En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Todas las almas – Javier Marías

 



Confieso el pecado: hace bastantes años intenté leer un libro de Javier Marías. Las primeras páginas fueron un tostón que dispersó mi mente por mil otros temas, y ahí lo dejé. Sin embargo, sabía que con el correr del tiempo antes o después volvería a intentarlo, entre otras cosas porque tengo varios amigos, con excelente criterio, que eran y son devotos de Marías y que no paraban de recordarme lo que me perdía si no lo leía. También mucho de lo que leía sobre él invitaba a conocer algo de su obra.

Bien, pues como decían mis amigos, yo no tenía ni idea de lo que me perdía, porque tan solo conocía a Marías por sus artículos, algunas polémicas y -¿por aquello de «dime con quién te juntas y te diré quién eres»?- por lo poco que podía elucubrar a partir de la amistad con Marías de la que presumía hasta el hartazgo (¿para equipararse indirectamente a él?) un triste chorbo de cuyo nombre, va implícito en el término, no quiero acordarme.

Bueno, pues ya he leído Todas las almas, y no solo es que me haya gustado mucho, que también, sino que me ha parecido un libro excepcional por el modo en que está escrito (según el autor, el mismo que empleaba en las cartas a sus amigos; es decir, su tono natural o por defecto). El lenguaje, claro y accesible, se enreda por la complejidad de las ideas, la cual, a su vez, está muy relacionada con el análisis pormenorizado de cuanto pasa por delante de la nariz del protagonista y narrador, que se dirige al lector en primera persona. Como este análisis no se pospone, sino que se realiza a medida que las sensaciones llegan, el resultado es una navegación profunda por lo cotidiano, pero también enrevesada y lenta.

Esa lentitud puede ser (como ha sido mi caso) fuente de placer si el lector se da a la lectura sin prisa y con placidez, dispuesto a dar un largo paseo con mil rodeos, o (sospecho) fuente de impaciencia si el lector no es capaz de abandonar desde la primera palabra las diarréicas prisas contagiadas por tanta novela actual en la que, el mercado manda, se somete al lector a una suerte de curiosidad perpetua sobre la base de abrir y cerrar constantes enigmas, misterios, dudas, cotorreos y situaciones tensas. Que un libro invite a la reflexión sosegada y profunda y no a la falta de pensamiento que deriva de la acción trepidante es, en estos tiempos, casi revolucionario, aunque quizá cuando Todas las almas fue publicada en 1989, año en que el autor cumplió 38 años, esto no se notara tanto.

Al hablar del argumento hay que comenzar por el epílogo, una brillante disertación de Marías sobre las ventajas y peligros de escribir en primera persona desde la boca de un personaje que, sin ser el autor, comparte con él numerosos rasgos biográficos. Es decir, el personaje es Marías sin ser Marías, y hasta qué punto es uno u otro en cada momento quizá solo lo supo el Marías autor. En cualquier caso, el epílogo deja clara su intención de distanciarse del personaje. Eso sí, fijaos en la argucia que confiesa haber utilizado para establecer esa distancia. Fijaos en ella, porque el somero y superficialísimo modo en que la trata en la novela (tan en contraste con la profundidad de todo lo demás) me hace pensar que Marías habla poco de lo que no ha vivido y al revés, lo que, de ser correcta esta apreciación, haría de esta novela algo mucho más autobiográfico de lo que se desprende del epílogo.

Y es que el innominado, soltero y madrileño protagonista ejerce temporalmente de profesor en Oxford, clavadito a Marías, lugar que no es presentado como uno de los templos del saber, sino del aburrimiento. Allí, fuera de su ambiente y sabedor de que la brevedad de su estancia no justifica mucho empeño ni ilusión en echar nuevas raíces, se ve rodeado de una caterva de eminentes profesores que solo tienen en común entre sí su exacerbado individualismo: en Oxford hay muchos «yos» y pocos «nosotros», y aún son menos los «yos» en los que un recién llegado puede anclar su confianza. El protagonista no nos dice una palabra sobre las clases (el objeto de su presencia allí) pero hace un contundente repaso de los diferentes puertos a los que llega (cada uno de los profesores que le prestan mucha o poca atención) y, singularmente, de una mujer a la que siempre se refiere por su nombre y apellido: Clara Bayes. Con ella, que está casada y con un hijo, inicia una relación amorosa (o más bien sexual) que ambos saben llamada a morir al fin de la estancia del protagonista en Oxford, por lo que más lo viven como un pasatiempo que como un romance. Las reflexiones que surgen al hilo, sobre todo, de ese previsto final conviven en la novela con las que suscitan el resto de personajes (viejos y jóvenes, sanos y decrépitos, heterosexuales y homosexuales…) y, también, con las expediciones del protagonista a las librerías de viejo donde busca y rebusca las obras de un autor desconocido, actividad que le lleva a intentar averiguar algo de un escritor real, John Gawsworth, seudónimo de Terence Ian Fytton Armstrong, quien anduvo por diversas partes del mundo para morir a los 58 años después de estar más de una década alcoholizado y en la indigencia. Sobre la misteriosa vida de este desconocido caballero tiene ocasión el protagonista de averiguar algunas cosillas en el momento más inesperado, que es también el más delicado (según se mire) de su relación con Clara Bayes.

La acción, por llamarla de algún modo, transcurre tan lentamente que parece que el autor no está contando nada, sino divagando sin cesar, hasta que, una vez concluida la novela, el lector se da cuenta de las muchas cosas, de las muchas historias, que contiene Todas las almas.

Una gran novela cuyo título alude al All Souls College de Oxford (su nombre exacto es «The Warden and College of the Souls of all Faithful People deceased in the University of Oxford»), uno de los muchos que organizaba cenas ceremoniales para propiciar encuentros y darse pisto, y con el que, si no recuerdo mal, aparece relacionada Clara Bayes. Dando cuenta de una de estas cenas es como la conoce y comienza la novela.






domingo, 19 de noviembre de 2023

Tiempos de hielo – Fred Vargas

 



Serie Adamsberg, 9


Hace ya varias entregas que Fred Vargas dirigió los pasos de Adamsberg por casos que parecen lindar con lo sobrenatural, aunque al final la lógica se imponga. En el caso de Tiempos de hielo no es exactamente así, pero tampoco puede decirse que se haya echado en brazos del realismo.

Diversas damas y caballeros aparecen muertos en lo que parecen simples suicidios. Sin embargo, la diosa Chiripa permite averiguar que algo tienen en común: son asesinatos de autor, pues en todos los escenarios aparece cierto simbolito.

