En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

martes, 7 de junio de 2016

Primer balance



  
Un año después de su publicación en Mira Editores, La sota de bastos jugando al béisbol apareció en ebook.  Pocos días antes La terrible historia de los vibradores asesinos comenzó su despegue en Amazon en ese mismo formato, tras cuatro años y medio en papel. Despegue al que sigo sin encontrar otra explicación que el boca a boca.

El objetivo realista que me había planteado para los primeros doce meses de los vibradores se había cumplido sin alharacas, pero el objetivo ambicioso quedó lejos. El mismo objetivo realista volví a fijar para los doce meses siguientes, pero ya para las dos novelas.

En este segundo año en ebook, que comenzó en noviembre, La terrible historia de los vibradores asesinos, lo vengo repitiendo, superó con creces su objetivo anual en apenas unas semanas, y va camino de superar el ambicioso, que me parecía una locura. Pero escribo esto porque su buena marcha no debe ocultar que La sota de bastos jugando al béisbol también está teniendo un comportamiento excelente en ebook. Su objetivo para los doce primeros meses lo ha alcanzado en solo siete. Fue el jueves. Un día antes de reencontrarme con ella en papel en la Feria del Libro de Zaragoza. Siete meses instalada en el top 100 de humor y entrando y saliendo del top 100  de novela negra, junto a pequeños logros en los top 100 de humor en español quizá no muy llamativos, pero negados para casi todos los libros: nº 2 en el Reino Unido y en Italia, donde fue nº 1 en intriga; y, aunque con unas ventas renacuajas, nº 1 en Canadá.


¿Qué queréis que os diga? El primer libro es especial. Pero este segundo tuvo un embarazo largo y complicado y un parto doloroso. Pero ahí está Ajonio con la exmulata, su amigo el Pulgas, el cura prófugo, los exmonaguillos, el cadáver, el sacristán secreto, el diputado, el concejal, los millones de euros, los archivos secretos, los viajes a Madrid, al Pirineo… No hacen falta vibradores asesinos para que los lectores sigan divirtiéndose con sus correrías.


Gracias a todos.


jueves, 2 de junio de 2016

Antes de seguir...



Antes de seguir con la normalidad en el blog, tras algo que os contaré este fin de semana, un poquito de información para los lectores de Zaragoza.

viernes, 27 de mayo de 2016

Un lustroso lustro



  
            Dice Ajonio que disculpéis. Que ha intentado preparar las velitas como le había pedido, pero que solo ha podido robar cuatro y que la quinta la ha tenido que fabricar él mismo con los materiales que tenía a mano en su «sex hop» (así, sin ese).

                  En fin... No sé qué vais a pensar de nosotros.

            ¿Por qué velitas? Porque ayer hizo cinco años que Ajonio Trepileto llegó a las librerías. Aunque el primer lugar donde lo vi expuesto no fue en una de ellas, sino en una caseta de la Feria del Libro de Huesca. Hacía sol, y tras toda la vida leyendo y viviendo las historias narradas por otros, no acertaba a creerme que por una vez los papeles se habían invertido. Era una sensación extraña y hermosa.

            Han sucedido muchas cosas desde entonces, buenas y malas, y La terrible historia de losvibradores asesinos ha tenido muchos lectores. Algunos eminentes, que me da pudor citar. Pero aunque su renombre me halague el ego y ponga las cosas fáciles a mi chuchurrida memoria, a quienes recuerdo constantemente es a los lectores, cada vez más y casi todos anónimos, que cinco años después están permitiendo que Ajonio Trepileto, pese a lo lamentable de su modo de vida, siga correteando por estos mundos. Gracias a ellos, a muchos de vosotros, cada día Ajonio renace y vuelve a apañarse, a su manera, con la ciclópea y cariñosa Claudita, se vuelve loco  por Zoé o por Danuta, persigue su libertad localizando vibradores defectuosos en su primera historia o se las ve con amantes del dinero y curas prófugos en la segunda, y también cada día la suerte de su asendereado pellejo vuelve a depender de su peculiar  inteligencia y de su nulo sentido del ridículo. Y todo para lograr algo tan difícil como vivir en paz cuando nadie te respeta.

          Hoy la edición en ebook de La terrible historia de los vibradores asesinos ha amanecido en el puesto sexto en España, en Amazon, en humor, por delante de un éxito del género publicado hace un mes y medio por el grupo editorial más potente, y cerrando el primer tercio del disputadísimo top de novela negra, junto a la nueva obra de uno de los autores «negros» consagrados. Hace cinco años que está en papel, y año y medio en ebook. En este formato, tras un primer año de darse poco a poco a conocer a los lectores que lo usan, en los últimos siete meses ha sido nº 1 de humor en español en cuatro países, nº 2 en otro más, y ha estado entre los cinco primeros en otros dos. De forma recurrente. Sin promoción. Boca a boca. No sé qué decir, salvo gracias a todos.

