¡Anda que no hace falta osadía para hacer de la Navidad una fiesta tan porcina como en esta novela! Ni quienes papeen cochinillo asado cada Nochebuena discutirán el atrevimiento, y eso que la Navidad, con su ingente carga de mitos, tópicos y «costumbres» alumbradas por el mercantilismo es terreno abonado para hacer brillar la prodigiosa capacidad de Pratchett para la sátira y la parodia.
Es lo que sucede en «Papá Puerco», aunque, la verdad, esperaba otra cosa. Algo bastante distinto, más ceñido a la tradición. O, ejem, a destrozar la tradición, ejem. No es así y, por tanto, también tengo la sensación de que la novela ha dejado pasar una buena oportunidad, aunque esto, por derivar de una simple expectativa errada, lo mismo lo pienso que lo pongo en duda.
Papá Puerco es el trasunto, en el Mundodisco, de Papá Noel, como la Noche de la Vigilia de los Puercos lo es de la noche de Navidad. Papá Puerco pasa esa noche en un trineo tirado por cuatro jabalíes y se cuela por las chimeneas para dejar regalos a los niños, siempre que hayan dejado el calcetín para meterlos y hayan escrito la conveniente carta pidiendo sus juguetes.
O al menos así ha sido siempre hasta el comienzo de la novela, porque un eficaz miembro del Gremio de Asesinos parece haberse cargado al buen señor. Fuerte, ¿eh? Así que a los niños no les van a dar ni morcilla. O sí, pero solo figuradamente. El caso es que, para evitar tamaño desaguisado, no recuerdo muy bien por qué quien asume el papel de Papá Puerco en la noche de la Vigilia de los Puercos es nada menos que la Muerte. Probablemente el personaje más celebrado de Pratchett, y con razón, aunque en esta novela, y por exigencias del guion, se permite pensar y actuar de un modo algo distinto a lo que está acostumbrado el lector.
Dicho así el planteamiento parece sencillo, pero no. La Muerte, que va acompañada de Albert, personaje ya conocido, involucra en la solución del follón a Susan, nieta de la Muerte, que apareció en la saga en Soul Music, si no me equivoco, y que pronto se ve en tratos con el dios (o, mejor dicho, el «oh, dios») de las resacas. Aunque parezca increíble, lo sucedido y la existencia de ese «oh, dios» son asuntos relacionados: la ausencia de Papá Puerco limita la creencia en él y esto genera un excedente de creencia que permite creer en otras cosas que, por ese simple hecho, pasan a existir. De ahí que los magos de la Universidad Invisible, capitaneados por su estrafalario pero inteligente archicanciller, anden a un tiempo pensando en las «navidades» y en averiguar qué diablos está pasando con la aparición de ciertos seres apenas se les nombra, todo ello con la desesperación de Ponder Stibbons, el más intelectual de los magos, que ha desarrollado una especie de ordenador, más bien una inteligencia artificial, que funciona con hormigas y otras cosillas así y que el archicanciller se empeña en usar para cosas digamos… absurdas. Además, Teatime, el asesino sin escrúpulos, se ha rodeado de una pintoresca banda de malhechores (uno de ellos, Dave, tiene el amenazador apodo, ejem, de «el Normal») y no está claro qué pretende. A todo esto, no se sabe qué ha pasado con el Hada de los Dientes, una especie de Ratoncito Pérez, ni qué hace o ha estado haciendo con la monumental cantidad de piños infantiles que debe de acumular. Por supuesto, el espacio tiempo es una cosa bastante flexible.
La sensación que a menudo tengo con Pratchett de que se me escapan los detalles que hilan una cosa con otra ha sido aquí más fuerte que otras veces, aunque, como siempre, al final también he tenido la impresión de que todo encaja. A esa primera sensación ayudan los innumerables cabos sueltos que el autor voluntariamente deja para ir atando según pasan las páginas, la abundancia de personajes cuyo papel nunca está claro debido a las, ejem, peculiaridades del Mundodisco, el constante salpicar la trama con escenas graciosísimas pero que no afectan al argumento y la propia complejidad de la historia.
«Papá Puerco» es una novela muy divertida, en la que los saltos entre las andanzas de cada grupo de personajes ofrecen un contraste permanente y fluido en el que participan no poco dos clásicos de la saga ya mencionados: la Muerte y los magos.
Una buena novela con el problema, que he apuntado antes, de que los excesos de la Navidad (la nuestra) son tan evidentes que el lector llega a esta novela con la expectativa de que van a ser felizmente parodiados por hipérbole, cuando luego no es así y la cosa deriva por caminos más truculentos.
«Papá Puerco» es, más que una sátira de la Navidad, una defensa de la imaginación (Pratchett vuelve a la idea de que existe aquello en lo que se cree y deja de existir aquello en lo que se deja de creer) y de la inocencia infantil (a la que tantos personajes retornan en estas páginas).
No son malas ideas para recordar a los adultos.



