A partir de aquí, el protagonista abre dos vertientes de investigación: una tiene que ver con un antiguo viaje a Islandia, en el que un grupito de turistas cometió la imprudencia de acercarse a un islote donde no crecía ni un solo hierbajo que echarse a la boca, situado muy cerca de la costa, y en él quedaron atrapados durante semanas por culpa de la niebla más densa que quepa imaginar, con el sofocón consiguiente y algunos otros asuntillos que dejarían helado a más e uno, y quizá de ahí venga el título, aunque tiempo de hielo también fue el tiempo del Terror, el de la otra vertiente de la investigación, la que tiene por protagonista nada menos que a Robespierre, y no porque don Maximilien haya tenido a bien resucitar con la cabeza bajo el brazo, sino porque la trama alcanza a un gigantesco grupo de recreacionistas de la época de la Revolución Francesa que, si fueran cuadrúpedos, andarían con un pie en la historia, otro en la diversión, el tercero en el teatro y el último en el manicomio. Obviamente, todo lo que tiene que ver con la historia es terreno abonado para el interés y el lucimiento del comandante Danglard, ese alcohólico erudito que a medida que pasan las novelas es más de las dos cosas.

La trama es, pues, lo bastante fantasiosa y atractiva como para resultar interesante, aunque aquí acaban las virtudes. La trama avanza gracias a un recurso muy manido (la reiteración de crímenes que permite atar cabos gracias a puntos en común y despistes del asesino en serie) y, por otra parte, hay algo que no me ha convencido: hay un intento, que no cuaja, de dar algún papel que otro a toda la tropa que depende del Comisario, cuando la trama apenas da para el lucimiento de dos o tres personajes adicionales. El resultado es que algunos de los más desdibujados quedan más difusos aún.

Por lo demás, el lector de la saga encontrará al Adamsberg de siempre: un tipo cuyo trabajo consiste en pasear a ver qué se le ocurre o, mejor dicho, qué siente. Un tipo cuyas corazonadas aciertan siempre saltándose toda la lógica derivada de los hechos constatados. Pero claro, los detalles son importantes en las novelas de salón, y esta, como el esto de la saga, lo es aunque no haya salón. Ni versallesco ni ningún otro.






jueves, 16 de noviembre de 2023

Llamando a las puertas del infierno – Carlos Pérez Merinero

 



Solo quienes hayan disfrutado en su adolescencia, y quizá un poco más allá, del placer de decir, a solas con los amigos, las mayores burradas que pasaban por sus entendederas -en la confianza de que ese acto de libertad y autoafirmación comenzaba y terminaba en la brutalidad de las palabras- podrán disfrutar de esta obra de Carlos Pérez Merinero, solo que, en ella, para el protagonista, que está como una regadera, las palabras no son el límite de su libertad, sino que las transforma en hechos.

Así que el caballero se pone contentísimo cuando «el cabrón de su padre casca», por así decirlo, porque así podrá heredar y darse el gustillo de comprarse una finca donde criar bichos (que sean unos u otros qué más da) y solazarse con su novia. Que haya o no algo que heredar, u otros herederos o que la novia sepa que lo es, es lo de menos.

Estos dos elementos (un protagonista con el cerebro como unas maracas) y un modo de expresarse en primera persona con una contundente mezcla de inocencia y brutalidad, bastaron a Carlos López Merinero para escribir una novela tragicómica en la que lo escandaloso y desagradable se mezcla con lo divertido provocando al lector sensaciones convulsas.

El protagonista narrador no solo está chiflado. Su tipo de locura es peligrosísima: no solo carece de los conceptos del bien y el mal (o, mejor dicho, el bien es aquello que le apetece y el mal cuanto le impide satisfacer sus apetencias), sino que su visión del mundo le hace confundir sus deseos con la realidad. El resultado de soltar un tipo así en las páginas de un libro solo puede ser uno: acabar a las puertas del infierno.

Una lectura breve, ágil, inteligente, divertida y, como ya he dicho, convulsa.







domingo, 12 de noviembre de 2023

Annie Ernaux – La vergüenza

 



Los niños creen que el mundo es como se muestra. Pero lo que se muestra son las convenciones sociales. La protagonista, que no deja de ser la autora, vive inmersa en esa confusión. Sus padres la quieren y se quieren entre sí. Hasta que un día, sin pensar, tras una prolongada bronca de su madre a su padre, la niña presencia cómo este agarra a su esposa e intenta, al parecer, asesinarla con un hacha. Sin embargo, minutos después todo ha vuelto a la calma, a la placidez. Nada parece haber sucedido entre ellos ni, por supuesto, han menguado las muestras de afecto a la hija.

Sin embargo, la fugaz visión de lo que pudo acabar en asesinato supone un monumental roto imposible de coser por el que la protagonista no deja de ver ya, a lo largo de su vida, que tras el tolerable y hasta agradable mundo de las apariencias subyace otro, sórdido, donde cada cual es quien de verdad es, sin imposturas.

Que cada persona sea su versión más sórdida o sea capaz de ser mil cosas, buenas y malas, sucesivamente es algo sobre lo que tendrá que reflexionar el lector, pero la narradora nos habla de la vergüenza: de aparentar ser lo que no se es, de cómo afrontar la vida ofreciendo a los demás una versión propia y familiar que sabe ficticia; de cómo, también, la fuerza de la impostura puede hacer que aquella brecha a través de la que vio el submundo pueda parecerse mucho a un mal sueño que solo pervive porque su contundencia fue tal que resulta inolvidable.

El libro es, también, una invitación a reflexionar quién es quién. ¿Es el padre de la protagonista un asesino? No, porque no ha matado a nadie. ¿O sí, porque pudo hacerlo? Y, ¿un criminal lo es siempre y en todo momento? ¿Quién es cada persona? ¿La persona que es en su más tenebroso día o quien es en sus momentos más luminosos?

Cómo convivir con la vergüenza, podemos decir que cuenta el libro, aunque más exacto es decir que cuenta cómo convivir con el trauma.

Una obra breve, directa, que se lee rápido y bien.







jueves, 9 de noviembre de 2023

Púa – Lorenzo Silva

 



Buen libro de Lorenzo Silva, bien escrito, bien estructurado, ya premiado cuando escribo estas líneas y, en el momento de su publicación, muy esperado por la temática que aborda: la guerra sucia contra el terrorismo. O, dicho de otra manera, el terrorismo de estado. Que un autor buen conocedor y defensor del mundo de la Guardia Civil trate este tema tiene un interés evidente.