La semana que viene, casi como hace cinco años al día siguiente de la de Huesca, estaré en la Feria del Libro de Zaragoza firmando ejemplares de La terrible historia de los vibradores asesinos y de La sota debastos jugando al béisbol, que también ha alcanzado algún puesto destacado y que en sus primeros seis meses de vida en ebook (y ya año y medio en papel) se está comportando aún mejor que su antecesora en ese periodo. Será el viernes por la tarde. Una bonita forma de celebrar este cumpleaños.

        A pesar del desaguisado de las velitas, a menudo pienso  que a Ajonio Trepileto le debo muchas más cosas de las que él me debe a mí.




miércoles, 25 de mayo de 2016

Regalar novelas de humor



         Anoche leí una frase sobre regalar libros, y recordé algunas cosas.

Hablando de novelas de humor, esas novelas tan raras en las que cualquier historia y argumento son válidos para sustentar lo importante, el espíritu, cuando alguien te pide que le dediques a otra persona un ejemplar, detrás del obsequio que le va a hacer suele haber más que cariño. Hay una conducta, algo superior al mero gesto que supone un regalo o una dedicatoria.

Diferencio conductas frente a gestos porque sé que las personas que han regalado mis libros a quienes estaban afrontando enfermedades, accidentes, problemas familiares o laborales, lo han hecho no como el gesto de afecto implícito en tantos regalos, que a menudo se agota en sí mismo, sino como un paso dentro de algo más elevado: una conducta, una preocupación activa que comenzó hace tiempo y seguirá después. Ese regalo, sin lectura, no es nada, porque su objetivo no es decir algo con el «gesto».

Lo mismo opino de las personas que regalan novelas de humor a quienes, simplemente, saben disfrutarlas. El cariño sin generosidad a veces está peligrosamente cerca del egoísmo: la mayoría de los libros, como los paraguas, las corbatas, los perfumes o los ramos de flores, se regalan para decir o pedir algo: me acuerdo de ti, te tengo presente, recuérdame. En cambio un libro de humor, ese género tan atípico, es uno de esos presentes en los que apenas se repara hasta que no se comienza su lectura; pero entonces quien en realidad hace el regalo es el lector con su sonrisa y buen humor. Eso es lo que deseó quien no quiso regalar un libro ni un rato de entretenimiento, sino unas horas de alegría.

Casi nada.

  


lunes, 16 de mayo de 2016

Vicios ancestrales - Tom Sharpe



                No hace mucho leía a un escritor defender los chistes sobre personas aquejadas de enfermedades graves. Hubiera pasado por un bárbaro de no haber advertido, simultáneamente, que su primer hijo había muerto de cáncer siendo niño y que él, junto a otros en su misma situación, bromeaban sobre el asunto aunque solo fuera para encontrar una vía para abordarlo.

                Digo esto porque en Vicios ancestrales, publicada por primera vez hace alrededor de treinta años, buena parte de la acción gira en torno a la figura de Willy Coppett, a quien Sharpe siempre se refiere como «enano» o, en los ridículos eufemismos del protagonista, «persona de crecimiento restringido». Sharpe anticipaba ya la situación actual, en la que el humor se ha convertido en una actividad de alto riesgo cuando involucra a quien se siente víctima de algo, como si el humor no fuera, en numerosas ocasiones, un mecanismo de defensa o una forma de comunicación que amortigua diferencias, dudas y miedos. 

         Dicho esto, Vicios ancestrales contiene la esencia de Tom Sharpe: equívocos mayúsculos que desembocan en monumentales enredos y personajes que van desde el pringado al ricacho opulento, despótico y pseudoaristrócatra que aborrece a los más cercanos, el listo y el tonto, el educado y el grosero, el idealista y el utilitarista, el modernillo y el ultraconservador. Y, cómo no, frecuentes alusiones a lo que el sexo puede tener de escandaloso para una mente puritana. En cierta manera repetitivo, pero, a diferencia de otras de sus obras, con una calidad superior. Digamos que las «repetidas» son unas cuantas de sus obras posteriores.

                Lord Petrefact, un anciano cascarrabias y tullido, es la cabeza de una amplia familia que, desde la oscuridad social más absoluta, ha hecho fortuna empresarial allí donde ha ido. Ricos y poderosos, pero discretos. Una suerte de aristócratas sin otro título que el que ostenta Lord Petrefact. Pleno de deprecio hacia los suyos, decide darles un escarmiento encargando una corrosiva biografía familiar a un profesor universitario, Walden Yapp, un hombre criado de modo peculiar que ha devenido en idealista defensor de los derechos de los trabajadores y en víctima y defensor de todo prejucio anticapitalista y a favor de las clases menos pudientes. Animado por la posibilidad de ajustar las cuentas a tamaños exploradores como los Petrefact, Yapp se traslada a la pequeña localidad donde surgió el imperio industrial. Allí se aloja en la vivienda del matrimonio Coppett, formado por una mujer a la que Sharpe califica de «subnormal» (también otro término hoy peligroso) que está casada con un «enano» que en serlo encuentra grandes ventajas y numerosas humillaciones que a sus propios ojos no son tales. El interés del profesor por investigar, el del resto de la familia Petrefact por impedirlo, la ingenuidad de la casera y las circunstancias de su esposo conducen a un hecho que no voy a contar para no despanzurrar uno de los momentos culminantes de la historia, que a partir de ese momento cambia de rumbo al adoptar un objetivo distinto: el interés del libro deja de ser la suerte de la investigación del protagonista y pasa a ser, como en tantas ocasiones, saber si un inocente acabará siendo declarado culpable. Maravillosa la manera en que Sharpe consigue que todas las pruebas apunten al inocente. Al final, como ocurre en otras novelas de Sharpe, los protagonistas se ven tan atrapados en la madeja de problemas que han creado que el protagonismo se desplaza a personajes hasta entonces secundarios, pues no hay otros capaces de hacer algo con el embrollo.

