La forma del agua (Serie Montalbano, 1)
Es el primer libro que leí del comisario Montalbano porque es el primero de la serie, pero lo comento ahora, tras una nueva lectura, tras haber leído ya unos cuantos más; en el momento de escribir esto, he leído hasta La Nochevieja de Montabano. Y es que esa primera lectura me dejó una sensación extraña, como de novela mejorable en algunos puntos (en concreto, en los personajes), y como tardé tiempo en leer la segunda me quedé con esa sensación sin llegar a advertir la evolución de Montalbano y su entorno.
Respecto
a la novela en sí, desarrolla una trama brillante, aunque irreal, porque el
cúmulo de circunstancias que se dan en torno a la muerte del ingeniero Luparello
(prohombre siciliano donde convergen política y mafia, con todo al anejo de
corrupción) es un derroche de ingenio tan grande que es imposible creer que
haya criminales tan avispados, y mucho menos tan osados. Claro que a una novela
no hay que exigirle realismo, sino interés, y La forma del agua lo tiene, porque esta forma de plantear las cosas
permite mostrar la compleja red de intereses de la mafia y la política.
La
novela comienza con el hallazgo del cadáver del ingeniero, dentro de un coche,
en un lugar, “el aprisco”, donde se practica la prostitución al aire libre. Le
ha dado un arrechucho, y ahí se ha quedado. Lo encuentran dos barrenderos, uno
de los cuales, además, encuentra una monumental joya (en algunos puntos la
historia de este hombre recuerda a la de La
perla). No cuento más, porque no hace falta. La gracia está en que el
lector acompañe a Montalbano dando todas las vueltas necesarias para saber qué
ocurrió de verdad.
El asunto de la joya es relevante
en la historia, pero no las vicisitudes del barrendero, que sí sirve, en
cambio, para caracterizar a Montalbano como un policía de métodos particulares,
un tipo que tiende a dejar en paz la realidad cuando le parece justa, aunque no
deje de tener curiosidad por cómo han ocurrido las cosas y que, a la vez, tiene
algo de Robin Hood de tres al cuarto.
Sin embargo, tras leer varias de
las novelas de la serie, y más tras leer esta por segunda vez, se aprecia una
notable evolución del personaje dentro del propio texto: el Montalbano del
final de La forma del agua es ya,
casi por entero, el Montalbano de las novelas siguientes. Pero el del principio
es otro: más bravucón y algo maleducado. Quizá, visto el ritmo de publicación
de Camilleri, la cosa se deba a la
rapidez con la que escribe. Al mismo tiempo, se observa que en las novelas
siguientes se produce cierta transformación del entorno del comisario: por una
parte aparecen personajes como Cataré
(que nadie lo busque en esta novela), que permiten, con su sola presencia,
introducir un toque de humor; por otro lado, desaparecen o pierden protagonismo
algunos otros policías que en esta novela presentan un perfil bastante gris;
también desaparece Anna, una colega de armas tomar que, me temo, es demasiado
directa como para dar juego durante muchas novelas sin caer en la repetición.
Por lo demás, desde el comienzo
queda clara esa relación entre Montalbano y la gastronomía que es marca de la
casa.
Un novela breve, muy entretenida
e ingeniosa.
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