Dicho lo cual, cualquiera de los lectores habituales de Lorenzo Silva, entre los que me cuento, reconocería este libro como suyo aunque su nombre no apareciera por ningún sitio, ya que el tipo de personaje y el tono es en todo similar al de muchas otras obras del autor. Escrito en primera persona por el protagonista, un hombre maduro (cada vez más maduro, como el propio Silva) que habla directamente al lector siempre haciendo balance, siempre con una mirada desengañada y en cierta manera conformista o, mejor dicho, resignada. El autor vuelve a usar un tipo de protagonista  que no va de nada, pero que en cierta manera es un «duro» porque es fiel a su filosofía de vida; un tipo de personaje, también, tan dado a la autocrítica, la autoflagelación y el autodiagnóstico síquico que, sean cuales sean sus errores y culpas (y en este caso Púa no es ningún santo) el lector no puede sino solidarizarse con él o suscribir la crítica visión que da de sí mismo. Por último, Púa es –como esos otros personajes del autor- sensible a los encantos femeninos, pero capaz de dominar la tentación incluso cuando más fácil tiene caer en ella; un hombre que ni se cree un galán guaperas ni ejerce de tal, pero que acaba resultando atractivo a la dama más bella que transita por las páginas.

Dado que, como he apuntado, el protagonista se presenta y enjuicia él solico de modo contundente pero bastante sensato, para la valoración del lector queda, sobre todo, el argumento, que en Púa es doble: siendo el protagonista un caballero que participó activamente en la lucha contra el terrorismo, primero trabajando en «información» y luego participando activamente en el desarrollo de la guerra sucia, queda claro que el buen señor anda por los aledaños de los servicios secretos. Tan secretos que ni se mencionan más que eufemísticamente. Tan secretos que nadie tiene nombre, sino apodos. Tan secretos que ni deben preocuparse por el dinero, pues mientras cumplan su función el suministro fluye como caído del cielo. Pero me he ido por las ramas: la primera pata del argumento es el presente: Púa es un señor ya retirado de esas correrías, que lleva una vida gris y solitaria cuando se ve reclamado con un antiguo compañero, el compañero, para encarrilar, por la vía de los hechos, cierto asuntillo que se le ha ido de las manos y que él ya no puede solucionar. Esto da pie al protagonista a explicar por qué conoce los métodos que utiliza, por qué está dispuesto a utilizarlos y por qué es fiel a ese antiguo compañero, lo cual abre la puerta e explicar su propia vida.

Así es como la historia va alternando presente y pasado: el lío en el que se mete hoy y el mundo en el que se metió hace décadas. El primero de esos hilos desarrolla una trama cuyo interés para el lector es averiguar quién y por qué. El segundo, independiente, permite al lector saciar su curiosidad echando un vistazo al pasado y a métodos y organismos que solo por ser «secretos» ya tienen ganado el interés de todos. Si ambos hilos acaban confluyendo (como es típico en las novelas con doble argumento) o no, lo sabrá quien lea Púa.

No tan en primer plano queda el entorno de la acción, lo cual no impide que el lector lo capte y comprenda su importancia. De una época, años ochenta, en la que los sucesos y medios disponibles encuentran en la guerra sucia una vía de escape lo mismo para intentar combatir el terrorismo que para acallar las voces más críticas (e involucionistas y todavía influyentes en ciertos ámbitos) con la impotencia del Estado ante estos delitos (lo cual implica no poca comprensión hacia «la razón de Estado», eufemismo que ha cobijado un sinfín de tropelías) pasamos, de un capítulo a otro, a otra época, el presente, en la que los medios, la capacidad de acción y la ausencia de riesgo de involución permiten una lucha legal contra el terrorismo mucho más efectiva, al margen, claro está, de que la propia dinámica social, la pervivencia de la democracia, ha arrasado las bases de un terrorismo autojustificado en su origen en la lucha contra la dictadura; una situación, la del presente, en la que la guerra sucia ni al más tonto puede parecerle ya una salida lógica, ni tan solo una salida desesperada o una última solución, sino una barbaridad, un delito monumental y una equivocación colosal.

El entorno ha cambiado tan radicalmente en tan pocos años que quien no se siente cambiado e identificado con el presente está fuera del mundo, prisionero del pasado, como es el caso de Púa; y quien sí lo ha hecho, bien puede suscribir las palabras de Neruda a su amada: «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». 








domingo, 5 de noviembre de 2023

Carta de una desconocida – Stefan Zweig

 


Basta el primer párrafo para hacer ver al lector que el coprotagonista de esta historia es un escritor bon vivant y feliz ciudadano libre de su propio y privilegiado mundo, el cual tiene cierto parecido a la inopia.

La otra coprotagonista, que además se convierte en la narradora con lo que su peso en la obra se dispara, es la mujer desconocida que, con ocasión de la muerte de su hijo, ha escrito una voluminosa carta al escritor, quien la lee a la vez que el lector. O, mejor dicho, el lector la lee a través de los ojos del escritor, lo que, sin duda, produce un efecto perturbador, porque el lector, como el destinatario de la carta, trata de entender, de explicarse, de adivinar, de averiguar… Incluso el lector queda convertido en un chismoso, porque intenta anticiparse a la lectura del escritor para averiguar qué alegrías o soponcios lo esperan. La obra, en realidad, es esa carta y las preguntas que deja flotando sin llegar a formular.

El argumento es conocido, pero solo lo voy a sobrevolar para no destripar demasiado a quien no haya leído esta obra: la desconocida lo es porque no llega a decir su nombre y porque, aunque puede resultar identificable para el destinario de la carta, solo al final tiene certeza el lector de si la desconocida lo era realmente o no para el escritor. ¿Y qué cuenta la desconocida en su carta? Su vida. Que es tanto como decir su obsesión.

Dicho lo cual, me permito apuntar algunos temas que esta brevísima obra, tan contundente que seguro que es difícil de olvidar, deja para la reflexión.

El primero, si se pueda amar lo desconocido. Porque, ¿hasta qué punto la desconocida conoce al hombre al que ama? ¿Y hasta qué punto podría él amarla? ¿Y por qué motivos puede alguien amar así?

Lo segundo, al hilo de lo anterior, las diferencias entre amor y obsesión y la relación entre ambos conceptos.

En tercer lugar, los efectos sobre nuestra vida de la indiferencia espontánea de los demás, así como la relación entre indiferencia y soledad.

