Imputados
por corrupción en el gobierno autonómico, en el parlamento autonómico, en todas
las diputaciones provinciales y en los principales
ayuntamientos. Ninguna institución relevante en la Comunidad Valenciana se
salvó. Con la cúpula de todas ellas con esos problemillas, el «caso
aislado» más parecía la honradez que el delito. Este desdichado pleno que ocupó
los titulares de la prensa hace unos años seguramente justificó que Lorenzo
Silva situara la acción de Los cuerpos extraños en un innominado municipio
valenciano. La falta de bautismo seguramente es intencionada: demasiados podían
verse representados por ese municipio innominado. Y, supongo, mejor no herir
susceptibilidades, que ya se sabe que por más corruptos que sean los míos, los
otros siempre lo son más. Además, la credibilidad estaba asegurada.
Los
cuerpos extraños es la octava novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro.
Durante unos años leí las anteriores con enorme interés, y cuánto las disfruté,
hasta que La marca del meridiano me detuvo por las razones que quien le
interese podrá leer en su reseña en este mismo blog.
He
tardado años en volver a Bevilacqua, pero no me arrepiento de haberlo hecho:
tras unas pocas páginas de adaptación a lo repollo que resulta a veces el
personaje por cómo se expresa y por la cierta impostura derivada de su
contradictoria mezcla de humildad y suficiencia, tras esa breve adaptación
necesaria para que el personaje vuelva a resultarte simpático, digo, me he encontrado
con una novela muy buena, bien estructurada, que no se pierde en recovecos ni
disertaciones inútiles, que se lee bien y que además de contar una historia atractiva
contiene suficientes elementos como para hacer reflexionar sobre muchos e
importantes temas.
La
alcaldesa un municipio valenciano aparece asesinada en otro municipio cercano.
Se trata de una mujer joven, de ascendencia danesa, con empuje, iniciativa y,
sobre todo, con la voluntad de erradicar cualquier cosa que huela a corrupción.
El asunto, lógicamente, le toca a Bevilacqua y Chamorro, y el desarrollo de la
novela es, una vez más, el de una investigación, si bien en esta ocasión (y a
diferencia, creo recordar, de La estrategia del agua) no encontramos el simple
relato del proceso que conduce de la oscuridad a la luz sino que,
afortunadamente, Lorenzo Silva plantea el útil recurso literario de ofrecer
diferentes alternativas, lo que permite captar mejor la atención del lector. Y
si hay diferentes líneas de investigación es porque, además de los tejemanejes
de la corrupción y de la permanente posibilidad de que la delincuencia común
tenga algo que ver, hay otros elementos a tener en cuenta: la actividad sexual
de la finada, que era de todo menos aburrida, lo cual abre mil posibilidades
vinculadas a los celos, las rupturas, los chantajes, los deseos...
No poco
ayuda al interés de la novela –teniendo en cuenta el pelaje del lector medio-
que los malos tienen un perfil reconocible; es complicado reconocer a un
personaje degradado de los bajos fondos, pero la clase media tan abundante en esta novela está plagada de
trepillas con ínfulas, hambrientos de poder y dinero, los cuales, creyendo siempre más tonto a su
interlocutor, se pintan a sí mismos majísimos con el pincel de las buenas
palabras y de su catálogo de soluciones a los problemas del mundo, mientras de reojo
comprueban si te están consiguiendo engañar y qué gallina es la siguiente que
pueden robar. Atención también al esmero que el autor pone en representar bien las interioridades de la Guardia Civil y sus relaciones de poder.
La
conclusión, una vez más, es que la corrupción es el delito más cutre,
salchichero y mezquino, porque así como el delincuente común no
suele ocultar a los suyos su condición marginal, el corrupto se rodea de lo contrario a lo que es:
de solemnidad. Por eso, cuando es pillado y la solemnidad cae a plomo, el
corrupto pasa de referente social a robagallinas en pelota.
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