Hace falta ser atrevido para intentar explicar Duluth (1983) en este espacio, pero lo
voy a intentar. Y hace falta serlo porque aunque el objetivo de la novela está
claro (hacer una crítica del modo de vida norteamericano y, por extensión,
occidental), lo realmente brillante es la compleja forma en que Gore Vidal crea una historia donde la
crítica a la realidad se sustenta en una ficción en la que nada es real ni a
veces posible, excepto los valores que la mueven, los cuales llegan a extremos
que serían caricaturescos si no estuvieran a la orden del día.
Es
decir, la novela nos hace pensar en lo que se critica, pero también en cómo se
hace. Y todo desde un humor permanente y
duro. El conjunto, magistral.
La
“superficialidad” a la que he aludido se critica de la mejor forma posible:
exponiéndola. Casi nadie piensa en ser,
y todos lo hacen en tener, en poder y en parecer, hasta el punto de que quien tiene, parece o es poderoso,
cree ser. Y a todo eso se llega por
los únicos caminos posibles: la demagogia, la hipocresía, la mentira, la
manipulación, la violencia o la discriminación.
¿Pero
cómo denuncia Gore todas esas cosas? Primero, desde el humor, porque en Duluth usa un humor
despiadado, que ridiculiza los excesos con ánimo de denunciarlos y, a ser
posible, destruirlos. Un humor, pues, beligerante, combativo, venenoso y en permanente
equilibrio (gran mérito, por cierto) para que sea a la vez y en cada página una
novela de denuncia que no deja de lado el humor y una novela de humor centrada en la denuncia.
Segundo, tejiendo una historia tan brillante como complicada. Duluth es una ciudad imaginaria, pero a
la vez real. Real porque hay un Duluth en Minnesota, porque está lindando con
Canadá, porque está en la región de los Grandes Lagos, e irreal porque aunque la Duluth de Gore
linda con su propio lago, está también a pocos kilómetros de Méjico, está infestada
de negros y chicanos, y no lejos de ella anda el Río Colorado. Como si, de
alguna manera, el Duluth de Gore cruzara Estados Unidos de norte a sur sin dejar de ser una misma cosa, lo cual
no creo que sea inocente. Y aún hay otra Duluth en la novela: la que aparece en
un serial de televisión.
Tres imágenes de Gore Vidal |
Hasta
aquí parece sencillo, pero no. Porque la novela comienza con la muerte, en un
ventisquero, de dos mujeres: la hermana del alcalde y una buena señora llegada
desde Tulsa con la sana pretensión de hacerse con las riendas de la ciudad.
Muerte peculiar, porque pasan a incorporarse a otras vidas, como personajes de
novela y de serie televisiva, lugares desde los que se comunican con el
presente. Un recurso retorcido, pero original y que da muchísimo juego, y que
al mismo tiempo sirve para hacer una crítica
de la cultura del best seller (a la que luego aludiré).
El
mundo real y su conexión con otros mundos -unos “reales” y otros creación “artística”-
así como la conexión entre el mundo terrestre y el extraterrestre, permiten
hacer avanzar una historia donde las ambiciones individuales pugnan por abrirse
paso a costa de los demás; el recurso a lo estrafalario y absurdo del entorno
es genial, porque de otra manera se hubiera caído en la intriga, mientras que
así la intriga es lo de menos, y lo de más es el espectáculo de gente yendo y
viniendo, de información que llega por métodos poco ortodoxos pero que fluye
manteniendo una acción en la que el lector, atraído por el vértigo del abismo moral, no deja de ver lo peor de cada cual .
Podría
explayarme citando muchos otros aspectos de la novela que me han llamado la
atención, pero me voy a centrar en tres:
La
constante presencia del sexo, por acción u omisión, y que podemos encontrar en
casi todos los personajes: la insaciable Darlene, el portentoso Big John, los
complejos de Pablo, el matrimonio “abierto” de los Craig, las aventurillas y
dudas que suscita Clive, incluso el propio alcalde, que acaba relamiéndose ante
la conversión de Tricia (quien quiera saber quién es cada uno de estos
personajes, que lea la novela). Es un sexo, además, instintivo, primitivo,
violento, aunque el final de Darlene recuerda a los edulcorados finales del
cine americano, que siempre terminan bien para el héroe aunque este sea un
carnicero.
La
continua referencia al racismo y la xenofobia. Para los blancos de Duluth, que
son también los pudientes, negros y mejicanos representan algo parecido a una
plaga que, mientras no molesta, es tolerada en la medida en que se pueda sacar
partido de ella. La presencia de la discriminación es constante: Darlene aprovechándose
de los inmigrantes, la marginalidad de los negros incluido el ayudante del
comisario, la forma en que todos están dispuestos a utilizar a negros y
mejicanos incluso llevándolos al enfrentamiento y la destrucción, culminando
con la postrera humillación de alguno cuando en nada afecta ya al meollo de la
historia (pero que es necesaria para acabar de lanzar el mensaje de violencia
estéril).
Y (esto
lo digo por deformación) la crítica al mundo del best seller y, por ende, de un sistema cultural donde el espectáculo ha sustituido al pensamiento. Dos escritoras de
best sellers hay en esta novela. Una es una analfabeta casada con un hombre
poderoso, que se limita a poner su nombre en lo que le escribe un “negro” que
la domina manteniéndola en vilo sobre la suerte de uno de "sus" propios personajes. La segunda, Rosemary Klein Kantor, es una sátira de la
producción en serie de novelas “de éxito”: una escritora poderosísima, dueña
del entorno cultural de Duluth, pero carente por completo de imaginación, cultura
y talento, alguien que jamás ha escrito una línea original porque sus escritos
los elabora a través de una computadora con una enorme base de datos con 10.000
libros de los que va fusilando ideas y escenas.
Insisto:
una obra magistral de la crítica y el humor y, por tanto, de un humor
hiriente, con un final "lógico" pero que parece un juego de magia.
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