En cuarto lugar, hasta qué punto somos responsables o culpables de los sentimientos de los demás y de la influencia de nuestros propios actos en cada una de las personas que se nos cruza en la vida. 

Y en último lugar, qué sentido tiene la carta de la desconocida. Por qué la escribe. Cómo espera que se sienta el destinatario. Cómo debe sentirse. La respuesta a la primera pregunta parece compleja: ¿venganza, testimonio, echar en cara, postrera reivindicación, búsqueda de alivio, despecho? ¿No es contradictoria su conducta vital, tan discreta, con esa carta final? Que cada cual elija respuesta, pero debe siempre sobrevolar una idea tristemente pragmática: quizá para el autor no fuera esencial lo que podamos pensar sobre este asunto; a fin de cuentas, probablemente la desconocida «escribió» esa carta solo para que hubiera novela.

          Una joya de la literatura.






domingo, 22 de octubre de 2023

¡Ay, madre! - La detención de los Reyes Magos

 



¡Ay, madre! Nueve años después de la publicación de mi última novela vuelvo a las librerías. Esta vez con La detención de los Reyes Magos. De nuevo de la mano de Mira Editores.

Ignoraba si me había retirado o no. Y sigo igual, porque no me atrevo a decir si volveré a escribir y a publicar. Nada me ata a hacerlo.

Pero no es momento de hablar de mí, sino de lo que podéis encontrar en esta novela en todo diferente a las anteriores, con las que sí comparte la importancia del humor.

En La detención de los Reyes Magos podréis contemplar –cuales dioses desde el Olimpo- cómo se teje el azar humano. Quizá incluso lleguéis a preguntaros sin existe algo distinto a él; o si llamamos «destino» a la imposibilidad de controlar nada.

Cuando sobre una maraña de acciones, causas y efectos se hace luz por escrito, hablamos de novelas corales, porque la voz de la historia no es la de uno o dos protagonistas, sino la del coro de personajes que se condicionan entre sí sin saberlo ni pretenderlo e incluso sin conocerse; y la letra del cantar no cuenta una historia individual, sino colectiva. Cuando además se producen situaciones chocantes que encajan entre sí avanzando hacia lo insólito, hablamos de enredo. Si además la mayoría de los actos causantes de dichas y desdichas tienen su origen en las debilidades humanas y el autor es comprensivo con ellas, el lector tiende a contagiarse: siente hacia los personajes el mismo cariño; es indulgente con los torpes, solidario con sus damnificados, se emociona con las alegrías, se entristece con las penas, se desazona con la amargura, se alivia con los desenlaces, festeja la suerte de los buenos y más cerca está de propinar una colleja a los ruines que de desearles mal alguno.

Bueno… ¿Qué quiero decir? Cuando publicas un libro son legión los que valoran su éxito o fracaso en función de las ventas. No sorprende en una sociedad mercantilizada. Y cuando publicas deseas, por supuesto, vender todo lo posible; por el reconocimiento que implica para tu novela, y para corresponder al editor que ha puesto en ella trabajo, dinero y esperanza; y hasta por vanidad. De hecho, escribo estas líneas para dar a conocer esta novela y que llegue a cuantos más lectores, mejor. Pero la definición de éxito es mucho más sencilla cuando uno escribe sin otro motivo que el deseo de hacerlo: sientes el éxito cuando, parafraseando a Woody Allen, lo que has conseguido hacer es casi igual a lo que querías hacer.

Con esta definición, que es también la mía porque es la del sentido común, llevo teniendo éxito con La detención de los Reyes Magos desde que la di por concluida hace ya años. Y el lector tendrá éxito si en sus páginas encuentra lo que espera o incluso algo mejor. 

         De modo que, potencial lector que lees estas palabras, la historia de La detención de los Reyes Magos responde a lo que he dicho hace tres párrafos. De ti depende ir a buscarla.

Si así lo haces, gracias por la confianza. Ojalá esta novela escrita por el placer de escribirla satisfaga tus expectativas y estos Reyes Magos te traigan primero una grata lectura y tras ella un buen recuerdo.


miércoles, 27 de septiembre de 2023

Vivir deprisa - Brigitte Giraud

 


 

                Quienes han sufrido o vivido de cerca ciertos tipos de accidentes o situaciones inesperadas y traumáticas es frecuente que no dejen de preguntarse por el cúmulo de casualidades que los condujo a la desgracia: haber estado en un determinado  y mínimo lugar tan solo un segundo antes o después hubiera cambiado todo. Incluso la muerte por la vida.

                Y son tantas las cosas que de las que puede depender ese segundo… Cualquier minucia que ni siquiera tiene por qué afectarnos directamente: basta con que le afecte a cualquiera de esos desconocidos que al cruzarse con nosotros nos hacen acelerar o aminorar el paso durante un instante. Si algo los hubiera retenido lo justo para no interferir… Una llamada, una duda, una mirada a un gorrión picoteando migajas de pan...

                Si lo pensáis, las circunstancias que podrían haber evitado ese segundo fatídico son infinitas. Siempre hay infinitas oportunidades para salvarse, y, sin embargo…

                Unos lo llaman «destino» otros dicen que lo ocurrido «estaba de Dios» y otros nos quedamos sumidos en el estupor. Pero antes o después, quien más y quien menos piensa que el instante trágico fue resultado de la concatenación de tantos detalles ínfimos que nadie hubiera podido prever, controlar, advertir, prevenir… Hay que asegurarse, porque la conciencia lo exige, porque la sensación de culpa nos atenaza ante la certeza de que cualquier cosa pudo haberlo cambiado todo. En defensa propia hay que investigar el azar hasta rendirnos ante él. Y si no es así…

                Y si no es así te sucede lo que a Brigitte Giraud, que en este libro autobiográfico, ganador del Premio Goncourt, expone la infinita secuencia de los «y si…» que pasaron por su cabeza al perder a su pareja en un accidente de moto. Un libro que consigue a la vez tres cosas maravillosas (para el lector, claro): por una parte, reconstruir con un detalle mayúsculo una determinada jornada junto con todos los antecedentes que llevaron a ella y permiten entenderla; en segundo lugar, dotar de una profunda significación a todos y cada uno de los minúsculos hechos de la vida (quizá en eso consista vivir deprisa, en ser consciente de la potencial importancia que todos nuestros actos tienen para nosotros y para el resto de mortales) de modo que el lector no deja de cavilar acerca de cómo puede influir en cualquier vida, propia o ajena, el gesto más nimio; y, en tercer lugar, la autora logra transmitir su intensa sensación de desorientación, de la incomprensión que sigue a un drama cuya existencia o no pudo depender de un estornudo, de una tos, de que un coche se detenga delante de ti en un semáforo, de…

                Hay que vivir deprisa, porque nada es controlable y todo puede poner fin a la existencia en cualquier momento. Vivimos deprisa, aunque no queramos ni lo sepamos, por ese mismo motivo.

