Excelente
novela de Lorenzo Silva con una trama interesante, realismo en los
procedimientos policiales que aporta conocimiento y no exhibición, un escenario
espectacular que casi toda España
desconoce, y una buena dosis de información enriquecedora sobre la delincuencia
y negocios oscuros vinculados a la explotación abusiva y especulativa de lo electrónico.
El
escenario es de una complejidad abrumadora: Gibraltar y alrededores. Cuando
estar solo unos metros aquí o allá, por tierra o por mar, implica cambiar una
legalidad moderna por otra muy parecida a la alegalidad, con un puerto, el de
Algeciras, donde a diario recala un volumen ingente de mercancías procedentes
de todo el planeta, donde convive el lujo de lugares como Sotogrande con zonas
de paro rampante en las que el contrabando es medio habitual de vida y donde,
además, la cercanía con África –y consecuentemente, otros regímenes legales-
provoca todo tipo de movimientos económicos interesados, contrabando y,
también, movimientos de personas, de inmigrantes que se juegan la vida y de
mafias que comercian con esas vidas. Características, concentradas en poquísimo
espacio, que atraen actividades no demasiado santas, que se mueven entre el
lavado de dinero, la ocultación de fondos, el traslado artificial de beneficios
y la domiciliación de actividades de difícil localización vinculadas al mundo
electrónico –desde la prestación de servicios legales a servicios ilegales
pasando por otras tan peculiares como la minería de bitcoins-, todo lo cual
transcurre ante las barbas de las autoridades: las de un lado, que combaten las
prácticas ilegales y las del otro, que mantienen una apacible actitud
contemplativa que se parece mucho a la colaborativa. Autoridades, sobre todo
las primeras, sometidas a la presión de que todo conflicto puede tener
consecuencias en las relaciones internacionales. En este ecosistema, cómo no,
florecen abogados e intermediarios, reyes del eufemismo, que ganan dinero a
espuertas organizando tinglados para delincuentes de todo el mundo mientras se
lavan las manos con el jabón de una legislación cuya única finalidad es atraer
los fondos de la delincuencia para vivir de ellos en un territorio tan artificial y diminuto
que no podría vivir de otra cosa. Abogados que si bien no son delincuentes según la legislación de esos territorios, moralmente lo son. Y, pululando por ahí, el
turismo, la gente que se rasca la barriga y se deja los dineros en medio de
todo este lío sin enterarse de nada. En resumen, el caos del mundo moderno concentrado
en pocos kilómetros cuadrados.
Lo que
hasta allí lleva a Bevilacqua y Chamorro, los guardias civiles que protagonizan
la que hasta ahora es, si no me equivoco, penúltima novela de la saga, es el
secuestro del joven propietario de una empresa de servicios informáticos.
La novela
avanza con una sensación de realismo notable. Nada de investigadores pitos,
sino equipos amplios que cubren una cantidad de trabajo considerable, la mayor
parte tedioso; nada de ir hilando hábilmente datos, sino que lector puede ver
cómo se lanza una red a la búsqueda de información y, mientras llega la
importante –si es que llega- se va trabajando la más a mano. Vemos, también, y
suele ser lo más interesante, el modo en que se reconstruye la vida de la
víctima como modo de llegar al culpable, algo especialmente complicado cuando
la víctima se dedica a menesteres que exigen discreción. Vemos, y tampoco es
poca cosa, que también hay que entender la realidad en la que operan víctimas y
verdugos, lo cual puede ser no poco complicado. Y vemos con cierto escalofrío,
por último, el modo en que la tecnología puede utilizarse en contra de las
personas. Lorenzo Silva ha conseguido que su novela aporte una importante dosis
de conocimiento sobre temas que afectan a todo el mundo y de los que casi nadie
sabe nada, lo cual facilita no poco la falta de reproche social a ciertos
delitos.
Y para
los lectores habituales de la saga, todo esto viene aderezado con la presencia
de un mando de la Guardia Civil que, por haber compartido con Bevilacqua
«experiencias iniciáticas» en el País Vasco mantiene con él una relación de
confianza y camaradería. Aunque quizá es un personaje un tanto sobreactuado, imprime
fuerza a la novela (el contrapunto a la frialdad de la tecnología bien puede
ser un humano soltando juramentos y que no hace ascos a ir en línea recta). Al finalizar la novela Silva consigue, además, mezclar el realismo al que antes he aludido con el factor sorpresa, que tanto se agradece en una novela de este tipo. Y,
para colmo, no sé si en respuesta a la infinidad de veces que Lorenzo Silva
había debido de responder a si alguna vez ha habido «algo» entre Bevilacqua y
Chamorro o en respuesta a su propia apetencia, quienes hemos leído todas las novelas
anteriores de la saga salimos de dudas al respecto.
Quizá lo que aparece menos esbozado es el equipo habitual que acompaña a los protagonistas. No supone ningún problema para quienes hemos leído las novelas anteriores, que nos hemos ahorrado reiteraciones, pero quien aterriza en esta sin ese bagaje quizá se sorprenda de la naturalidad con que se da por hecho, por ejemplo, que Salgado es como es, y le cueste un poco darse cuenta de cómo es.
Como
siempre, el narrador es el propio Bevilacqua, que, con su peculiar humor un
tanto gruñón y sarcástico, se dirige al lector en primera persona expresando
constantemente dudas, vacilaciones, temores y, sobre todo, consideraciones de
andar por casa, pero no poco agudas, que tienden a hacer un juicio crítico de
la sociedad y, también, cierto reconocimiento de la impotencia del ser humano
ante el paso del tiempo y de la vida. Y es que Bevilacqua va cumpliendo años y
ya ve cerca la jubilación.
Para mí,
una de las novelas más interesantes de la saga.
Hola,
ResponderEliminarme gustó mucho como todo lo que escribe el autor.
Un beso
A mí también me gusta. De esta saga ya solo me queda por leer la última.
Eliminar