Una de las
cosas más importantes que le puede ocurrir a un ser humano es aprender a leer.
No saber hacerlo era relativamente habitual en la generación de nuestros
abuelos y mucho más en las anteriores. Y durante siglos quien sabía leer era
respetado como el viajero que había recorrido países ignotos imposibles de
conocer para el resto, que durante toda su vida apenas llegaban a alejarse de
su pueblo unas docenas de kilómetros. La lectura daba acceso a una dimensión
que iba más allá de lo que ojos y oídos alcanzaban. Quien leía, venía de otro
mundo.
Durante toda
la historia quien sabía leer se sabía un privilegiado. Y en uso de su
privilegio, leía. Así se explica que, más tarde, la alfabetización fuera
considerada indispensable para procurar la igualdad entre las personas.
¿Alguien puede dudarlo? Se trata del privilegio de alcanzar protección,
esperanza y oportunidades dentro de nosotros mismos, en nuestra cabeza, donde
habita el conocimiento y la fantasía y todo es posible si le damos la ocasión alimentándolo con lo que otros nos dan a través de los libros. Hoy,
en cambio, como todos sabemos leer hemos perdido la conciencia del privilegio
que supone. Parece que privilegio es ir a un restaurante nuevo o exótico o presenciar
determinado partido de fútbol o tener un buen coche o un buen piso o unas buenas vacaciones.
Pero qué diferencia entre no poder ir a restaurantes, no poder ir al fútbol,
tener un mal coche, un mal piso o pasar las vacaciones en casa y no saber leer. Si hubiera que elegir, nadie
dudaría.
Quizá
entonces, si nos viéramos en esa tesitura, volveríamos a reconocer el
privilegio, y el tiempo que dedicáramos a la lectura lo consideraríamos un
tiempo ganado para la vida.
Es la única "ansiedad" que tengo... Todo lo que me queda por leer (y por vivir)
ResponderEliminarEstupenda ansiedad ;-)
ResponderEliminarApoyo el comentario. Saludos desde Santa Cruz Argentina
ResponderEliminarGracias!!!!!
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