No había leído nada de este autor (aunque dos veces he
comenzado Volvoreta). Y El bosque animado, que comencé a leer
hace unas semanas y abandoné a la primera página, lo he acabado leyendo entero
tras estar pensando, el día en que murió Alfredo Landa, qué leer. Así que la lectura tuvo algo de homenaje... aunque
no he visto la película. Cada libro tiene su momento, y hay que saber aguardarlo. El de El bosque animado se ha resistido a llegar, pero la espera ha merecido la pena.
El
escenario, Galicia, los montes
gallegos, no demasiado lejos de un mar que, en cambio, parece muy lejano. Y en
esos montes, la fraga, una zona donde plantas y animales cobran vida casi
humana y su existencia transcurre alrededor de unos humanos que, quién lo diría
ahora, no están por encima de la naturaleza. Es más: en realidad los humanos no
viven en la fraga, sino en sus lindes, y los pocos que se atreven a vivir en
ella acaban teniendo mucho en común con la vida salvaje que les rodea, si es
que llegan a adaptarse.
Contado
en forma de historias aisladas, cada historia un capítulo, el único nexo entre
ellas es el espacio, el tiempo, y la presencia de algunos personajes comunes,
hasta el punto de poder decir que más que una historia se cuenta la vida de
algunas personas. Claro que no todos los capítulos están protagonizados por
seres humanos: los árboles, los topos o los ratones tienen también su momento
de gloria.
El paisaje
y las acertadas figuras literarias dan un halo poético a todo el texto, que se
lee no por saber qué ha de ocurrir, sino por el mero placer de leer. En
realidad, solo hay un capítulo, el final, donde se provoca la avidez del lector
por saber lo que en realidad está cantado (cosas de la atracción del vértigo), sin que
por ello se renuncie a la armonía de las ideas y las palabras.
Un
libro bueno y diferente, y que hace pensar en la relación del hombre con la
naturaleza, que falta hace.
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