                La lectura hace honor al título: esta obra se lee deprisa, porque es clara e interesante, con el único «pero» de que algún detalle anticipado el lector no sabe muy bien dónde situarlo hasta que el día de autos, si puede llamarse así, acaba de coger forma, pero se puede perdonar esa leve sensación de confusión con la posterior satisfacción de ver las piezas encajar.

                Vivir deprisa deja al lector anonadado: tienes la sensación de que si mueves un dedo vas a desencadenar una hecatombe; y de que, si no lo mueves, también; con lo que al final, al terminar la lectura, vuelves a tu realidad encomendándote a todos los dioses porque no te fías de ir a estar en este mundo dentro de cinco años, ni de cinco días, ni de cinco segundos. A fin de cuenta, son los que dominan el destino, que más valdría llamar azar. O caos.

                Un gran libro. Breve. Rápido. Y muy bien editado, como todos los de Contraseña, en cuyo catálogo es complicado, quizá imposible, encontrar algo que no merezca la pena.



lunes, 18 de septiembre de 2023

No te veré morir – Antonio Muñoz Molina

 


Hablando de amores, ¿quién no ha adoptado alguna vez decisiones cruciales, puntos de inflexión que a la vez son apuesta y renuncia?

O, dicho de otro modo, en el laberinto de la vida no hacemos más que elegir un camino en cada encrucijada. Así pasan los años y, cuando ya estamos lejos de todas partes menos del final del camino, seguro que no son pocos quienes rememoran las emociones que no vivieron y hacen balance del viaje, de si eligieron o no la mejor ruta. 

Y es que no es extraño tener más memoria de lo no vivido que de lo vivido. Lo que pudo ser y no fue tiene el atractivo del vértigo, y a su llamada algunas personas responden viviéndolo en sus fantasías o, en algún caso, cuando no han sido capaces de desprenderse de sus obsesiones, hasta en sus sueños.

Es el caso del protagonista de esta historia, un español que, en 1967, con veintimuchos años, se largó de España a Estados Unidos, tras haber estudiado en el extranjero merced al intenso sacrificio de un padre volcado en librar a su hijo de las estrecheces intelectuales y de la enloquecida y pavorosa arbitrariedad de la dictadura. Gabriel Aristu, que así se llama el personaje, al marcharse deja atrás al amor de su vida, Adriana Zuber; un amor pintoresco, pues ella, más o menos de su misma edad, en el momento de la despedida ya se había casado con otro. Entre ambos existía amor profundo que ambos conocían sin que ninguno lo hubiera manifestado, quizá porque entre ellos había faltado decisión y sobrado precaución, o porque quizá el respeto al silencio del otro se había confundido con el temor. Sin embargo, el día de la despedida había quedado claro lo que cada uno habría representado y representaba para el otro.

Aunque ese día también queda clara otra cosa: Gabriel se va y Adriana se queda.

Tras una vida exitosa en lo profesional y se diría que también que en lo personal, cuarenta y siete años después (lo que sitúa la acción en 2014) y a los protagonistas en torno a los setenta y cinco años, Gabriel regresa a Madrid para volver a encontrarse con Adriana. No descubro nada porque ya lo avisa la sinopsis.

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué consecuencias?

Lo sabrá quien lea esta historia contada desde diferentes ópticas, porque junto al narrador también otros personajes se dirigen al lector, como un torpe profesor de arte español en Estados Unidos con un pie en la sensación de fracaso y otro en la de desarraigo, quien, sin darse cuenta, nos ofrece una perspectiva privilegiada para contemplar el paisaje. Este juego permite examinar a Gabriel Aristu de arriba abajo y del derecho y del revés. No ocurre lo mismo con Adriana, a quien durante buena parte de la novela el lector ve a través de los recuerdos de Aristu y, solo al final, a través de sus propios actos en el presente.

Qué le ocurre en la novela a los personajes es lo de menos. Lo relevante son sus emociones, que tienen mucho más que ver con su sentimiento de individualidad que de pareja, porque si algo queda claro al final de esta obra es que por más «nosotros» que tengamos en la vida siempre subsiste cada uno de los «yos».

Es así como sabemos que unos pueden haber dejado pasar buena parte de su existencia eludiendo la pregunta de qué vida están viviendo; preguntándose después si han vivido una vida ficticia; o, más adelante, si han podido vivir otra; o, incluso, si han vivido la vida que debían y podían y por no darse cuenta no han sabido disfrutarla. 

Reflexionamos también sobre la importancia de quién toma las decisiones. Quien decide marcharse siempre tuvo la ocasión de no haberlo hecho, y sus sentimientos y sensaciones poco o nada tienen que ver con los de quien solo pudo soportar esa decisión. Mientras que el primero cambió de vida para buscar la que quiso, el otro la cambió para buscar la que pudo. Las decisiones unilaterales rompen el equilibrio: no es lo mismo tener la iniciativa que padecerla, y los roles cambian. Y también los rumbos y, por tanto, las rutas de regreso, si es que las hay. Cuando años después el recuerdo la antigua relación amorosa (o el "recuerdo" de lo que pudo ser y no fue) llama a alguno de los dos al reencuentro para intentar entender algo de la propia vida, es imposible sortear el momento y las razones que cambiaron la condición de amantes por la de «agresor» y «agredido».

Pero si no pensáramos más, nos quedaríamos cortos: los reencuentros entre viejos amantes no solo viven de los días de vino y rosas y de los agravios y desencuentros del pasado. También influye el presente. Y lo hace poderosamente, porque conforme pasan los años las personas se vuelven más pragmáticas, en cierto modo también más egoístas y, sobre todo, o tienen más prisa o no tienen ninguna.

A cierta edad, la cita con la muerte, próxima, ineludible y ya visible en el horizonte, provoca en cada cual el deseo de ir saldando cuentas (que no ajustándolas) para poder quedar en paz consigo mismo: disminuye el deseo y las fuerzas para hacer o recibir «préstamos» que ya no habrá tiempo u ocasión de devolver; aumenta el de devolver lo que debes y, si en algo te es útil, desaparece todo escrúpulo para cobrarte lo que te deben. Hablo, claro, de afectos, desafectos e instrumentalizaciones.

