Boston.
Años noventa... antes de que existieran teléfonos móviles. Un senador contrata al detective Patrick Kenzie para que localice a una
empleada de la limpieza que ha desaparecido llevándose consigo ciertos
documentos. Y aunque no le pagan para más, el hombre no deja de preguntarse qué
demonios tendrán esos documentos para ser tan importantes. A partir de ahí, se
abre una frenética aventura donde la rivalidad entre las bandas callejeras se mezcla con el racismo, los miedos de todos, la
corrupción o la prostitución infantil.
No obstante, se trata más de una novela de acción que de
intriga en sentido estricto, porque lo que puede haber en los “papeles” es
relativamente sencillo de intuir (obviamente, algo comprometedor para quien lo
busca, así que da igual lo que sea). Y acción tiene, y mucha.
Claro que un detective es algo limitado para desarrollar
una novela. Un personaje da de sí lo que da: introspección. Por eso Patrick
Kenzie tiene una ayudante (como es costumbre, guapa) para dar agilidad a la
novela. Se llama Ángela Gennaro.
Patrick le echa los tejos, como también es tradicional; ella, como también es
esperable, duda y no cae en sus redes, y además está casada con un energúmeno
que la maltrata.
Aunque el detective se supone que es de lo mejorcito de Boston, lo cierto es que no nada en la
abundancia. Por eso tiene el despacho en un lugar insólito: en lo alto de un
antiguo campanario, sobre una iglesia de barrio. Un barrio dividido por razas y
esperanzas.
Es una novela que engaña. Al principio el protagonista no
acaba de caer bien: demasiado fanfarrón, demasiado recrearse en reírse de sí
mismo con suficiencia. Pero conforme pasan las páginas la cosa cambia y el
caballero se sigue tomando con humor
toda la serie de calamidades que protagoniza, y que lo tienen a cada momento
con un pie en la tumba. No es que esa falta de preocupación sea realista, pero
en cierta medida los problemas humanizan a los fanfarrones.
Fruto de esta forma de expresarse, entre irónica y
exagerada, la novela, pese a la violencia de muchas de sus situaciones, a
menudo nacida del racismo, se
traslada al lector en un tono desenfadado, que sin llegar a hacerla humorística
sí le quita buena parte del horror.
Una novela que va de menos a más, y que resulta muy
entretenida. Con mucha violencia, pero sin perder el sentido el humor.
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