                Como he dicho, una novela que refleja como pocas la escritura de Tom Sharpe. Pero también, y volviendo al principio, que se permite lujos humorísticos que hoy muchos no toleran.


sábado, 7 de mayo de 2016

Un cumpleaños y una ausencia




         Hoy este blog cumple cinco años.

     Nació para compartir las impresiones de mis lecturas, para ordenarlas a través de la clasificación por autores, para contar anécdotas e impresiones al hilo de mis vivencias literarias y, como hacer una web sobre mí me parecía demasiado pretencioso, también para narrar las vicisitudes de mis novelas en un apartadillo, el cual, por cierto, hace tiempo que no he actualizado.

     He dudado de si celebrar este aniversario haciendo una selección de las lecturas del blog, pero a ver quién es el guapo que se atreve a elaborar una lista, y más si apenas lee novedades. En gran medida saldría una «lista macho», y prefiero evitar a quienes utilizan para todo la misma vara de medir independientemente de hechos y circunstancias.

     También podía haber contado las peripecias del blog, los miles de visitantes mensuales que sigue teniendo incluso tras un largo periodo sin apenas entradas, lo cual da idea del valor del fondo acumulado, o podría hablar de sus momentos más intensos, lo especiales que para mí fueron algunos libros y algunas reseñas, o por qué en el último año y pico he podido escribir tan pocas.

     Podría detallar por qué alguna de ellas ha sido la carta de presentación utilizada por quien firmó el libro para enviarlo aquí y allá a la búsqueda de un buen lugar en el mundo literario, porque, me dijo, no sabía explicar mejor que yo su propia obra; podría hablar del aprecio y del desprecio, de las ínfulas de algunos, de la humildad de otros, de la falsa modestia de muchos, del egoísmo y la generosidad, del afán de notoriedad, de cómo el exhibicionismo oculta carencias, de monumentos erigidos a mayor gloria de quien lo erige, de aprendices de escritores que aspiran a ser vendedores, de magníficos vendedores que no saben escribir, de escritores fabulosos que no saben vender, podría contar miserias bochornosas de personas que se creen nobles, o contar que, por respeto a sus autores, no han tenido sitio en este blog un puñado de libros malos; podría contar lo que he disfrutado con muchas novelas, o la increíble historia que hay detrás de alguna de ellas, de obras que pueden cambiar una vida, o de Montalbanos que a pesar de repetirse se ganan tu cariño y tu respeto. Podría hablar de buenos escritores sin confianza que piden consejo a cretinos que escriben redacciones de colegio y se comparan con los clásicos; podría hablar de las amistades interesadas, de que basta una coma para pisotear derechos morales, de reductos y comederos, de quien ayuda y quien vampiriza. De personas buenas y malas. De que el malo se aprovecha del bueno. De que los buenos no son tontos. De que sea el autor santo o canalla, listo o tonto, solo la calidad perdura. De que la calidad es difícil de encontrar. De que adopta muchas formas. O podría haber contado por qué no acepto peticiones para hablar sobre libros concretos, o por qué tampoco me he ofrecido a ninguna editorial para intercambiar adulación por lecturas gratuitas, como tanta gente hace. Podría repetir aquí la frase del encabezado o dar las gracias a quienes dedican su tiempo a leer este blog o mis novelas. También podría haber señalado mis errores y mis muchas omisiones en este mundillo.

     Podría haber hecho muchas cosas, pero he preferido dedicar este pequeño «autohomenaje» a un libro que echo de menos aquí. Lo leí, como otros fabulosos, años antes de comenzar esta andadura, y como esas otras novelas no está aquí porque no tengo memoria suficiente para hacer una reseña que me satisfaga. Hablo de Olvidado Rey Gudú. Y tan olvidado, pese a ser una de las cumbres de nuestro idioma. Como el Quijote, lo leí para festejar uno de los momentos más importantes de mi vida. Pero, a diferencia de él, su huella en mí no es tan nítida porque solo lo he leído una vez. Ojalá me quede por delante tiempo suficiente para volver a hacerlo.