Al final de la novela Adriana, con una única frase, cambia por completo la visión de la historia, y ante el lector queda claro, diáfano, todo lo que pasó y pasa por la mente de esta mujer, y cuál es la relación que de verdad existe y existió entre los dos antiguos amantes. Y, por tanto, quién pasó la vida sabiendo dónde vivía y quién no, si es que alguno lo supo.

Una frase, además, que justifica el título.

Una gran y breve novela que, como toda buena literatura, es mucho más interesante y profunda por lo que hace pensar que por lo que literalmente cuenta.





jueves, 14 de septiembre de 2023

Lores y damas – Terry Pratchett

 



Creo que fue en Brujas de viaje donde Magrat Ajostiernos, la joven bruja más cercana a la medicina que a la magia, acabó a las puertas de ser feliz y comer perdiz junto a Verence, un bufón devenido rey.

Lores y damas cuenta cómo intentaron ser felices y comer perdices. En concreto, la acción se produce en los días previos a la boda, la cual, como todo enlace real, debe ser un bodorrio por todo lo alto incluso en un país tan diminuto como el que sirve de escenario a la novela.

Este planteamiento bastaría a un autor como Pratchett para parodiar las novelas románticas, pero Pratchett complicó aún más la cosa con la presencia de elfos irresponsablemente traídos desde su dimensión por otra joven bruja con ínfulas de ser la única (un personaje clave, pero prácticamente abandonado por el autor), lo que fuerza la intervención de las otras dos brujas ya conocidas por los asiduos del Mundodisco: Yaya Ceravieja y Tata Ogg, cuyos jabalinescos encantos hacen tilín en algunas personas (o seres parecidos): el mismísimo archicanciller de la Universidad Invisible y un enano, infatigable don Juan con más entusiasmo que resultados. Todo lo cual refuerza los elementos a disposición de la parodia romántica.

Ocurre, sin embargo, que parte de esta parodia (creo que no muy bien hilada) necesariamente se disuelve en la lucha por librar de los elfos al renacuajo reino, la cual, además, se complica por la división entre las brujas y los soponcios que se llevan. Un modo de apelar al corazoncito del lector ya encariñado con ellas.

El resultado es divertido, pero un poco confuso. Esta novela, a mi juicio, está un pelín por debajo de otras de la saga, y estoy convencido de que al bodorrio real se le podía haber sacado bastante más jugo como elemento nuclear del argumento que como marco de la acción.

Una novela más de la saga, a cierta distancia de las mejores.


lunes, 11 de septiembre de 2023

Puro glamour – Aloma Rodríguez

 



Dice la autora, en los agradecimientos, que pretendía que este libro fuera como comer pipas: empezar y no parar. Lo ha conseguido. Las ciento cuarenta páginas de Puro glamour se leen rápido porque el lector siempre quiere una anécdota más de las que, encadenadas, van formando ante sus ojos la vida de una joven pareja y sus tres hijos.

     También confiesa Aloma Rodríguez que el libro comenzó no siendo tal, sino una serie publicada en la web de Letras libres, lo cual explica su agilidad y, también, alguna transición que parece cambiar inopinadamente de rumbo. A pesar de ser deudora de ese origen fragmentario, esta narración en forma de secuencia de escenas consigue recrear con toda naturalidad el mundo de la protagonista.

El título es el primer signo de humor, y de ahí la fotografía que ilustra esta reseña, ya que el glamour de esta historia es todo el que pueda tener la madre de tres churumbeles que no tiene tiempo para nada y va de acá para allá como una bola de pinball, y con su misma voluntad; persiguiendo tareas, sorteando otras, improvisando al hilo de las tribulaciones infantiles…. Puro glamour, sí, a condición de que se entienda por tal estar siempre más cerca del bocadillo de chorizo en la cocina que de la evolución de la nouvelle couisine. Una dama, además, algo despistada, torpe para bastantes cosas, como la conducción, más obligada a mirar el bolsillo de lo que le gustaría, inmersa en el trance de cambiar de ciudad, sumida en la tortura de comprar un piso siempre caro y demasiado pequeño, y rodeada del padre de sus hijos y de un montón de familiares más, cada uno de los cuales parece tocar su propia melodía, aunque al final el conjunto suene armónico.

La historia es la del tiempo inmediatamente posterior al desembarco en Zaragoza tras casi una década en Madrid, y resulta inteligente por cómo la narradora se ríe de sí misma, de sus limitaciones y de todo lo que le sale al revés o distinto a lo imaginado. Si algo hay que buscar en este libro es ese humor que permite lidiar con una cotidianeidad tan alejada del puro glamour que solo pensar en ese término ya resulta irónico. La facultad de vernos a nosotros mismos desde fuera y sonreír en lugar de echarnos a correr es una grandísima muestra de inteligencia.

Lectura rápida, ágil, divertida, que no busca más que hacer pasar un rato divertido riéndose de uno mismo (¿quién no se reconoce en multitud de las peripecias de los personajes?) y con un único problema: dura poco. Cuando terminas, echas de menos a esta familia que, siendo normal, parece un poco loca. Al terminar, quieres más pipas.




jueves, 7 de septiembre de 2023

Un caballero en Moscú – Amor Towles

 



Llegué a esta lectura arrastrado por tal catarata de recomendaciones que estoy seguro de que buena parte del éxito de este libro se debe al boca a boca. Lo merece, porque Un caballero es Moscú es una historia original, bella, narrada de modo claro y conciso, con un tono que juguetea mezclando melancolía y lejana esperanza, y con un ritmo constante, sin altibajos, hasta unas últimas páginas, donde el desenlace (también hermoso y más o menos inesperado) exige una notable aceleración.

El conde Rostov es, a comienzos de la historia, en 1922, un joven aristócrata, culto, sibarita y bon vivant, y todo un caballero fiel a sus valores, a la verdad, al respeto y a la educación más exquisita. Y siempre bienintencionado. Es un hombre que ha recorrido mundo y al que la revolución de 1917 sorprendió en París, aunque acabó regresando a Rusia. Allí fue detenido y hubiera sido ejecutado por el delito de ser aristócrata de no ser porque, años antes, hacía firmado un poema en el que vagamente se hacía un llamamiento a la rebelión. El poemita le salva el pellejo; gracias a él la condena no es a muerte sino a arresto domiciliario perpetuo. Claro que su domicilio es el Hotel Metropol, un famoso hotel de lujo casi enfrente del Teatro Bolshoi, a tiro de piedra del Kremlin, de la Plaza Roja y de la catedral de San Basilio.

