Hay que
reconocer que Murakami es un gran escritor, y uno de los pocos capaz de
conseguir unir calidad literaria y ventas. En todos los libros suyos que he
leído (no muchos) varias cosas he visto en común: una enorme claridad expositiva
incluso cuando se trasladan ideas complejas, lo cual está muy relacionado con
los conceptos de orden y estructura; un constante juego de burla de la realidad
como si existiesen realidades paralelas con origen en la imaginación o en lo
onírico, lo cual conduce a un tratamiento peculiar del tiempo; y una caterva de
personajes capaces de experimentar tormentos y convulsiones sin mover un
músculo: fríos y resignados, aunque normalmente los propios personajes antes o
después lo nieguen.
A este
esquema responde Los años de
peregrinación del chico sin color. El tal chico es descolorido porque sus
cuatro amigos adolescentes tienen en su nombre algún color, mientras que él
solo se llama Tsukuru, que viene a ser algo así como “el que construye” o “el
que crea”. La pandilla de cinco está muy unida, y viven en Nagoya con esa
fraternidad y confianza que solo se produce a ciertas edades; además, colaboran
en el equivalente a una ONG. Pero de pronto los otros cuatro (dos chicos y dos
chicas) repudian a Tsukuru y no quieren saber nada de él. Nunca más. Cuando la
novela comienza han pasado dieciséis años. Tsukuru es un ingeniero de 36
dedicado a lo que siempre quiso hacer: construir y reformar estaciones de
ferrocarril. Lleva una vida solitaria y acomodada en Tokio. Es austero. En
resumen, lleva una vida sencilla (una
palabra muy utilizada por Murakami para referirse a todas las actividades de
buena parte de los personajes).
Por qué
lo repudiaron sus amigos, es un misterio para Tsukuru. Como también lo es la
misteriosa desaparición, un buen día, en sus tiempos de estudiante, del único amigo que había conseguido hacer en Tokio:
Haida; el cual, por cierto, poco antes de desaparecer le contó una extraña
historia sobre su padre y un pianista. Pero han pasado muchos años y Tsukuru
vive su vida, que considera completamente vacía porque aunque nunca ha tenido
grandes problemas y aunque casi siempre ha conseguido lo que se ha propuesto,
se limita a dormir, trabajar, comer y nadar, careciendo por completo de
ambiciones o recreos. En resumen, lleva una vida sencilla y sana (otra
palabra también muy utilizada por Murakami), pero anodina. Más que gris,
descolorida.
En esa
vida, sin embargo, ha aparecido (“irrumpir” es un término muy fuerte en el
ascético mundo de estos personajes) Sara, una mujer dos años mayor que Tsukuru
que trabaja para una agencia de viajes. ¿Y qué le dice Sara a Tsukuru? En
términos que Murakami nunca usaría viene a señalarle que lleva una empanada
monumental como consecuencia de arrastrar el trauma de verse abandonado sin
motivo por quienes habían sido sus mejores amigos, y que no podrá llevar una
vida normal hasta que no aclare ciertas cosas sobre su pasado y sobre sí mismo.
Y a eso
se pone Tsukuru: a visitar a sus viejos amigos para preguntar por qué pasó lo
que pasó dieciséis años atrás.
El
peregrinaje de Tsukuru, que comenzó el día en que fue rechazado, puede llegar
así a su fin, si es que consigue aclarar algo. A dilatar la búsqueda colaboran
en orden en que acude a ver a sus amigos (hay que ver lo que cambia la vida en
una década y media) y a que Tsukuru tiene un espíritu un tanto ascético –o a
veces, simplemente, soso-, y un sentido “murakamiano” del orden que le hace no
preguntar todo en todas partes, sino cada cosa en su sitio, como si supiera de
antemano dónde están las respuestas. En su ayuda llega, además, la concepción
que cada personaje tiene sobre los demás, también muy típica del autor; todos
parecen conocerse lo suficiente para saber qué haría y qué no cada uno de
ellos.
Un
libro interesante, con planteamientos y razonamientos brillantes que para
desarrollarse necesitan de esa “modorra existencial” que suprime toda prisa y
permite encajar sin réplicas cualquier tipo de crítica; una novela donde el
interés por qué ocurrió atrapa al lector, aunque a veces la lentitud de la
acción puede exasperar. Y una novela, también, donde el autor juega con el
lector con historias y sueños supuestamente significativos que, al
final, acaban siendo cabos sueltos.
Pienso que la obra atrapa, para nada me resulto anodina.- El "descolorido" del personaje no es tal, en la medida en que su vida transcurre buscando la causa de su angustia, provocada por la exclusión del grupo de amigos.- Por lo tanto al buscar respuestas, sigue vivo, inquieto, con un meta.- En esa actitud tiene influencia enorme Sara.- El final queda abierto respecto a como continuará la relación con ella.- Me gustó.-
ResponderEliminarBueno, que es descolorido lo dice el título. Y la verdad es que se toma todo con mucha frialdad y analíticamente.
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