     Me gustaría tener aquí a Olvidado Rey Gudú por la forma en que es superior a la realidad, por cómo demuestra que se puede escapar de la vida «real» a un mundo más duro, más hermoso y todavía más real, por cómo nos dice que no somos lo que hacemos ni lo que perseguimos con nuestros actos, casi siempre mezquinos por interesados, sino lo que imaginamos y soñamos, por cómo leerlo produce la sensación de que la mayoría seres humanos siguen siendo animales que, siempre que pueden, se dedican a entretenerse con la tripa llena, mientras que solo unos pocos son conscientes de su cabeza y en ella encuentran todas las experiencias, felices y dramáticas, y las viven con intensidad. Por cómo Ana María Matute supo escapar de este mundo a otro.

     Esa es la esencia de la literatura y de todo arte. Dar testimonio, denunciar o criticar solo son digestivos para asimilar las dificultades. Pero la esencia del pensamiento es la creación. Carecer de límites. Imaginar. Volar. Construir. Construir todo desde la nada que somos.

     Feliz cumpleaños, bloguito.





jueves, 14 de abril de 2016

La banda de los Sacco - Andrea Camilleri




Camilleri tiene algo que contar, dice la crítica de Babelia citada en la contraportada. Y la idea se repite a cada página mientras se lee La banda de los Sacco. Se repite por mérito del autor, pero también por contraste con la inundación de libros que consideran que entretener es un mérito y no un mínimo.

La banda de los Sacco tiene más de testimonio que de novela. Es la relación ordenada de una serie de hechos, sin descripciones ni valoraciones, de los que al final se dice que se basan en una historia real. La familia Sacco, de origen humilde, prospera en la primera mitad del siglo XX, y, cuando la mafia pretende extorsionarla, no cede al chantaje. Se desencadena la represalia, que logran eludir, y acabar con los Sacco pronto acaba siendo para la mafia algo más que una represalia: una necesidad a fin de mantener el miedo sobre todos los demás y con él su fuerza y su negocio. Y como la fuerza de la mafia es tal que el Estado, que debería haber protegido a los Sacco, desaparece, la suerte de estos la determina la ley de la selva, la del más fuerte. Ahí siempre pierden los honestos, los inocentes, porque la desigualdad es manifiesta entre quienes tienen escrúpulos y por tanto límites y quienes carecen de ellos. Lo mismo ocurre cuando el Estado se fortalece de forma dictatorial. Siempre paga el más débil. Un relato, en definitiva, de cómo pueden hundirse unas vidas cuando tratan de mantener su dignidad y “la cosa pública” ha cedido al miedo y la corrupción. Un mensaje, también, para quienes desprecian o minusvaloran la cosa pública.

Por todo eso es también una historia de orgullos: el de la familia Sacco, que está dispuesta a perder todo antes que su propia dignidad; y orgullo el mafioso, que no puede dejar una deuda pendiente así pasen los años. Una novela que invita también a una profunda reflexión sobre la dignidad. Los Sacco decidieron mantenerla, porque de otra manera no se podrían mirar a los ojos a sí mismos. En cambio, son legión los que la ceden a quien abusa de ellos, con la esperanza de disfrutar de un simulacro de tranquilidad que no es más que violencia sorda.

Por su mensaje, de lo mejor de Camilleri.



martes, 29 de marzo de 2016

Eran morenos y de ojos dorados (o cómo dar un nombre) – Ray Bradbury



Solo recuerdo haber leído ciencia ficción de chaval. Novelas baratas, algunas de las cuales dejaron en mí imágenes  potentes, que perduran.  Me he reencontrado con ella  a través de este relato de uno de los escritores más relevantes del género, Ray Bradbury. Una historia breve, que se lee en menos de una hora. Lo que más me ha sorprendido de ella es la rapidez con la que, desde la nada, te sumerge en un suspense que atrapa, aunque luego el desenlace se vea venir puesto que todos hemos leído o visto en el cine historias similares. El relato comienza cuando una familia, que se cuenta entre los primeros terrícolas en colonizar Marte, al llegar allí se entera de que una guerra ha estallado en la tierra, lo que va a impedir el tránsito de cohetes entre los dos planetas durante un tiempo indeterminado, quizá definitivo; y allí se quedan, en un lugar extraño del que pensaban que, si querían, podrían volver sin más que sacar un billete, sometidos a no saben qué riesgos y retos, entre los cuales el primero, debido al aislamiento, es conservar su propia identidad. Cómo sigue, lo sabrá quien lo lea. Quizá este cuento perteneció en origen a la celebérrima Crónicas marcianas, he leído. Un relato que gustará a los más grandes, y que embobará a los más jóvenes.