No descubro nada. Todo esto lo sabe el lector en las primeras páginas.

Hotel Metropol, en el centro de Moscú. La cárcel del conde Rostov.

Y, a partir de aquí, la novela. La adaptación del protagonista al arresto, a las limitaciones, a la escasez de recursos, al radical cambio de vida. En este proceso el conde enseguida se hace con el cariño del lector. ¿Por qué? A ver cómo lo explico.

Hace ya décadas los productores William Hanna y Joseph Barbera crearon dos series de dibujos animados muy parecidas: los Picapiedra y los Supersónicos. Ambas se emitían a la vez, en las mismas franjas horarias, iban dirigidas al mismo público, las dos giraban en torno a un matrimonio con dos hijos –niño y niña- y una pareja de amigos; incluso los personajes de las dos series compartían estética. Ambas familias se enfrentaban a situaciones y problemas parecidos. La primera serie ocurría en la prehistoria y la segunda en un futuro de ciencia ficción. Todo era igual entre ellas, salvo esta última diferencia. Sin embargo, los Picapiedra fueron un éxito rotundo y los Supersónicos un fracaso. ¿Por qué? Parecía inexplicable, hasta que alguien llegó a la conclusión de que los Picapiedra caían mucho mejor porque con muchos menos recursos que los espectadores de la segunda mitad del siglo XX, hacían lo mismo que ellos; en cambio, los Supersónicos, con muchísimos más medios tecnológicos que en aquel presente, no eran capaces de hacer más de lo que hacía el público que los veía.

Bueno, pues por eso mismo cae tan maravillosamente bien el conde Rostov, el caballero en Moscú, porque aislado en un hotel y desterrado de su suite, solo, sin medios, sin apoyos, sin nada que hacer en todo el día más que dejar pasar las horas, se las apaña para, de un humor unas veces meritoriamente sostenido y otras sinceramente excelente, seguir siendo la persona culta, amante del arte, sibarita, refinado, educado y presumido que había sido cuando en lugar de ser un preso era un aristócrata. Rostov siempre consigue ser él mismo, incluso cuando las circunstancias son las más propicias para hundirlo. 

      Esa fidelidad a su propia personalidad queda reflejada en el modo en que trata algunos objetos: la mesa que heredó de su padre, el ejemplar de Ana Karenina, el manuscrito de uno de sus amigos… Rostov siempre es Rostov incluso cuando el mundo en el que se desarrolló su personalidad ha desaparecido. Y el autor nos hace cómplices de ello llamándolo conde no solo por boca de los personajes sino también del propio narrador hasta el final de la historia, pese a que los títulos nobiliarios habían dejado de existir en Rusia ya antes del momento en que transcurre la primera línea.

Y en el hotel el conde encuentra amistad –Un caballero en Moscú es también una gran novela sobre la amistad-, relaciones sociales y hasta sexo y, sobre todo, el refugio en dos personas tan desamparadas como él: dos niñas pequeñas. Pero que conste que, si el desamparo los une, el conde en ningún momento está dispuesto a darle la más mínima ocasión de triunfar. Entre los amigos, el maitre, el chef, el barman… porque es difícil desempeñar esos oficios en un lugar tan selecto como el Metropol sin ser también unos sibaritas rendidos a los placeres antes que al propio ego. Y ya se sabe que Dios los cría y ellos se juntan.

La situación política es un marco difuso, que se filtra en el hotel sin llegar a arrasarlo –aunque sí a cambiarlo y a conducirlo a través de los años a una cierta decadencia, más acusada al principio- de modo que hay una vida fuera de sus paredes de la que el lector se entera poco, solo lo necesario. No siendo la situación política «el malo de la película», ese papel le corresponde a un solo personaje que tampoco es exactamente un malvado, sino un tipo mediocre y acomplejado (porque aquí no se opone bondad y maldad sino exquisitez y mediocridad) que trata de hacer valer su posición jerárquica simplemente para demostrar quién manda allí. El Hotel Metropol, uno de esos hoteles de leyenda, ofrece al lector varios escenarios recurrentes que, además, permiten dar variedad a la vida del protagonista: primero, los pintorescos aposentos del conde, con un punto de absurdo que recuerda a los hermanos Marx; en ellos encuentra la intimidad donde se enfrenta a sí mismo para seguir siendo el que es; en contraste, el Boiarski, un restaurante de lujo del que el conde es habitual y que sirve para satisfacer sus necesidades más elevadas y aparentar, ante el resto, que sigue manteniendo una posición -no social, sino personal- tan privilegiada como cuando existía la aristocracia; el Piazza, un restaurante más sencillo; y el distinguido bar Chaliapin, donde por la noche coindicen, por la localización del hotel, interesantes personajes de todo corte, lo mismo provenientes de las artes que de la política. El mundo del conde se extiende hasta lo que abarcan las dependencias de un hotel tan grande y fastuoso: recepción, cocinas, almacenes, pasillos, suites, azoteas donde uno se topa con gente inesperada… Como fuera de él, en el Metropol se pueden ver paisajes sublimes y lugares sórdidos. El Metropol no deja de ser, en esa novela, un mundo a escala.


Boiarski



Chaliapin

La acción transcurre a lo largo de más de tres décadas, de modo que el joven conde, treintañero, que conocemos al principio, acaba siendo un sesentón, del mismo modo que las niñas que se cruzan en su vida acaban siendo adultas, y del mismo modo en que sus amores –o más bien, lo más parecido al amor que encuentra- comienza siendo una joven atractiva y termina siendo una mujer todavía atractiva, pero más que madura.

Me han gustado mucho algunos detalles sicológicos, pero hay uno para el recuerdo: en la situación de vacío de poder tras la muerte de Stalin, con múltiples dudas acerca de quién va a ser su sucesor, las conclusiones sacadas de una cena a la que asisten los cuarenta y seis grandes capitostes del régimen sin que se les asigne un asiento concreto es de una lucidez y un realismo apabullante. Y el modo en que luego se aprovecha ese dato para el devenir de la novela es, además, brillante.

