La excursión a Tindari (Serie Montalbano, 7)
Un
joven aparece asesinado a las puertas de su casa. Poco después, un hombre
denuncia la desaparición de sus ancianos padres, los cuales vivían en el mismo
edificio que el hombre asesinado. Aparentemente se trata de dos casos
distintos, solo unidos por la casualidad. Pero además, las familias mafiosas
que se reparten el negocio en la zona están en crisis, debido a la pujanza de
nuevos grupos mafiosos con todavía menos escrúpulos, hasta el punto de que un
nonagenario ha tenido que asumir el mando de una de ellas.
Al
primer crimen la policía no le da demasiada importancia, al atribuirlo
implícitamente a un ajuste de cuentas mafioso o vinculado a asuntos turbios,
por lo que se toman la investigación con calma. Tampoco se toman muy en serio
la desaparición de los dos vejetes, pensando que pronto aparecerán. Pero lo
cierto es que las cosas se acaban complicando, porque los ancianos, que nunca
salían de casa y eran una pareja solitaria y antipática, fueron vistos haciendo
una excursión a Tindari, en autobús, y llegaron a emprender el camino de
regreso.
Cómo se
relacionan ambos casos y cómo se resuelve la cosa, dejo que lo sepa quien lea
la novela, aunque sí me permito decir que las elucubraciones del comisario
están, en algún punto, bastante traídas por los pelos. Aparte de eso la vida
personal del comisario Montalbano juega, como siempre, un papel relevante como
marco de la historia, porque estas novelas, además del caso concreto del que
cada una trata, se han ido convirtiendo poco a poco en un periódico reencuentro
con un conocido que nos da ocasión de ver cómo han evolucionado sus rarezas.
Ahora Montalbano está a punto de ser un cincuentón, y su vida sigue tan
desorganizada como siempre, quedando situado al borde del caos o de la soledad.
Reaparece algún personaje –la guapa nórdica de La forma del agua, para la que no pasan los años- creo que más por dejar espacio a una “chica
guapa” en la novela que porque aporte algo sustancioso y, también, porque el sexo que Camilleri introduce en estas novelas se basa en escenas donde con toda naturalidad los personajes se ponen al borde de todo sin que pase nada, naturalidad, por cierto, que mengua todo erotismo; a la vez, el cúmulo de
secundarios ejerce su papel permitiendo al autor introducir, a través de ellos,
gran parte del humor que hay en la
novela: los suaves gags se
corresponden casi siempre con la torpeza de Catarella y con malos entendidos;
fuera de eso, no hay otro humor que el espíritu más o menos risueño (e irreal)
con que Montalbano se toma la vida y, en particular, su trabajo y los peligros
que asume, así como la aversión a todo tipo de compromiso afectivo más o menos
formal, que ya resulta repetitivo y en alguna ocasión casi sobreactuado. Pero
es lo que ocurre con las “sagas”, que o el personaje es un pirado cuya
personalidad cambia a cada momento (con lo que es complicado ganar la fidelidad
del lector, además de en exceso irreal), o se cae en la reiteración, con el
riesgo de desembocar en el aburrimiento y en la falta de motivación. Quizá para
solucionar esto en entregas futuras (que todavía no he leído), Camilleri cambia
en esta novela al jefe superior, cuya opinión sobre la comisaría de Vigàta es perfectamente
mejorable. Esto le permite abrir nuevos horizontes en el entorno, aunque en
esta ocasión el asunto da poco juego, más allá del típico recurso del policía
que no solo debe luchar contra “los malos” sino también contra jefes entre
incompetentes y sabelotodos.
Una
novela, en resumen, que se lee bien, que es divertida y que entretiene, como
las anteriores, aunque produce cierta sensación de acomodo, como si Camilleri,
más que evolucionar al personaje, lo hubiera estirado.
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