En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

viernes, 3 de enero de 2020

Fortunata y Jacinta - Benito Pérez Galdós





                Qué bien se lee esta novela pese sus más de mil doscientas páginas. Es apasionante, enriquecedora y las socarronas observaciones del autor te hacen sonreír constantemente.

                Fortunata y Jacinta es más bien la historia de Fortunata, que, exceptuando la primera parte, protagoniza una novela en la cual Jacinta tiene un papel importante, pero no principal. El argumento es famoso: Juanito Santa Cruz, rentista hijo de rentistas, seduce a Fortunata, una muchacha de clase baja, inculta, algo bruta y muy hermosa, bajo promesa de matrimonio. Para él es solo un capricho, un modo de pasar el rato, y sin ningún remordimiento de conciencia la abandona embarazada. Tras este hecho (el orden es fundamental) se acuerda el matrimonio de Santa Cruz con Jacinta, una joven encantadora y buena a la que Juanito no oculta lo sucedido con Fortunata en su vida anterior. Pese a ser un matrimonio de conveniencia, de inmediato surge entre ellos el amor. Aunque para amor, el que Fortunata siente toda su vida hacia el hombre que la deshonró; un amor fronterizo con la obsesión del que Juan se aprovecha para volver con Fortunata cuando le da la gana y de nuevo dejarla tirada en cuanto vuelve a cansarse de ella. Jacinta, por su parte, sufre una obsesión no satisfecha por tener hijos y una mezcla de envidia y celos retrospectivos hacia la mujer que, antes de aparecer ella en escena, cautivó a su ahora marido e incluso llegó a tener un hijo suyo. Pero es que además, entre el amor de Fortunata por Juanito y la cara dura de éste, Fortunata no acaba de irse de la vida del matrimonio.

                Fortunata es una perdedora: es pobre, se han aprovechado de ella y la deshonra en la mentalidad burguesa del último tercio del siglo XIX supone un cataclismo; tales problemas provocan que, no sabiendo hacer casi nada para ganarse la vida, esté abocada a la prostitución o a la mendicidad. Sobrevive gracias a algún amante –lo cual es visto como un modo de prostitución- hasta que, un buen día, se prenda de ella Maximiliano, un joven enfermizo, escuchimizado, enclenque e impotente, con una posición económica modesta pero superlativa vista desde la posición de Fortunata. Maximiliano se empecina, en contra del criterio de su pragmática tía, con la que vive, en casarse con Fortunata; y Fortunata, aunque no lo quiere y sus sentimientos hacia él oscilan entre la pena, la aversión y el reconocimiento de su bondad, entre los consejos de unos y otros y las tortas que de todos lados le caen considera que aquel matrimonio puede darle la ansiada vitola de «mujer honrada» (y más tras el «lavado espiritual» con que el hermano cura de Maximiliano la limpia socialmente), con la que aspira a competir con Jacinta. Magistral el relato del deterioro mental de Maximiliano.

                La historia de Fortunata y Jacinta es la de la lucha de dos mujeres por conservar lo que creen suyo. Una lucha tan formidable que ningún otro personaje tiene modo de acercarse a ella sin llevarse, como mínimo, un coscorrón. Una se cree la legítima esposa por haber actuado según la norma social, y la otra por haberlo hecho primero, aunque según la norma natural. ¿Pero qué es más legítimo? ¿Acatar la convención social o los sentimientos? De la respuesta que se dé, una de las dos es la «legítima» esposa de Juan Santa Cruz (legitimidad muy vinculada al orden cronológico, si puede decirse así) y la otra es, solamente, «la otra». En la novela, la sociedad, desde sus normas, considera a Fortunata «la otra» de modo inapelable. Pero ella no lo ve así, porque lo suyo con Juanito fue anterior a que este se comprometiera con Jacinta y, además, Fortunata puede darle hijos, puede hacer que sea su propia sangre la que dé continuidad a la estirpe de los Santa Cruz. Toda esa lucha está condicionada por el innoble, egoísta y mezquino comportamiento de Juan Santa Cruz, un vivales que aprovecha su posición social y económica y el papel relegado de la mujer en aquella época para tomarse las relaciones sentimentales como un juego: cuando se cansa de una, se va a por la siguiente, y cuando se cansa de esta, vuelve a la anterior o se lanza a una nueva; Juan Santa Cruz solo quiere lo que no tiene, y aun reconociendo siempre el inmenso mérito de su esposa en todos los órdenes y su superioridad moral sobre él, la soberbia le impide asumir su innoble proceder y las consecuencias del mismo.

