Magnífica novela de humor, en la
que se nota que el autor se lo pasó en grande escribiéndola (entre otras cosas
porque escribió lo que le dio la gana y como le dio la gana) y en la que el lector
no se lo pasa peor. Un humor, además, que sin darnos cuenta nos hace pensar, ya
que se basa con frecuencia en la descarnada denuncia de comportamientos generalizados
aunque poco presentables en sociedad, fundados unos en la incompetencia, otros en
la estupidez, muchos en el egoísmo y el resto en el instinto. Junto a eso coqueteos
con el absurdo, exageración a raudales, comparaciones cómicas de gran fuerza, y
un constante juego con el lector, amén de la forma en que Jardiel se ríe de sí
mismo y de las críticas lanzadas a diestro y siniestro en forma de breves y
contundentes puyas.
Pero...
¿hubo alguna vez once mil vírgenes? es una novela basada en el mito de don
Juan. Pero Jardiel lo hace a su manera. Para empezar don Juan se llama don
Pedro, y ya desde la primera página es un consumado burlador. De hecho, el buen
hombre lleva una contabilidad de conquistas, junto a un archivo donde detalla
las características y táctica de seducción empleada, lo cual ofrece el
caricaturesco dato de más de 37.000 “éxitos” (os voy a ahorrar el cálculo: en
los aproximadamente 20 años de “trabajo” de don Pedro, la media sale a unas
cinco conquistas diarias. Todo un atleta, el caballero). De hecho, don Pedro es
en todo una caricatura del don Juan. Pero la novela alterna las reflexiones del
autor con la acción, y dentro de esta se narran hechos relevantes y anecdóticos
dando a todos ellos la misma importancia. También es muy graciosa la forma de
exposición, que en ocasiones tiene más de análisis que de narración, como
cuando se enumeran, por ejemplo, las razones por las que don Juan es un idiota.
Lo que
en la divertidísima Amor se escribe sin hache es punto final (la idea, poco
original, de que nada desmotiva tanto como alcanzar el éxito), en Pero... ¿hubo
alguna vez once mil vírgenes? es el punto de partida hacia un final completamente
opuesto: qué ocurre cuando la ambición no se ve satisfecha. ¿Y qué ambición puede
verse insatisfecha en don Juan? La de amar. Porque don Juan, el don Juan
clásico, no ambiciona amar, sino jugar con el amor, jugar a ser amado; de ahí
que don Pedro, presentado como su legítimo sucesor, lleve esa contabilidad.
Pero... ¿qué le ocurrirá a don Juan/don Pedro el día en que ame?
No
anticipo demasiado si digo algo evidente: que la pericia profesional
a menudo guarda una relación inversa con el interés personal en un asunto. De la misma
manera que el mejor cirujano suda tinta si quien está tripa arriba en la mesa
del quirófano es su esposa, las artes de don Juan pierden eficacia cuando en
lugar de dirigirse a una “víctima” se dirigen a una persona en verdad amada.
Para
más escarnio del pobre don Pedro/ don Juan, cuando cae víctima del amor, en quien acaba fijándose es en su alter ego femenino: Vivola, que cuenta en su haber con
bastantes más de 37.000 conquistas.
En cuanto a la estructura, los hechos alternan con las soflamas y las reflexiones, lo principal
con lo anecdótico, los dibujitos típicos de Jardiel aparecen allí donde le
parece bien... Nada parecido a lo que se está acostumbrado y, sin embargo, se
lee muy bien, porque tiene el desorden de las conversaciones, y esta novela es una larga conversación entre
autor y lector.
Llama la atención, por último, el tratamiento que durante buena
parte de la novela se da a las mujeres no solo por parte del protagonista, que
de alguna manera es lógico en un don Juan, sino también por parte del autor, lo
que he la granjeado fama de misógino. Pese a que todo gira en torno a ellas, no
salen precisamente bien paradas. Pero digamos también que la novela fue escrita
en 1930, y, por tanto, es complicado saber qué parte de la visión de las
mujeres se debe a la relación del autor con ellas, y qué parte es la parodia de
las críticas que muchos debían hacer desde la mentalidad del siglo XIX (en la
que se habían educado los adultos de 1930) ante una situación de cambio en los
roles sociales que resultaba, para muchos, incluso estrafalaria.
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