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martes, 20 de septiembre de 2022

Angelina o el honor de un brigadier (un drama en 1880) – Enrique Jardiel Poncela

 



Esta obra forma parte de un volumen publicado por Austral que incluye también otra obra, Un marido de ida y vuelta, ambas caracterizadas, como se avisa en la introducción, por figurar entre las mejores obras del autor, quien las consideró entre sus «obras sin corazón» y afirmó haberlas escrito sin someterse a los dictados del público, al poderse beneficiar ya de un estatus que le permitía escribir como le diera la gana. Y Jardiel, que fue muchas cosas, pero no modesto, no dudó en regalar los mejores elogios a ambas obras.

Escrita en verso octosílabo, que produce sensación de agilidad y gracia, Angelina o el honor de un brigadier puede ser considerada como una parodia de la figura de don Juan. Y, como tal, no deja en muy buen lugar a casi nadie, y menos a don Juan, un tipo que en defensa de su honor no atina ni a matar ni a suicidarse.  

El argumento es conocido: Angelina es la voluble hija del brigadier don Marcial. Se va a casar con el anodino y empalagoso Roberto, pero Germán –de deporte, cazador de damas- se prenda de ella y ambos se dan a la fuga, tras lo que se sabe que Germán, antes, también había seducido a la madre de Angelina y esposa de don Marcial, el cual, como puede suponerse, cuando se descubre el pastel queda tan contento como cualquiera en su lugar.

Los juegos de palabras afilados por la rima, los equívocos, la frivolidad de unos y el papanatismo de otros , transforman desde el comienzo el drama en comedia, hasta el punto de que no habrá espectador que no mantenga una sonrisa incluso en los momentos más luctuosos. Al mismo tiempo, los sentimientos excelsos propios del romanticismo y de los finales felices del teatro que combatió Jardiel, como el amor, quedan reducidos casi a la condición de capricho. Algo similar pasa con el honor, bastante flexible pese al momento en que se sitúa la obra (1880). Ahora bien, salir del enredo por cauces «normales» sin que el humor desembocara en un desenlace humorísticamente fallido que dejara mal sabor de boca, podía ser tan complicado que Jardiel buscó y encontró una «fantasmal» solución final con ambos pies fuera de la realidad, pero ingeniosa y efectiva.

Una obra para leer despacio y habiendo digerido bien la introducción, porque el teatro más que leerlo hay que imaginarlo o, mejor aún, verlo en una sala.




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