Pero si el relato es muy bueno, la edición de Tropo con las ilustraciones de Óscar Sanmartín es una pieza de coleccionista. Los veinte euros que cuesta son un regalo para cualquier amante de los libros. Uno de esos ejemplares que no se dejan en cualquier rincón, porque son más que la historia que contiene. Uno de esos trabajos en los que la labor del editor produce un valor añadido extraordinario. Un libro que, gracias a las ilustraciones,  no es necesario leer para disfrutar.  El libro elegido por Tropo, que tanto cuida sus ediciones, para celebrar su décimo cumpleaños. 


lunes, 14 de marzo de 2016

La Regla de San Benito



     Compré la Regla de San Benito hace unos años, sin saber muy bien por qué, creo que en el Monasterio de Poblet. La vendían allí porque los cistercienses también la seguían. Y ahora, por fin, la he leído. Habiendo sido escrita en la primera mitad del siglo VI, nadie me dirá que estoy como loco por las últimas novedades.

     Y la he leído como la compré: sin saber muy bien qué iba a encontrar, sin saber por qué la leía, un poco a la aventura. Y lo que he encontrado me ha gustado.

     Es un código, no una obra donde haya que buscar otros valores y situaciones que aquellos que pretende regular. Para quien, como yo, la lee sin ninguna pretensión distinta a la curiosidad, lo primero que viene a la cabeza al echar la vista a la lectura terminada es lo detallado del conocimiento sobre la vida monacal que leer la Regla permite, pues todo es regulado con una minuciosidad extrema, desde si un monje puede tener un cuchillo hasta si puede recibir una carta, amén de los horarios en función de la época del año, la ropa disponible y un sinfín de situaciones cotidianas. Si alguien quiere saber cómo se ha vivido en un monasterio durante siglos, aquí tiene una fuente de extraordinaria calidad.

     Lo segundo en lo que pienso es, precisamente, en las admoniciones en las que más insiste San Benito de Nursia, porque la insistencia indica los problemas recurrentes: si consideró preciso establecer una norma de conducta es precisamente porque los comportamientos debían de alejarse con frecuencia de ella. Todos esos alejamientos se intuye que tienen que ver con la reivindicación del propio yo, con el afloramiento de la personalidad de cada cual, con la imposición de unos sobre otros, lo cual tampoco es de extrañar habida cuenta del modo y la edad en que se accedía a los conventos y de los roces inevitables en una convivencia tan autosuficiente y cerrada. Y así, lo mismo pide mesura y justicia a quien manda que a quien debe obedecer, e insiste una y otra vez en la responsabilidad ante el abad y en que la autoridad de este solo puede ejercerse desde la voluntad de ser justo. El jefe, viene a decir, lo es por el ejemplo que da.

     Fuera de eso, las normas son tan exigentes que es preciso recordar en todo momento que no están regulando la vida normal, sino la monacal. De ahí el constante refuerzo de la figura del abad y del respeto a la jerarquía marcada con la fecha de ingreso, más que por la edad, así como la contundencia de los mecanismos de expiación, más duros al principio que drásticos, aunque al final lo son, porque al que se equivoca siempre se le da la ocasión de rectificar y por eso las medidas más duras, hasta alcanzar la expulsión, están reservadas a los contumaces.

     También llama la atención el afán por ser justo a la hora de repartir las cargas y el trabajo en función de las fuerzas y edad de cada cual, así como a la hora de asignar el resultado de este en función de las necesidades de cada uno. No hay nada distinto del marxista «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad», lo que no debe resultar paradójico, pues la Regla no regula tanto la vida las personas como de la comunidad, comunidad que está por encima de las personas que la integran.

     La Regla puede leerse también desde un prisma religioso o personal, porque una parte de ella pretende regular los medios para establecer la comunicación de los monjes con Dios mediante la renuncia a sí mismos. Una especie de búsqueda de la paz interior que se alcanza cuando ninguna otra aspiración existe más allá de estar vivo y alegrarse por ello. Toda ambición personal, material o espiritual, según la regla, debe ser postergada. Algo que, con creencias religiosas o sin ellas, puede ser útil a muchas personas pues, al fin y al cabo, lo que nos complica la existencia es lo terrenal, y la falta de ambiciones, el conformarse con el día a día, el no esperar nada de nadie y buscar la paz en uno mismo, a menudo es el mejor sistema para superar los problemas. No hay nadie más libre que el que nada tiene y nada ambiciona, podría ser la conclusión, hecha la salvedad de que en este caso los monjes deben utilizar esa libertad en la alabanza a Dios.

     Podría decir muchas cosas más, porque imaginad lo que da de sí el análisis de una forma de vida tan sencilla y a la vez tan estricta, pero esto es solo una reseña, una primera impresión de una lectura.

     Pero no me resisto a terminar, y más en este blog, sin señalar la condena que San Benito suele hacer de la risa. Por volver a la literatura, hace pensar en El nombre de la rosa, del recientemente fallecido Umberto Eco. En esta novela un monje considera la risa un invento diabólico, porque hace perder el respeto y el miedo a las cosas y, sin miedo, el ser humano se considera igual a Dios. Algunas frases de la Regla al respecto fui poniendo en Twitter. Aquí las tenéis:

     "...no decir palabras vanas o que provoquen la risa, no gustar de reír mucho o ruidosamente"

     "...las chocarrerías y las palabras ociosas y las que provocan la risa, las condenamos en todo lugar a reclusión perpetua"

     "El décimo grado de humildad consiste en no reír fácil ni prontamente,..."

