En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 3 de noviembre de 2025

El hombre de la rosa - Umberto Eco

 


Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.


Sin saberlo, he vuelto a leer esta novela, muchos años después, para intentar, sin éxito, desmentir su final.

Umberto Eco (1932-2016), uno de los más lúcidos pensadores europeos del siglo XX y comienzos del XXI, publicó su primera novela en 1980. «El nombre de la rosa». Su mayúsculo éxito desató una enloquecida moda por la novela histórica que, con altibajos, aún dura, y de la que han comido a dos carrillos y siguen engordando autores que encontraron la celebridad en este género.

A mí, en cambio, «El nombre de la rosa» me alejó de la novela histórica como una buena coz en salva sea la parte, porque es una obra tan buena que las pocas que leí después me parecieron escritas por el más tonto y torpe del lugar. Me produjeron el efecto de engendros paridos a base unir retales deslavazados de conocimientos recolectados a la buena de Dios en libros apenas seleccionados. Monstruítos del doctor Frankenstein que, a pesar de ir dando tumbos por la historia, eran presentados sin rubor por autores y editoriales como guapetones mozos del panorama literario.

Es lo que tiene el éxito, que los imitadores son una plaga. Levantabas una piedra y salían veinte escritores de novela histórica, como más tarde ha sucedido con la negra.

    Y es que, aunque los imitadores tenían la ruta bien marcada fueron incapaces de estar a la altura del guía: «El nombre de la rosa» aunó desde el primer momento el triunfo comercial con el prestigio literario, porque cuando la poción mágica incluye conocimientos profundos, profundísimos, eruditos y capacidad de comunicación…

Los conocimientos de Eco, que espolvorea con generosidad en cada página, abruman a cualquier lector por su cantidad y por la naturalidad con que los trae a colación; pero no por su complejidad, porque ahí está la habilidad del autor para hacerlos entender sin que el lector se sienta un zoquete. Eco respeta al lector y es capaz de darle a entender sin explicarle. No informa al lector de tal o cual aspecto, como tantos malos escritores del género se empeñan en hacer; simplemente, le deja ver y escuchar a los personajes, consciente de que la inteligencia y curiosidad del lector le ayudan a saber y a comprender y, al hacerlo, a integrarse en la historia.

Toda novela histórica contiene una historia con trasfondo histórico. La progrullada viene a cuento porque Eco hizo algo más: logró enlazar esa pequeña historia de los personajes con el momento histórico y ambas cosas con la Historia. Y esta, como apuntaré, con el presente y con cualquier momento del pasado, y yo diría que hasta del futuro. 

Unamos a todo lo dicho buenas dosis de misterio (la biblioteca), los ganchos de la novela negra, de la novela de acción o aventuras, la presencia latente del sexo, incluido un tema, la homosexualidad, en 1980 más rompedor que ahora, y el siempre morboso mundillo de los lugares prohibidos, como los conventos, y el resultado es una novela que leí hace chorrocientos años y a la que varias décadas después he vuelto para disfrutarla aún más gracias a que durante este lapso he conseguido (por viejo, no por diablo) amueblar un pelín mejor la cocorota.

La trama superficial, vamos a llamarla así, es sobradamente conocida: a principios del siglo XIV un franciscano, Guillermo de Baskerville (apellido que hizo célebre Sherlock Holmes gracias a su sabueso, un tipo de chucho, como Guillermo, muy avispado a la hora de seguir rastros) llega a una impresionante abadía situada en lo alto de un monte. En realidad, el recinto incluye la abadía en sí misma, una imponente fortaleza, caballerizas, cochiqueras, huertos y todo lo necesario para que vivan y trabajen los monjes y el populacho a su servicio. Es una abadía de prestigio debido a la inmensidad de su célebre biblioteca, que es también misteriosa pues solo el bibliotecario y su ayudante pueden acceder a ella vaya usted a saber por qué. Bueno, sí, porque hay conocimientos peligrosos. Pero, ¿cuáles serán? Guillermo va a acompañado de un novicio benedictino: Adso de Melk, que es quien, ya anciano, cuenta la historia (la cual, a su vez, fue descubierta y ofrecida al lector por un narrador inicial que pronto desaparece, al estilo, más o menos, del Quijote). Aparentemente, es una «novela negra» en la que Guillermo y Adso acaban desentrañando qué hay detrás de la misteriosa muerte de varios monjes. Hasta aquí, la historia pequeña.