                La novela, como he dicho, es la lucha de Fortunata.

                Pero en torno al eje principal hay, como en toda grandísima novela, muchísimo más.

                Hay, para empezar, no solo la visión social y la de Fortunata. También la de otro personaje, Feijoo, importantísimo en un momento dado por ser un trasunto de Pérez Galdós, por lo que resulta imposible no pensar que su pragmática opinión y comportamiento –una suerte de sortear las reglas sociales, sin romperlas formalmente, para poder compatibilizar la regla social y la natural a través de una suerte de controlada y limitada doble vida- se corresponden con la posición del autor.

                Sigue un amplísimo repertorio de personajes variopintos, dibujados con nitidez, muy distintos unos de otros, que a su vez permiten reflejar unos cuantos ambientes también muy diferentes entre sí. Los perfiles psicológicos son maravillosos, magistralmente definidos y muy realistas. Tanto que no hay personaje cuya actitud ante la vida no le otorgue méritos y deméritos.

                Vemos también un cuadro completísimo de los modos de vida y costumbres del Madrid de la época. El lector sale de Fortunata y Jacinta con un amplio conocimiento de cómo era la cotidianeidad del momento, y se ve a sí mismo en los cafés, en las tertulias o de compras con los personajes.

                Hay también una continua referencia a la situación política que, a finales del siglo XIX fue de las más complicadas que recuerda este país. A seguirla ayudan las notas a pie de página, breves y concisas, que hay en la edición que he leído.

                La situación política no es ajena a los cambios en los valores morales. Los planteamientos de Fortunata o el pragmático cinismo de Feijoo-Galdós, lo mismo que el capricho de Maximiliano y el modo en que la familia de éste asimila la situación sin renunciar a ser gente de orden, debieron entusiasmar a unos lectores y escandalizar a otros tanto o más que la constante crítica que, de modo inteligente y humorístico, se hace de la religión.

                 Pero, sobre todo, encontramos algo solo al alcance de los grandes escritores: la increíble capacidad para mezclar sencillez expositiva con profundidad narrativa, lo cual hace que la lectura sea tan fácil como enriquecedora.

                El otro día, en un programa de radio, comenté algo: por qué demonios cuando nos da por leer clásicos nos acordamos de los grandes autores franceses y rusos del siglo XIX y no nos lanzamos de cabeza a libros como Fortunata y Jacinta o La Regenta, que se cuentan entre los mejores de la historia de la literatura, que no precisan traducción, que entendemos mejor por la mayor proximidad cultural y que nos enriquecen más porque nos ayudan a comprender mejor por qué somos lo que somos como personas y como país.

                   Curioso dato, para ir terminando, que Galdós falleciera cuatro o cinco días después que su último amor, Teodosia Gandarias. También Feijoo, su trasunto en la novela, murió casi a la vez que su amor.

                Añado, para termina, una frivolidad: esta edición me costó 12,30 euros. He tenido lectura para casi un mes. Un montón de horas. Y el libro es tan magnífico que su lectura produce una especie de euforia constante. Dedico este párrafo a quienes dicen que leer es caro.

                Publico esta reseña hoy, 3 de enero de 2020, porque mañana se cumple el primer centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós. Uno de los mayores escritores de la historia.  Un minúsculo homenaje que se multiplicará hasta el infinito con cada nuevo lector que a don Benito llegue desde estas líneas. Con solo uno, habrá merecido la pena escribirlas.




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