El desenlace supone un buen y gran final, con un giro sorprendente que hace pensar que Un caballero en Moscú es, también, más novela de amor de lo que el lector ha pensado a lo largo de sus páginas, así que conviene estar atento a los detalles, porque es en ellos, siempre, donde se juega la realidad de cómo es cada persona. Esta obra es agradable, también, porque muestra que el camino a la felicidad no pasa ni por el poder, ni por las posesiones materiales ni por las apariencias, sino por la despreocupada fidelidad a uno mismo y por la valentía de adaptarse; sabemos, también, que no se necesita a nadie para alcanzar esa felicidad, pero sí para compartirla.

En resumen, una muy buena novela, con un fuerte aroma a literatura clásica folletinesca, sobre cómo ser fiel a uno mismo, a su modo de ser y a sus valores sin hacer daño a nadie, apoyándose en las afinidades, oportunidades y situaciones de las que surgen la amistad y los amores profundos. Estoy convencido de que esta lectura es de las que se recuerdan durante años.




jueves, 31 de agosto de 2023

El caballero invisible – Valerio Massimo Manfredi

 


Se puede escribir una novela histórica sumamente breve y en la que el autor no ejerza, además de como novelista, como exhibicionista de saberes y guía de lectores a quienes supone ignorantes. Manfredi lo consigue en esta obra, aunque también hay que decir que no se mató para escribirla.

La razón de la última afirmación es que el argumento, de puro simple, más parece un fragmento de una obra mayor. Estamos en la Edad Media. En el norte de España un misterioso caballero hace a otro, que iba camino de reunirse con el rey para pelear en defensa de los reinos cristianos y de la fe, un encargo no menos intrigante: llevar un paquete, cuyo contenido no puede examinar, a un lugar que solo el encargado conoce. Es su escudero el que nos cuenta la historia del peregrinar a ese destino, peregrinar salpicado por la presencia de un cura guerrero con poca pinta de religioso que se ofrece a acompañarlos (he ahí un toquecito de intriga facilón, por cuáles serán las verdaderas intenciones del caballero) y por los diferentes asaltos y tretas con que los musulmanes intentan apresarlos incluso en territorio cristiano para hacerse con el paquetito.

Relato lineal, sin sobresaltos ni por parte del argumento ni del lenguaje. Un argumento más sencillo imposible: una «misión-huida» sorteando problemas. Millones de veces visto en el cine. Obviamente, al final se sabe dónde iba el caballero, quién es quién y qué contenía el paquetito. Pero eso, lógicamente, no lo voy a contar aquí.

Una lectura poco exigente para leer de una sentada y entretenerse. 


lunes, 28 de agosto de 2023

El Pasmo de Palermo – Vincenzo Consolo

 


El pasmo alude al desmayo (spasmo) de la Virgen al ver a Jesucristo camino del Calvario, y, por ende, a la pintura de Rafael encargada para el Monasterio de Santa Maria dello Spasimo en Palermo, titulada «Caída en el camino del Calvario» o «El Pasmo de Sicilia», expuesta en el Museo del Prado.

Cosa distinta es que para llegar desde las páginas de la novela a las razones del título haya que currárselo, porque El Pasmo de Palermo es una novela, aunque muy breve, compleja y de complicada lectura. Y, para colmo, yo la leí en el peor momento posible. Que nadie espere milagros de esta reseña.

La calidad de la obra se ve en cada línea, por lo cuidado del lenguaje y la estructura, por el modo de contar mucho diciendo poco, y por lo profundo de lo que cuenta. El Pasmo de Palermo es una denuncia sobre la violencia congénita en Sicilia.

El protagonista, Gioacchino, que tiene puntos en común con el autor, de niño se enfrenta a la muerte de sus padres bajo la ocupación alemana, muerte de la que tiene motivos para sentirse culpable, aunque también para lo contrario. Más tarde, ve como la salud mental del amor de su vida sucumbe a la presión de la mafia para arrebatarle los terrenos donde se asienta la casa familiar; años después su hijo Mauro es acusado de terrorismo y se ve obligado a huir a Francia, donde se encuentra con su padre. Finalmente, ya anciano, Gioacchino vuelve a Sicilia y, a su pesar, comprueba del modo más traumático posible que nada ha cambiado hasta el punto de que todo se ha vuelto aún más sórdido y terrible.

Una novela sobre la impotencia y la incomunicación, que suelen viajar juntas y provocar el miedo y, tras él, los efectos deseados por quienes lo promueven.


miércoles, 23 de agosto de 2023

Buenos días, tristeza – Françoise Sagan

 



                Comencé este libro pensando que «buenos días, tristeza», bien pudiera ser la expresión con que alguien despierta el día siguiente de haber enterrado, con serenidad, a un ser amado e irreemplazable. Bueno, pues quien llegue al final de esta conocida obra comprobará si me equivoqué o no.

                Cécile, diecisiete años, está pasando el verano en un casoplón en la playa, junto a su padre, un cuarentón viudo, alegre y seductor que va de amorío en amorío sin que a su hija le importe, precisamente porque la brevedad de esas relaciones no enturbian la camaradería y compenetración existentes entre ambos. Pero he aquí que, estando el caballero en medio de una de esas relacioncillas, aparece Anne, una vieja amiga tan elegante, inteligente, culta y distinguida que su sola presencia, por contraste, resalta la frivolidad y banalidad en la que viven Cécile y su padre. Pero hay más, claro. Anne no es como las demás. Ha venido a quedarse.

                Y a partir de aquí, la protagonista, que es también la narradora, nos cuenta –sin miedo a reconocer su egoísmo y en ocasiones su racional irracionalidad- cómo consigue manipular a todo el mundo con la finalidad de que nada cambie entre ella y su padre. De alguna manera aplica al ámbito doméstico el gatopardesco cambiar todo para que nada cambie.

                En eso consiste este breve y brillante libro: en señalar los puntos flacos de cada cual y la estrategia seguida por Cécile para golpear en ellos una y otra vez hasta abrirse paso según sus deseos, lo cual no le impide tener dudas y, a veces, hasta remordimientos.

                La exposición es tan clara, sencilla y directa que la apabullante sinceridad puede llegar a enmascarar la crueldad y el cinismo. Anne usa su posición de superioridad para hacer valer sus deseos y tratar de ganarse a Cécile. Esta, a su vez, se adapta más o menos a esa situación, pero solo formalmente, porque en realidad la boicotea.

                El duelo de argucias sicológicas es espectacular, muy bien organizado y explicado. Y el final… Un final también espectacular, por lo contundente e inesperado, que sitúa a cada cual en su lugar y acaba de abrir los ojos del lector no solo por lo que sucede sino por la actitud posterior que la protagonista confiesa.

                Una breve y magnífica obra.