En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Moscas – Agustín Pery

 


 

                En el grupo de amigos que de vez en cuando compartimos libros, alguien me ofreció esta novela estimulándome a leerla con la siguiente alabanza: «Es corta». Laconismo que, en nuestra jerga, significa: «Es una novela que ni fu, ni fa, pero con la que se puede ocupar un rato tonto». El rato llegó tras leer varias muy buenas novelas.

                La crítica era acertada. Y el contraste con esas lecturas anteriores no ha hecho sino acentuar la impresión.

                Dice la solapa que el autor fue director de El Mundo en Baleares hasta 2013, y que al frente de su equipo destapó varios casos de corrupción. Con esa presentación y a la vista de la sinopsis, que sitúa la acción en Mallorca en entornos corruptos, esperaba algo distinto a lo encontrado.

                Moscas, con el decorado de una sociedad pueblerina y caciquil, es un desfile de personajes estereotipados, comenzando por el protagonista, un inspector de policía grosero en todo momento y brutal cuando puede, que se regocija por ser tan cabestro y contagia su zafiedad al resto de personajes y, por extensión, al narrador cuando pone pensamiento indirecto a todos ellos, e incluso más allá. Mal andamos cuando la fuerza de los personajes nace casi exclusivamente del uso de términos soeces y su jerarquía literaria y hasta moral del ingenio con que los usan.

También son arquetipos las mujeres «tremendas» (en la terminología del narrador), por ejemplo, la jueza o la esposa de uno de los personajes; bellezones, todos, que no dudan en usar su palmito para nublar las entendederas del personal; bellezones, algunos, siempre dispuestas a usar la cama para convertirse en mantenidas de los también típicos malos malísimos, nuevos ricos sin escrúpulos obsesionados por el lujo y por esas señoras «tremendas». Aunque, como es tristemente previsible cuando reina el estereotipo, el malo más malo es además rico riquísimo pero no practica la ostentación, lo cual demuestra su «astucia».

Hay también, pero de nuevo solo de decorado, buenos buenísimos: los pobrecitos que ven cómo los trepas político-empresariales engordan a costa de su honradez mientras las autoridades miran hacia otro lado no sea que alguien les mueva el sillón aprovechando sus debilidades; sin embargo, afortunadamente, quedan ciertos funcionarios intachables e irreductibles: cuatro gatos que, a pesar de sus acomodaticios y débiles jefes, y con cierto punto de fervor heróico tan mal dibujado que rozan lo tonto, luchan, campeadores, contra los malos.

Para terminar, en el culmen de los estereotipos, ciertas alusiones no justificadas por la trama permiten adivinar al fondo los políticos chupasangres, que replican punto por punto a esos nuevos ricos, pero con las ínfulas que da el poder.

                Cierto es que la realidad patria nos ha deparado un ingente número de corruptos que, a fuerza de papanatismo e ignorancia han imitado los estereotipos con gran y patético éxito, pero no por eso la novela es original ni interesante para una historia que comienza con el asesinato de un periodista que investiga la corrupción balear sin que su muerte suponga ningún «misterio a resolver», pues casi de inmediato conocemos al responsable y la suerte que corre;  el centro de atención queda entonces en una especie de limbo, y en él se mantiene la acción, dando tumbos de una escena a otra, entre fresco y fresco, sin llegar ni a centrar el objeto de la historia ni a generar curiosidad, aunque si el lector se esfuerza advierte que la novela consiste en un recorrido museístico por personajes y prácticas que oscilan entre lo inmoral y lo ilegal, y en el crescendo sobre cuántos malos hay hasta en un pequeño y provinciano mundo y cuántas maldades comenten. Sin embargo, cuando se aclara de qué iba la novela se comprueba que el crescendo no era tal, y se desemboca en un final artificialmente sorprendente, pobre, infundado, irreal y falto de verosimilitud; todo se deshilacha, el meollo era un meollín porque no hace falta hilar fino cuando el final te lo vas a sacar de la chistera. Pese a lo sugerido por la sinopsis y los galones de la solapa, se deja en paz a los verdaderos protagonistas de la corrupción para limitar la novela a una poco ordenada exhibición de groserías y violencia truculenta, con algunos personajes secundarios cuya presencia y papel tiene menos que ver con la historia que con lo que a continuación voy a decir.

                Algo ajeno a la literatura ha reforzado la valoración que hasta ahora he hecho de esta novela: pasada la mitad de la lectura me topé con un personaje claramente inspirado en una persona que conozco y que ejerce una profesión que difícilmente yo podría conocer mejor. Ambas cosas me permiten decir que la figura y andanzas del personaje (bueno, buenísimo) evidentemente son fruto de una desinformación interesada a mayor gloria de sí mismo y, por tanto, en inevitable detrimento de otros. Si el autor fue consciente de esa desinformación o no, lo ignoro, pero me ha resultado imposible no sentir la impresión de que también otros personajes secundarios serán hasta algún punto trasuntos de personas reales y de que el maniqueísmo simplón con que todos son presentados es una forma de usar la ficción para ajustar cuentas no con los crímenes investigados, sino con aquellos a quienes un periodista tiene algo que agradecer o reprochar. Mira a quién trata bien un periodista, y conocerás sus fuentes.

                Aunque ajustar cuentas propinando o regalando estereotipos a la vez que se escatiman o regalan páginas al margen de que el fulano pinte o no algo en la trama, casi inspira ternura, y lo que claramente no inspira es interés alguno, ni siquiera a título de chismorreo.

                Seguramente otros lectores tendrán otra visión. Yo puedo haberme equivocado en mis apreciaciones, claro, pero son las que me ha producido esta novela, y uno lee para otra cosa.

Llegado a este punto, solo me queda volver al principio y disculparme: la crítica de mi amigo fue, sin duda, mucho más breve y mejor que la mía. 



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