
1952, en Barcelona. Con ocasión del “Congreso Eucarístico” una “familia bien”
acoge en su hogar, con toda la pompa, a un obispo latinoamericano. Ni que decir
tiene que la cosa sirve a la familia para darse fuste. Pero mientras dura el
congreso hay un golpe de estado en el país del obispo. España se apresura a
reconocer al nuevo gobierno y el prelado, sobre el que de pronto recaen sospechas de izquierdoso,
pasa a ser persona non grata en su propio país, en España e incluso ante la
jerarquía eclesiástica. En consecuencia, para la familia de acogida se
convierte en un problema, del cual se desembarazan para evitar que el tiro les
salga por la culata. El resto del relato es la suerte del caballero y del
narrador, sobrino pobre de la tía rica que alojó al obispo. Se trata de un
relato que da mucho que pensar: que la importancia no la tiene “el importante”,
sino que se la otorgan los demás, que el interés a menudo lleva a la crueldad,
que el miedo paraliza demasiadas veces, que el egoísmo asume a menudo la forma
de la generosidad, que la vida sigue adelante pase lo que pase y que al final
cada palo debe aguantar su vela, aunque unos la aguantan mejor que otros.
En el segundo relato un hijo de
padre desconocido y madre científica que no le ha dedicado apenas tiempo, se ha
entregado a rascarse las narices durante toda su vida; pero en un momento dado
sufre una crisis que lo pone al borde de la muerte y tras superarla decide irse
a un lugar remoto, en África, donde recibe simultáneamente al noticia de la
muerte de su madre y la de que le han dado (a ella) un importante premio
científico. Y el hombre hace un viaje relámpago a Europa, a recoger el premio
en nombre de su madre, arrastrando su propio historial de soledad,
incomunicación y la certeza de una pronta muerte. Un relato para pensar qué
hacemos en el mundo.
En la tercera y última historia,
una filóloga comienza a dar clase de literatura en una prisión; a los presos
les importa un pimiento, solo acuden para obtener antes beneficios
penitenciarios. Pero uno de ellos se convierte en lector, aunque escribe fatal
y muestra bastante desapego a todo el mundo. No hay química entre el preso y la
profesora, pero ella, profesional, hace lo posible porque él lea, sin encontrar
nunca a cambio ni una pizca de agradecimiento. Pasan los años. Ella ha llegado
a ser profesora universitaria. Él, contra todo pronóstico, es un autor de best
sellers de prestigio venerado por la industria editorial, por el público, etc.
Ella está al cabo del secreto de que era un petardo como escritor, y él es
consciente de que todo se lo debe a ella y a la casualidad. Él podría develar
parte del misterio del que se ha rodeado, ella podría participar en el
indudable éxito del escritor. ¿Qué ocurre al final? Que cada uno es lo que es,
aunque nunca llega a saberlo con exactitud porque es tantas cosas como los demás creen que es. Quien para muchos es un escritor admirable,
para otros es un preso con suerte, y para otros, un simple choricete. Para reflexionar
sobre el agradecimiento, sobre qué somos, y para no confundir las circunstancias
con la esencia.
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