En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

Mostrando entradas con la etiqueta Penguin Clásicos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Penguin Clásicos. Mostrar todas las entradas

sábado, 24 de diciembre de 2022

Canción de Navidad - Charles Dickens

 



          Que a finales de 2021, a mis años, aún no hubiera leído nada de Charles Dickens era una buena noticia: significaba que hay más excelentes obras por leer que tiempo en la vida para hacerlo. Así que no hay excusa para desaprovecharlo. Planifiqué conocer alguna de las grandes obras de Dickens en vacaciones, aunque antes, a modo de aperitivo, leí Doctor Marigold. En verano, por fin, leí una de sus más largas y conocidas obras, Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero, como no pude hacerlo en las mejores condiciones, me resarcí más tarde con Historia de dos ciudades. En resumen, que en agosto este ya era mi «año Dickens», ¿así que cómo no terminarlo con Canción de Navidad?

        Claro que una cosa es leer y disfrutar esta pequeña obra y otra reseñarla, porque, ¿quién no la conoce? Si no por haberla leído, sí por haber visto en cine o televisión varias de sus mil adaptaciones.

        Como todo el mundo, algunas he visto, pero me quedo con la lectura: con el cariño que el autor pone en el relato, con el modo en que transmite su deseo de bondad, con que en cada página palpita la ilusión de hacer de la Navidad un periodo mejor. Se diría que fue escrita como una especie de regalo navideño. Y menudo regalo, porque la escritura exige tiempo y el tiempo, como decía José Luis Sampedro, es vida.

        Hablo de todos esos buenos deseos porque hasta el protagonista, el avaro Ebenezer Scrooge, muestra desde el principio el talante necesario para mejorar. Es un tipo que de puro tacaño y avaricioso no se lleva bien ni con su sombra, pero con la mente lo bastante abierta como para ver al mirar. El argumento es conocido: a punto de llegar la Navidad, al usurero Scrooge se le aparece el fantasma de su antiguo socio anunciándole la llegada sucesiva de otros tres espíritus: los de las navidades pasadas, presentes y futuras. De la mano de cada uno de ellos Scrooge se reencuentra con su infancia y juventud, ve aquello del presente que de otro modo tendría vedado, comprende que los demás son más generosos y más felices y acaba viendo que el más rico del cementerio está en las mismas condiciones que el más pobre, razones más que suficientes para metamorfosearse de vejestorio inaguantable en abuelete gentil. Todo basado en la idea que siempre me transmitieron de niño en casa: es más feliz quien da que quien recibe. Y es cierto.

        Publicada cuando Dickens tenía solo treinta y un años, Canción de Navidad es un clásico que ha influido lo indecible. En la actualidad, con las librerías plagadas de novelas negras rezumantes de asesinatos truculentos detallados con obsesivo esmero, un texto como el de Canción de Navidad a muchos lectores les resultará moñas, pero quizá nos iría un poco mejor si todo el mundo fuera capaz de ponerse un poco moñas a la vez. Solo un ratito. Pero un ratito. Aunque solo sea para respirar.

        Un clásico corto, tan conocido por sus secuelas y adaptaciones que bien merece la pena leerlo para que no sean otros los que te lo cuenten.


lunes, 26 de septiembre de 2022

Los papeles póstumos del Club Pickwick – Charles Dickens

 



Una voz autorizada me dijo en Twitter que esta obra era un tostón, pero mi desautorizada voz os dice que me lo he pasado muy bien leyendo sus poco más de mil páginas, y eso a pesar de no pude leerlo en las mejores circunstancias.

Los papeles póstumos del Club Pickwick, publicada en la prensa por entregas cuando Dickens tenía tan solo veinticuatro años, es una delicia humorística que apenas cuenta nada, razón, quizá, por la que es tan agradable. 

Se trata de una obra que tiene mucho de quijotesca, porque su protagonista, el señor Samuel Pickwick, un rentista a las puertas de la vejez, demasiado rico como para confundirse con los pobres y demasiado pobre para ser alguien relevante socialmente, decide, por puro y desinteresado interés antropológico, viajar para dar cuenta a la posteridad de costumbres y datos de cualquier naturaleza acerca de sus congéneres. En su atrevida odisea –que en realidad consiste en ir a la vuelta de la esquina- se hace acompañar de tres jóvenes amigos cuya personalidad, a pesar de protagonizar algunos capítulos, queda pobremente reflejada.

La intención de Pickwick, sin embargo, dura poco. Apenas hay tiempo para sonreír con el interés antropológico, limitado a las extravagancias o manías que principian y finalizan en el Perico el de los Palotes de turno. Pronto el señor Pickwick y sus amigos se olvidan de su magna tarea para transformarse -que da mucho mas juego- en un grupito de desocupados cuya máxima preocupación es pasarlo bien viajando de acá para allá, conociendo gente, enamorándose algunos, y comiendo y bebiendo todos con tal voracidad que, en aras del realismo, bien hubiera hecho Dickens en dejar constancia de su peso en la primera página y en la última. Las idas y venidas permiten, además, combinar el ambiente urbano londinense con los ambientes rurales.

Si Pickwick –un hombre honesto, bueno y con un elevado sentido de la ética y la justicia- es el don Quijote de esta historia, su Sancho Panza es su criado, Sam Weller, un hombre algo bruto, extraordinariamente práctico y todo lealtad, que opone a su amo un contrapunto de realismo, audacia y ramplonería.

¿Y de qué trata la obra? Pues, como he dicho, de las correrías del grupo. Algunas son independientes, unas enlazan con otras y, en conjunto, no puede decirse que cuentan nada concreto; pero entretienen y mantienen, ¡a lo largo de más de mil páginas!, un constante tono de humor, liviano y agradable, que permite una lectura ligera que hace al lector olvidar la realidad sin complicarse la existencia con nuevos pensamientos.

Junto al protagonista y su corte de amigos y criado, un montón de secundarios curiosamente mejor dibujados que los amigos. Entre ellos, el señor Jingle, un caradura caracterizado por su lenguaje entrecortado que aparece y desaparece en lo que parece la promesa de un protagonismo que no acaba siendo tal. O el niño gordo que se queda dormido hasta de pie, o la solterona Wardle, o los estudiantes juerguistas e irreponsables, o las jóvenes damiselas que hacen tilín y tolón, tan simpáticas y decentes, aunque algunos malos entendidos puedan perturbar su intachable fama, o la pintoresca peripecia de sufrir voluntariamente, por cabezonería, una institución, la cárcel por deudas, que Dickens conoció a través de su padre y que siendo historia común y viva del siglo XIX hoy nos suena tan pintoresca que merece la pena conocerla a través de esta obra mejor que a través de cualquier novela histórica firmada hace dos días.

Y es que, como me dijo otra voz autorizada, «si quieres conocer el siglo XIX, lee a Dickens»

Un clásico diferente.