«Nessum
dorma» (Que nadie duerma) es un aria de Turandot, la inclusa ópera de Puccini estrenada
hace casi un siglo en Teatro de la Scala de Milán. La ópera cuenta la historia
de la princesa china Turandot, quien sometía a sus pretendientes a una cruel prueba:
quien consiguiera resolver los tres misterios que les planteaba, obtendría su
mano; quien no lo consiguiera, lo pagaría con la muerte. Un argumento inspirado
en una historia persa del siglo XII.
Lucía,
la protagonista de la novela, no tiene tanto genio. Es una informática en paro
reciclada en taxista y algo obsesionada con los pájaros, que ve en todas partes.
Se ha enamorado perdida e instantáneamente de un vecino al solo ha visto
una vez, el cual, para colmo, se ha largado a vivir a otro sitio. El vecino era
un actor que escuchaba con frecuencia Turandot. Sus sones llegaban a Lucía a través de los
conductos de aireación del baño. Solo escuchada así era para ella soportable la
ópera, lo cual, obviamente, es una señal, un dedazo de los dioses señalando al
vecino.
Como
tantos personajes de Millás, Lucía se pone en manos del destino: ¿qué mejor
manera de conseguir el amor de su vida que ser taxista? Basta ir de acá para allá
llevando a unos y a otros para que algún día quien se suba en el taxi sea él. Y
ella estará escuchando Turandot, inevitablemente Nessum dorma, y seguro que en la famosísima interpretación de Luciano Pavarotti. Y entonces…
Y
entonces serán felices y comerán perdices. Pero, mientras tanto, Lucía debe recorrer
Madrid arriba y abajo, que es también Pekín en su imaginación y hasta en los
mapas que lleva en el coche, de modo que su deambular por la vida lo es también
por un mundo de ensueño en el que la realidad se mezcla con la fantasía hasta
que de la fantasía volvemos a la realidad a través de personajes secundarios
que pasan por el taxi provocando efectos sorprendentes y un final más
inesperado aún.
En
resumen: una novela de Millás, que es tanto como hablar de un enorme dominio
del lenguaje, de un tono a un tiempo profundo, informal e irónico, con mezclas
tan extravagantes que cabe hablar de un «humor serio» no sé si pretendido pero inevitable, con
personajes de personalidad múltiple (¿o desdoblada?) que transitan,
trastabillando con un punto de chifladura, por la invisible línea que separa la realidad de la fantasía.
Cada una de sus personalidades se encuentra a cada uno de los lados de esa
línea. Y ya se sabe lo que pasa cuando se avanza: que al mirar hacia delante
todo se confunde en el horizonte. Y hacia allá, hacia esa confusión, avanzan sin
vacilar los protagonistas de Millás.
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