Se puede crear belleza con la
prosa. Es lo que hace Giousè Calaciura con esta historia dura, melancólica y
poética con trazas de realismo mágico que le sirven para iluminar los mitos
de los pobres, como el mito de Totò, el ratero capaz de huir con la velocidad
del viento y a quien todos guardan una
reverencial admiración porque, como el mundo sabe en el Borgo Vecchio, el
paupérrimo barrio de Palermo, Totó siempre lleva una pistola oculta en el calcetín.
Totò, el ratero al que nadie le
recrimina serlo, porque de algo hay que vivir, acaba enamorado de Carmela, una
prostituta que trabaja en su piso del Borgo Vecchio, tan diminuto que, cuando
vienen sus clientes, su hija Celeste debe quedarse en el balcón, así llueva o
haga sol. ¿Y allí quién la contempla desde la calle? Un chaval de su edad,
Mimmo, cuyo inseparable amigo, Cristofaro, sufre a diario las palizas de un
padre borracho hasta que, como todo también el mundo sabe, llegue el día en que en una
de ellas Cristofaro muera. Y allá van todos los personajes, con anhelos tan
potentes como evitar una paliza, que alguien te haga caso o casarte pudiendo
llevar unos zapatos nuevos.
Dura, con alguna pincelada de
humor tan tierna que se transforma en belleza, Los niños del Borgo Vecchio es
una historia a la vez amarga y deliciosa, que se lee en poco tiempo y que, a su
conclusión, demuestra con qué poco se construyen los mitos. Precisamente por
eso es a la vez una denuncia y un canto a la fuerza de la ilusión.
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