     Pero si queréis una norma práctica para tomar decisiones irrevocables, cuya estructura se repite con frecuencia en la Regla, aquí la tenéis. Consiste en, primero, advertir al afectado de qué ha ocurrido, y darle hasta por tres veces la ocasión de rectificar o justificarse. Si las agota sin hacerlo, la decisión sobre él debe ser drástica e irrevocable. Quien la toma se libra del problema quedando, gracias a las advertencias, con la conciencia tranquila. Probadla. Es de sentido común y muy efectiva. Antes o después todos debemos tomar decisiones difíciles o dolorosas, y lo mínimo que nos puede exigir quien se ve afectado por ellas es haber sido advertido de forma clara e inequívoca  de dónde podía llevar su conducta.



jueves, 3 de marzo de 2016

Libros publicados en España



El tiempo pasa rápido y hacía ya algún año que otro que no husmeaba en la web del INE para mirar la estadística de edición de libros. En este caso, limitada al concepto «Literatura, historia y crítica literaria». El dato buscado, el número de títulos que se publican en España en esa categoría. Los datos proceden de la Sección de Depósito Legal del Departamento de Adquisiciones de la Biblioteca Nacional, luego no figuran los «autoeditados silvestres».

El cuadrito que dejo es de elaboración propia agrupando los datos mensuales. La columna «media diaria» tiene solo valor morboso: cuántas novelas se publican cada día en España, incluyendo sábados, domingos y festivos.

En los últimos quince años se han publicado 301.575 libros «solamente». A 55,04 al día. O 2,29 por hora ininterrumpidamente (sí, durante quince años) si a ustedes les impresiona más.

No me apetece sacar conclusiones, sino solo ofrecer el dato en bruto (y qué bruto) aunque solo sea por tantas personas que, todo candor, me hablan como si bastara poner un libro en el mercado para vender no sé cuántas docenas de miles de ejemplares. A todos les respondo lo mismo: que alguien se entere de que un libro existe, es casi milagroso. A 25 líneas por página y ocupando título y autor una sola línea, la lista de libros publicados un año cualquiera de los últimos quince sería un tocho de 800 páginas.

Vamos, que si algún día alguien le regala «las últimas novedades» serán las últimas no por ser las más recientes, sino porque una vez sepultado por ellas, no podrá usted recibir más.





lunes, 29 de febrero de 2016

A quienes no leen




Una de las cosas más importantes que le puede ocurrir a un ser humano es aprender a leer. No saber hacerlo era relativamente habitual en la generación de nuestros abuelos y mucho más en las anteriores. Y durante siglos quien sabía leer era respetado como el viajero que había recorrido países ignotos imposibles de conocer para el resto, que durante toda su vida apenas llegaban a alejarse de su pueblo unas docenas de kilómetros. La lectura daba acceso a una dimensión que iba más allá de lo que ojos y oídos alcanzaban. Quien leía, venía de otro mundo.

Durante toda la historia quien sabía leer se sabía un privilegiado. Y en uso de su privilegio, leía. Así se explica que, más tarde, la alfabetización fuera considerada indispensable para procurar la igualdad entre las personas. ¿Alguien puede dudarlo? Se trata del privilegio de alcanzar protección, esperanza y oportunidades dentro de nosotros mismos, en nuestra cabeza, donde habita el conocimiento y la fantasía y todo es posible si le damos la ocasión alimentándolo con lo que otros nos dan a través de los libros. Hoy, en cambio, como todos sabemos leer hemos perdido la conciencia del privilegio que supone. Parece que privilegio es ir a un restaurante nuevo o exótico o presenciar determinado partido de fútbol o tener un buen coche o un buen piso o unas buenas vacaciones. Pero qué diferencia entre no poder ir a restaurantes, no poder ir al fútbol, tener un mal coche, un mal piso o pasar las vacaciones en casa y no saber leer. Si hubiera que elegir, nadie dudaría. 

Quizá entonces, si nos viéramos en esa tesitura, volveríamos a reconocer el privilegio, y el tiempo que dedicáramos a la lectura lo consideraríamos un tiempo ganado para la vida. 



lunes, 15 de febrero de 2016

Jefe de estación Fallmerayer - Joseph Roth



     Adam Fallmerayer es un jefe de estación en la Austria de 1914. Un empleo digno pero sin consideración social. A su confortable vida ha llegado casi sin darse cuenta. Adaptándose a lo que en cada momento ha venido. Una noche hay un accidente ferroviario, Fallmerayer no sabe muy bien qué hacer, quizá paralizado por el miedo a la responsabilidad, pero se pone en marcha tras atender a una viajera que ha salido ilesa. No colabora en el rescate porque lo sienta su obligación, sino para no decepcionar las expectativas que la viajera pueda haber puesto en él, por el deseo repentino de agradar a una desconocida. Sintomático de que Fallmerayer siente una diferencia entre lo que es y lo que los demás esperan de él, que es también lo que sin duda esperaba de sí mismo o de su vida, y que abre la puerta a la idea de una de sus motivaciones: escapar, huir hacia delante cuando, tras haber alcanzado aquello que se supone que debía alcanzar, se da cuenta de que la vida no es lo que prometía. Aquejada de un leve shock, la viajera permanece unos días en las dependencias donde Fallmerayer vive con su esposa y sus dos hijas. Es una condesa rusa. Durante su estancia, no destaca por nada más que por su correcta discreción.

