Más de noventa añitos tiene
ya “el buen gordo” que protagoniza esta novela, porque fue publicada en 1922. Y
va camino de hacerse centenario.
El argumento es simple, pero
útil para los propósitos de la novela: “el gordo” es amigo de un matrimonio; el
marido es sorprendido en plena infidelidad, y la esposa lo abandona. ¿Cómo?
Escapando junto con su amigo, “el gordo”; pero como el marido les sigue la
pista, se ven obligados a trotar de un país a otro. Sin embargo, no es la fuga
de una pareja de enamorados, porque para la mujer el gordo solo es un
acompañante, mientras que él aspira a convertirse en su amante. En resumen, la
típica relación entre “el feo” prendado de “la guapa” y “la guapa” que no
repara en “el feo” más que “como amigo”.
Narrado como una
conversación entre el gordo y el lector donde el primero no para de hablar, las
peripecias de la pareja y su perseguidor son enfocadas desde la perspectiva de
un obeso que ve en su panza la causa de
todas sus virtudes y la fuente de todos sus problemas. Los gordos, como
raza singular, son dibujados como el colmo de las esencias, pero también como seres
incomprendidos en un mundo de flacos, raquíticos y descarnados resentidos. El
desdén con que describe a los delgados mueve en numerosas ocasiones a la risa,
dando lugar pasajes buenísimos en los que no se sabe qué es mejor, si la forma
en que presenta como censurable algo tan normal como no estar hecho una vaca, o
el ingenio agresivo cuajado de imágenes grotescas.
El tono de la narración lo
da la perspectiva de superioridad moral
“del gordo”, unida a una labia tan cortés y educada que a veces es amanerada
y grandilocuente. Porque el gordo de esta historia no es un vulgar glotón, es
un tipo selecto y satisfecho de sí mismo, y por eso considera barriga y lorzas más un logro que una consecuencia.
Resulta complicado leerlo sin pensar en otro excelso gordo: Ignatius J. Reilly, de La conjura de los necios (1962). Pero
si Ignatius es un loco que anda preocupado de las cuestiones estéticas (hasta
el punto de confundir estética y moral) que intenta reconducir el mundo a sus
estrafalarias teorías, el gordo de Béraud
es un obseso de sí mismo que trata de encajar su propia condición en un mundo
que lo ve como un bicho raro; su objetivo no es cambiar el mundo sino ser
aceptado y respetado tal cual es, aunque comparte con Ignatius una excelente
opinión sobre sí mismo. Por eso su elaborada teoría sobre las ventajas e
inconvenientes de la obesidad podría aplicarla a la delgadez, si es que hubiera
nacido llamativamente escuchimizado, o a
la alopecia, si es que hubiera sido calvo. Su teoría se resume en que los
gordos atesoran una serie de cualidades invisibles al resto de los mortales,
probablemente por quedar ocultas bajo una capa de grasa, y ahí nacen una serie
de prejuicios que los hace propensos a ser víctimas del abuso, especialmente
del abuso emocional, con lo cual queda redimido cuanto pueda achacárseles: todo
en los gordos está bien y es digno de admiración, y lo que de malo les ocurre
trae por causa la inquina, la envidia, la incomprensión y la ignorancia ajena, horrores
todos ellos nacidos en el mundo de los escuálidos.
![]() |
Henri Béraud (1885-1958) |
Termino señalando que el
gordo hace partícipe de sus confidencias al lector, pero que este no pueda
contestar no afecta a la comunicación entre ambos, pues tal es la verborrea del
personaje que el lector no podría meter baza ni aun siendo posible; como quien
está con un amigo parlanchín y sabelotodo, que siente respaldadas todas sus
teorías solo porque estás a su lado.
Un libro que gustará a casi
todos los lectores, lo bastante bueno para ser mucho más que un
entretenimiento, y que acomplejará a casi todos los escritores, pues Henri Béraud lo escribió en solo dos
semanas.
El martirio del obeso, premio Goncourt
en 1922, ha visto un sinfín de ediciones. Más de doscientas, dice la
publicidad. Y ahora renace en español en Tropo
Editores.
Un blog muy acertado y ameno. Enhorabuena
ResponderEliminarGracias ;-)
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