Hace ya mucho tiempo que leí la última novela de la pareja
de la Guardia Civil formada por Bevilacqua y Chamorro, ya evolucionada a trío por la
presencia del jovencillo Arnau. Aunque, en realidad, todas, al estar escritas
en primera persona, son más bien las peripecias del primero. Y es una pena que
las haya leído hace tanto tiempo, porque en La marca del meridiano aparecen
personajes de, si no recuerdo mal, La reina sin espejo (aunque debería confirmarlo), y si los hubiera tenido algo más frescos
seguro que hubiera disfrutado más con algunos detalles.
Dos cosas quiero destacar de La marca del meridiano.
La primera, los “hechos”. La aparición en La Rioja del
cadáver de un guardia civil jubilado, con evidencias de tortura, que además fue
compañero y maestro del protagonista, evoluciona de forma lógica e interesante,
hasta hacer desembocar la investigación en los mundos donde pueden ocurrir
estas cosas, mundos lo bastante amplios como para que la figura de un culpable
se difumine en un primer momento; aunque luego, y aquí la historia endereza el
rumbo hacia el resultado final, navegando por ellos se concreta el quién y el porqué. La forma en que se avanza es sencilla: siguiendo pasos "de manual" en una
investigación (aunque no todos), con lo cual enseguida se sabe por dónde van
los tiros. Es un recurso ya utilizado en la novela precedente de la serie, La estrategia del agua, y
que a mí, personalmente, me gusta porque le da verosimilitud, aunque conozco a
quienes prefieren otro tipo de estructura. En resumen, una historia bien
urdida, en la que el entorno basta para despertar la duda y el interés del
lector por saber el desenlace sin necesidad de trucos, artificios, ni
demasiadas de esas “casualidades” que solucionan tantas novelas.
Más dudas tengo respecto a los personajes. Lo que voy a
decir no sé si es un elogio porque han sido dotados de una inconfundible
personalidad, o una crítica: Bevilacqua es un pesado. Es un “anciano de
cuarenta y muchos años” que se pasa la novela, como las anteriores, explicando
sus razones para hacer cada cosa tanto en el ámbito profesional (lo cual es comprensible)
como en el personal. Desde trabajar a tomarse un café, todo requiere
explicación, todo es capricho, recompensa, necesidad o lo que sea; pero ha de
explicarlo. Es un trauma andante. O un acomplejado que va con sus
justificaciones por delante. La consecuencia buena es la que he apuntado al
comienzo del párrafo; la mala es que a veces llega a resultar cargante. Como
también lo resultan en ocasiones sus filosofías (demasiado solemnes para lo
superficiales que son) y la reiterada exhibición de una escala de valores
basada en la honradez, la profesionalidad y la victoria sobre la tentación (por
más que en esa novela sepamos que el caballero tuvo, años ha, sus problemillas
con la decencia). Y añadiría otra cosa: cierto “buenismo” que le hace
equilibrar con sus palabras a cualesquiera otro personaje que exprese opiniones
polémicas, de forma que todo lector, piense blanco o negro, encuentre en la novela
un apoyo a sus argumentos.
En cuanto al humor, hace tanto que leí las primeras novelas que lo que voy a decir no es más que una impresión: no hay ya el mismo humor o, mejor dicho, ha desaparecido el filtro humorístico con que el entonces sargento Bevilacqua afrontaba las cosas. Esto no es ni bueno ni malo, pero sí es interesante, porque de aquellas novelas a esta el personaje ha envejecido, y, en consecuencia, ha cambiado. Esa evolución, desde el humor del jovenzuelo que ve las cosas con cierta superioridad, hasta la ironía o a veces la desgana de quien está a punto de dejar de ser cuarentón, me parece meritoria y bastante equilibrada a lo largo de las novelas.
En cuanto al humor, hace tanto que leí las primeras novelas que lo que voy a decir no es más que una impresión: no hay ya el mismo humor o, mejor dicho, ha desaparecido el filtro humorístico con que el entonces sargento Bevilacqua afrontaba las cosas. Esto no es ni bueno ni malo, pero sí es interesante, porque de aquellas novelas a esta el personaje ha envejecido, y, en consecuencia, ha cambiado. Esa evolución, desde el humor del jovenzuelo que ve las cosas con cierta superioridad, hasta la ironía o a veces la desgana de quien está a punto de dejar de ser cuarentón, me parece meritoria y bastante equilibrada a lo largo de las novelas.
Y termino con otra reflexión en torno a los personajes: que Bevilacqua hable en primera persona, dirija la
investigación y tome las decisiones, da a todas las novelas de la pareja, y
esta no es la excepción, una visión parcial y entrecortada del resto de
personajes, en especial de Virginia Chamorro. La consecuencia... Si Bevilacqua
se tiene por un pobre diablo que ahí se ha quedado, en su puestecillo, para los
restos... ¿no cabrá decir lo mismo de Chamorro, para quien también pasan los
años y ahí sigue, en el mismo sitio, y a las órdenes del mismo individuo que
dice de sí mismo que no es nadie? Si él es un pobre hombre con una vida
personal echada a perder por el trabajo absorbente y un matrimonio fallido,
¿qué es Chamorro, con un trabajo igual de absorbente y más sola que la una sin
que se llegue a saber nunca si es por decisión propia, porque el trabajo no le
deja otra opción, o por incapacidad afectiva? Para colmo, como el propio
Bevilacqua llega a decir, a Chamorro se le está pasando el arroz. A la vista de
estas consideraciones podría decirse que la ahora sargento es más o menos lo
mismo que el ahora brigada. Pero no. Son personajes con un perfil muy
diferente, aunque, como digo, con el problema de que el de la sargento queda
diluido en la omnipresencia del brigada. Digamos que a Chamorro le es aplicable
el “no quisieron andar otro camino, no quisieron vivir de otra manera” del
homenaje a los caídos de la Guardia Civil, mientras que a Bevilacqua le
encajaría mejor un homenaje del tipo “no supieron andar otro camino, no
supieron vivir de otra manera”.
Estupenda reseña y muy buen análisis de los personajes. No he leído nada de Silva y me quedo con ganas de leer los anteriores, más que este. Curioso que haya escrito para el premio la continuación de una serie ya publicada.
ResponderEliminarBueno, el tema es claro. Pero no es infrecuente. El propio Silva ganó el premio Nadal en el año 2000 con la segunda novela de estos personajes (El alquimista impaciente, de la que guardo un gran recuerdo). Y, si no me equivoco, en los años 80 a Francisco González Ledesma le dieron el Planeta con "Crónica sentimental en rojo", que era la segunda o tercera novela del inspector Méndez, aunque creo que el personaje estaba en ese momento recién nacido. Pero vamos, entiendo lo que dices.
ResponderEliminar