     Nada ocurre entre ellos. A hora fija Fallmerayer le dedica atenciones que muestran a un hombre educado y amable, y la deja reposar en soledad la mayor parte del tiempo. Pero la impresión que la mujer produce en él es tal que, cuando se va, se va de aquel lugar pero no del pensamiento del jefe de estación. Luego el tiempo pasa. El contacto entre ellos es casi inexistente: unas líneas de agradecimiento. Pero suficiente para mantener vivo en Fallmerayer el recuerdo. Movilizado con la Primera Guerra Mundial, se las apaña para acabar en los alrededores  de Kiev, donde ella vive, y comienza a visitarla sin ocultar su interés por ella.

     La condesa, por su parte, está sola. Su marido también está movilizado. Acaba sucumbiendo a Fallmerayer.

     Los amantes se las apañan hasta que la revolución del 17 fuerza su marcha a Mónaco. Allí la vida parece reencauzarse, parecen haber dejado atrás no solo la guerra, sino su propio pasado, y afrontan un futuro lleno de ilusión. Están enamorados y felices, hasta el punto de que la condesa manifiesta su deseo de tener un hijo. Pero entonces el conde reaparece, y cierra este pequeño clásico la reacción de Fallmerayer cuando ve en qué condiciones se encuentra el conde, aunque el autor no cita las motivaciones ni las cábalas que conducen a Fallmerayer a hacer lo que hace, lo cual voy a omitir por si alguien no conoce este clásico.

     Más que una novela es un relato. Muy conciso. Joseph Roth deja que sea el lector, en base a sus propias vivencias, quien complete la historia. No habrá dos lectores que saquen idéntica impresión porque, sospecho, cada cual proyectará sus propias razones y valores para entender la conducta de los protagonistas.

     Así, ¿qué mueve al jefe de estación a estar tan repentinamente pendiente de una desconocida con la que, además, apenas habla? ¿Qué le lleva al punto de orientar su vida hacia el reencuentro? ¿La insatisfacción con su existencia? ¿Algún sueño o ambición oculta hasta para él mismo que la condesa evoca? Otra duda, relacionada con lo anterior: ¿es amor lo que mueve a Fallmerayer? ¿O egoísmo? ¿O es, simplemente, confusión, huir hacia delante cuando uno ha llegado donde cree que debía llegar y comprueba que la vida no es lo que esperaba? 

     ¿Y la condesa? Al principio no se sabe si su conducta es debida al agradecimiento o si ha sentido también algún tipo de atracción hacia Fallmerayer. Tampoco sus primeras reacciones en el reencuentro permiten aclararlo. Pero luego, ¿por qué se entrega a él? ¿Por amor? ¿Para escapar de la soledad? ¿Para encontrar refugio en unos momentos especialmente duros donde a la soledad se une la incertidumbre de la guerra y de la revolución? ¿Porque tampoco ella esperaba que la vida fuera eso? ¿Y por qué luego esa ansia de retener a Fallmerayer cuando nada hace pensar que él dude de lo que están haciendo?

     Y, por último, ¿por qué ese final? ¿Qué es lo que mueve a Fallmerayer a una reacción tan drástica? Las hipótesis oscilan entre extremos, sin que me atreva a asegurar una u otra. De aquí un libro que invita a una profunda reflexión sobre las motivaciones, las pasiones y los impulsos, la desesperación, la impotencia...

     Se podría contar toda la historia de principio a fin, incluso detallando la reacción de Fallmerayer, sin desvelar nada, porque el libro no termina hasta que el lector llega a alguna conclusión. Y no es fácil. Habrá quien piense que es una novela de amor. Otros, de egoísmo. Y otros verán una cosa u otra, o las dos, en cada personaje.

     Un lujo que se lee en menos de un par de horas.




lunes, 25 de enero de 2016

Niebla y sangre - Varios autores




       Acaba de ser publicada en Ediciones Evohé la antología de relatos Niebla y sangre, en la que participo con un relato titulado Besos y luz. Así que, como podéis suponer, esto no es una reseña, sino  información.

     La antología ha estado dirigida y organizada por la escritora y experta en novela negra Marina Lomar, que ha contado con la colaboración de la también escritora Marta Querol.