La historia del momento es agitada y se mezcla con la anterior: el Papa, Juan XXII, segundo papa de Avignon, está enfrentado al ganador de la disputa por el trono del Sacro Imperio Romano Germánico (Luis IV de Baviera). Ambos se cruzan acusaciones de herejía y Luis, además, ocupó Roma coronándose emperador en San Pedro, deponiendo al Papa (el cual a su vez excomulgó al pueblo romano) y nombrando un «antipapa» que en solo dos años se sometió a Juan XXII. Entretanto, Luis tuvo que salir pitando de Roma ante la sublevación del pueblo. Entre las tortas cruzadas figuran unas cuantas, abundantes, en el culo de los franciscanos, con la excusa de la polémica en torno a la pobreza de Jesucristo que los inspiraba y a ciertas derivas radicalizadas y consideradas heréticas surgidas en torno a ellos; además, las teorías franciscanas dejaban en mal lugar, por oposición, la acumulación de poder y riquezas del papado. En la novela, Guillermo de Baskerville, franciscano que por serlo es de plena confianza para los suyos y al que el papado da algún crédito porque ha sido inquisidor (inquisidor razonable, dicho sea de paso), acude a la abadía para intermediar/ayudar/averquépuedohacer en el encuentro entre representantes del Papa y de los franciscanos, que en ese contexto es casi tanto como decir del emperador, al que el Papa acusa de protegerlos aunque más bien lo que hace es utilizarlos. Otras figuras históricas como Guillermo de Ockham, Michelle de Cesena y algunos más pululan por las páginas, unos por su propio pie y otros por referencias.

¿Y cómo enlaza este fragmento de la historia con la Historia? A través del debate sobre la pobreza de Cristo, que es el debate universal e intemporal en torno al poder. A la diferencia entre tener y no tener. A cuáles son los valores que rigen la conducta humana por contraposición a cuáles la deberían regir. La Historia es la perpetua lucha entre quienes quieren ser poderosos a costa de quienes no tienen ninguna posibilidad de serlo. Y también la eterna lucha individual entre el ser animal y el ser espiritual. Esto entronca, como podrá comprobar cualquier lector, incluso con las disquisiciones teóricas actuales entre izquierda y derecha, sobre la legitimidad del poder, sobre la libertad, sobre la legitimidad de cada modo de enfrentarse al poder, sobre mil cosas. 

Pero aún hay más: las reflexiones en torno al humor, a la risa, que acaban siendo un elemento crucial en la novela entronca «El nombre de la rosa» con la concepción cervantina del humor. El humor como mecanismo de defensa que nos permite, si somos capaces de mantenerlo, capear el miedo. Y, sin miedo, nos sentimos libres. Sin miedo, hasta no nos importa no ser eternos. Sobre este tema he publicado varios artículos en este blog y he filosofado en algunas entrevistas. El humor es una filosofía de vida… muy complicada de aplicar en los momentos más difíciles. También de esto trata la novela. De cómo ser y sentirnos libres en medio de tanta cadena.

En resumen, el lector más superficial se encuentra con una interesantísima historia de intriga; el más apegado a la historia puede añadir un buen repaso a un periodo convulso allá por el año 1327; al más abierto toda esta obra le servirá también para mirar con ojos lúcidos el presente; aún habrá quien, dando un paso más allá, disfrute como un gorrinillo en una charca con la erudición y los latinajos que espolvorean el libro, de los cuales, por cierto, esta edición no ofrece traducción, lo cual me parece bastante mal; y todavía habrá quien sea capaz de encontrar una filosofía de vida.

El final de la novela es excelente en el cierre de todos los frentes abiertos, aunque, por desgracia por la confusión que en la memoria produce el paso de tiempo, fue corrompido por la versión cinematográfica, también de mucho éxito. En la película puede interpretarse que la frase final recuerda el amor del ya anciano Adso de Melk. El amor que pudo ser y no fue. O, mejor aún, que la frase es un canto al amor de alguien enamorado del amor. Pero no. Nada que ver. Eso fue una concesión mercantil al final feliz. En el libro, aunque sin decir que cambiaba «Roma» por «rosa», Umberto Eco, para terminar este mayúsculo novelón, hizo a Adso parafrasear un verso de Bernando Morliacense, monje benedictino del siglo XII. La conclusión del anciano Adso, tras todo lo que primero ha ocurrido y narrado y ahora está ya disuelto en el pasado, bien puede suscribirla cualquier historiador, como también lo fue Eco: «Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus».

Tiene razón. Pero yo, por intentar quitársela, me he reencontrado con la rosa muchos años más tarde, aunque ahora, cuando de nuevo ya no la tengo entre las manos, solo me quede, de nuevo, su recuerdo. ¿Y qué es un recuerdo más que una sensación a la que evocamos con un nombre? El nombre de esta rosa es «El nombre de la rosa».


No hay comentarios:

Publicar un comentario