Un giro decisivo (Serie Montalbano, 10)
Resulta
complicado no ser repetitivo al comentar las novelas del comisario Salvo
Montalbano, porque son obras repetitivas. Eso no quiere decir que sean malas o
aburridas; al contrario, si las voy leyendo es porque con ellas se pasa un buen
rato, porque apetece reencontrarte con personajes con los que lo has pasado
bien.
En esta
ocasión el comisario sale un buen día a nadar y, mientras hace el muerto, se
encuentra con otro que lo hace mucho mejor y que tiene una poderosa razón para
ello. Además, los peces y otros animalitos de la zona se han pegado un
banquetazo a su costa. Todo apunta a que el cadáver lleva en el agua tanto
tiempo que va a ser complicado saber de dónde proviene.
Los que
sí se sabe de dónde provienen son los inmigrantes que llegan a la zona, como
pueden, en una patera. Por una casualidad el comisario presencia el desembarco
controlado por aquellos de sus colegas dedicados a tales temas, y así es como
Montalbano tiene ocasión de atrapar a un niño tan aterrorizado que trata de
escapar incluso de su madre. Pero algo hay en la mirada de ese niño, y en la
actitud hacia la madre que lo reclama, que siembra la inquietud en el comisario.
Lo que
ocurre a partir de ese niño atemorizado y del cadáver a la deriva, es que las cosas, pese a ser en apariencia
independientes, comienzan a enmarañarse. Para lo cual Camilleri utiliza sus
recursos habituales; esto, sin duda, lo peor, porque el lector que llega a la décima
entrega de una serie, creo yo que va buscando los personajes más que sus
trucos, y estos son demasiado insistentes: la inconsciencia de Montalbano, que
actúa siempre con su cuenta sin pensar ni en el riesgo ni en la ley, las
afortunadas casualidades, e incluso (aunque esta vez no de forma decisiva) la
siempre preclara memoria de los más viejos del lugar.
No es
infrecuente en Camilleri que el crimen que abre la novela quede de inmediato en
un segundo plano, de forma que tras él el lector se reencuentre con el mundo de
Vigàta. Es lo que ocurre aquí. Esta forma de escribir hace que uno se zampe la
tercera parte de la novela sin darse cuenta, y sin que haya pasado nada. Porque
a los amigos primero se los saluda, y luego ya hace uno lo que tiene que hacer;
y a estas alturas el lector y Montalbano son ya íntimos.
Hay,
eso sí, un intento fallido de Camilleri no sé si de tensar la parte emocional,
o de hacer una crítica política poco larvada. Me refiero a que la actitud de
los responsables políticos de interior ha hecho que Montalbano, sin verse
afectado por ninguna decisión concreta, haya decidido presentar su dimisión por
una cuestión de principios. Son el tipo de recursos que quizá generan cierta
tensión en el lector cuando la novela está recién salida, cuando la undécima
todavía no existe, pero cuando van ya una veintena no hace falta pensar un
segundo para saber que estamos ante un amago, por lo que ningún lector se toma
en serio la dimisión (como tampoco, en realidad, los personajes) y, como efecto
colateral, posiblemente tampoco se toma muy en serio la crítica implícita.
Sea
como sea, a medida que pasan las novelas el mundo de Vigàta se va haciendo más
útil para su autor y, por tanto, más conocido para el lector. Camilleri echa mano o no de los personajes según le interesa. En este caso, es Ingrid
la que reaparece. Augello queda en segundo plano –como casi siempre- pero
dejando ver un cambio de vida, Fazio hace lo que se espera de él (y alguna cosa
no es la primera vez que la hace) y la catástrofe llamada Catarella en esta
ocasión destaca especialmente por sus ataques al diccionario.
Y
termino con una alusión al humor. El
genio del comisario, tan vehemente, exagerado y despreocupado respecto a sí
mismo siempre hace sonreír, pero hay que admitir que estas novelas comienzan a
combinar lo estrictamente policiaco como lo cómico en el sentido más clásico
del término: que Cataré se pase la novela sin ser capaz de abrir una puerta sin
golpearla con estrépito contra la pared, o que haya un policía en la comisaría
que lo mismo es capaz de surtir a Montalbano de unas gafas para miopes que de
unas botas para pescar (amén de mil cosas más entre medio, como si en su
despacho tuviera un bazar) parece sacado de una película de los Hermanos Marx,
aunque no cabe duda de que es una seña distintiva del mundo de Montabano. Probablemente
esa mezcla sea parte de la receta de su éxito.
Llevas toda la razón en lo que comentas al principio, pero tiene ese no sé qué, que te atrapa y sigues leyendo.
ResponderEliminarYo creo que voy por la entrega 15-16 y seguiré leyendo, pues me encantan las historias de salvo y todos los personajes que le rodean. Y lo mejor, siempre me imagina a Andrea escribiendo y se me dibuja una sonrisa.
Yo también tengo claro que acabaré leyendo todas ;-)
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