     El nexo de unión entre los relatos es la presencia en todos ellos de los dos elementos que dan título al libro: la niebla y la sangre. Lo primero que la asociación de esas dos palabras trae a la mente es un crimen misterioso, pero el lector podrá comprobar de lo que es capaz la imaginación, y cómo a partir de un mismo origen puede llegarse a destinos increíblemente dispares por recorridos por completo distintos. Hasta que no lo haya leído, nadie podrá imaginar la sorpresa que le espera tras cada título.

    Prologado por Santiago Posteguillo cuenta con la participación de magníficos autores. Alguno de ellos, como Vicente Marco, con dos muy buenas novelas reseñadas en este blog: Ya no somos niñas y Opera Magna.

     El pasado día 20 Niebla y sangre se presentó en Valencia, en el Museo de los soldaditos de plomo. Próximamente, también será presentada en Madrid.



Relación de autores y relatos:

Te duermes a mi lado (poema)
Pilar Verdú

La sombra de Lord Rupert
Marina Lomar

La niebla que todo lo cala
Raúl Borrás San León

El último confín
Alejandro Gadea Luna

Te esperaré
Alejandro Mohorte

A las cuatro y treinta y cinco
Eva María Marcos

Capitanes intrépidos
Enrique Huertas Bellido

Besos y luz
Miguel Ángel Buj

La ex fumadora
Beatriz Schleich Tena

El relato perfecto
Javier Rodrigo Ibarra

Más allá de la niebla
Juan Miguel Aguilera

La loba entre la bruma
Yolanda León

La niebla se disipa
Maria Vicenta Porcar

En su nombre
Margarita Quesada

Lola
Mila Villanueva

En la sangre
Pablo Tobías

El altar de nieve
Javier Lacomba Tamarit

La muerte del camposanto
Vicente Marco

De todos los bares del mundo
Josep Asensi

miércoles, 13 de enero de 2016

Sorpresas que da la vida



    Hace poco más de dos meses publiqué en este blog una entrada haciendo balance del primer año en ebook de La terrible historia de los vibradores asesinos, tras su periplo en papel. En ella dije que me había puesto dos objetivos en cuanto a difusión: uno, realista, lo había alcanzado; el otro, más optimista, no.

     
Si antes lo hubiera dicho... 


     La terrible historia de los vibradores asesinos está teniendo una difusión muy notable en las últimas semanas. Las ventas en ebook en los últimos dos meses superan con creces las de los doce anteriores, en los que realicé presentaciones de La sota de bastos jugando en béisbol en varias ciudades, todas con cierta repercusión en los medios locales. Pero es ahora, cuando estoy calladito, cuando las ventas han crecido tanto. Se ve que así estoy más guapo. Preocupante, ¿verdad?

     Y eso a pesar de que ahora es más difícil alcanzar la parte alta de las clasificaciones en Amazon y, por tanto, aparecer en su «escaparate virtual», porque han dotado a las listas de mayor estabilidad. Pero el caso es que en humor en español la novela ha estado en el top 5 en España y también en Amazon.com (ese refrito que comandan las ventas en Estados Unidos) y en cuanto a otros países -aunque en ellos se venden pocos libros en español-, ha estado número uno en Francia Italia, donde además ha sido también número uno en intriga; y número dos en el Reino Unido y Alemania. No han sido visitas fugaces a esos puestos altos, sino recurrentes. Y en unas fechas, las navideñas, difíciles.

     También La sota de bastos jugando al béisbol ha llegado a puestos altos, aunque no tanto, pero tras solo un par de meses a la venta en ebook es difícil saber cómo evolucionará.

     Para mí, que en Facebook ni tengo millares de amigos ni tampoco una página con millares de seguidores, que solo me siguen trescientas o cuatrocientas personas en Twitter, que los medios de comunicación que se hacen eco de mis andanzas no están en las mayores ciudades del país y por tanto tienen una audiencia pequeña, que no he pisado un plató de televisión para hablar de mis libros, que no he pedido a nadie ni una reseña ni un comentario, para alguien que, en definitiva, tiene tan pocos medios para contar lo que hace, no deja de resultar sorprendente que dos libros que llevan ya tiempo en papel (más de cuatro años uno y año y pico el otro) destaquen ahora así en ebook. No sé a qué se debe. Algo tendrá que ver el «boca a boca», pero en un cambio tan repentino quizá también influya que estén ganado fuerza las historias de humor, como El secreto de la modelo extraviada, de Eduardo Mendoza (entre quienes lo compran, chiva Amazon, también hay unos cuantos de mis lectores), o sus eternos Sin noticias de Gurb o El misterio de la cripta embrujada (aunque mi preferido sea La aventura del tocador de señoras),  o también Maldito Karma y Más maldito karma, de David Safier, u otros que se están publicando estos años, como los de Joaquín Berges. Ojalá sea un poco de todo.

     O será que hace falta sonreír. No sé si para olvidar los problemas o para afrontarlos mejor.

     Gracias a todos los lectores.