Camilleri
tiene algo que contar, dice la crítica de Babelia citada en la contraportada. Y
la idea se repite a cada página mientras se lee La banda de los Sacco. Se
repite por mérito del autor, pero también por contraste con la inundación de
libros que consideran que entretener es un mérito y no un mínimo.
La banda de
los Sacco tiene más de testimonio que de novela. Es la relación ordenada de una
serie de hechos, sin descripciones ni valoraciones, de los que al final se dice
que se basan en una historia real. La familia Sacco, de origen humilde,
prospera en la primera mitad del siglo XX, y, cuando la mafia pretende
extorsionarla, no cede al chantaje. Se desencadena la represalia, que logran
eludir, y acabar con los Sacco pronto acaba siendo para la mafia algo más que
una represalia: una necesidad a fin de mantener el miedo sobre todos los demás y con él su fuerza y su negocio.
Y como la fuerza de la mafia es tal que el Estado, que debería haber protegido
a los Sacco, desaparece, la suerte de estos la determina la ley de la selva, la
del más fuerte. Ahí siempre pierden los honestos, los inocentes, porque la
desigualdad es manifiesta entre quienes tienen escrúpulos y por tanto límites y quienes carecen de
ellos. Lo mismo ocurre cuando el Estado se fortalece de forma dictatorial.
Siempre paga el más débil. Un relato, en definitiva, de cómo pueden hundirse
unas vidas cuando tratan de mantener su dignidad y “la cosa pública” ha cedido
al miedo y la corrupción. Un mensaje, también, para quienes desprecian o minusvaloran la cosa pública.
Por todo eso es
también una historia de orgullos: el de la familia Sacco, que está dispuesta a
perder todo antes que su propia dignidad; y orgullo el mafioso, que no puede dejar una
deuda pendiente así pasen los años. Una novela que invita también a una profunda
reflexión sobre la dignidad. Los Sacco decidieron mantenerla, porque de otra
manera no se podrían mirar a los ojos a sí mismos. En cambio, son legión los
que la ceden a quien abusa de ellos, con la esperanza de disfrutar de un
simulacro de tranquilidad que no es más que violencia sorda.
Por su mensaje,
de lo mejor de Camilleri.
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