Quizá
porque vendan más las etiquetas de “novela
negra” o de “novela policíaca”, El caso
del mayordomo asesinado no figura como novela
de humor, aunque está más cerca del humor que del misterio.
Estamos en
Italia, a finales del XIX. Un barón ha invitado a su castillo a un bigotudo que
ha adquirido fama tras publicar un libro de cocina, y a otro caballero que hace
fotografías. A la mañana siguiente el mayordomo aparece muerto “en extrañas
circunstancias”. O sea, en la bodega y cerrado desde dentro; las primeras
hipótesis apuntan al vulgar soponcio; las segundas, al envenenamiento. Y, para
colmo, alguien dispara contra el barón. La resolución del caso cae en manos del comisario que, en la recién creada Italia, ejerce un poder que cuestiona la
nobleza, aunque el cocinero bigotón tiene un protagonismo no menor.
Ya dice
mucho del espíritu de la novela que el mayordomo no sea el asesino, como mandan
los cánones, sino el asesinado. Hasta el título "El caso de..." es un guiño a una determinada forma de literatura. Además, el planteamiento enlaza con los
clásicos de Agatha Christie, al
ofrecer desde el principio un catálogo cerrado de posibles criminales y al ir tomando las cosas
giros inesperados a partir de pequeños detalles. O giro, más bien, porque el autor deja discurrir las sospechas
por donde la lógica indica, para luego, en la “reunión” final (también un
“clásico”) desentrañar el misterio. Como digo, todo "muy Christie”.
Pero ya
he dicho también que la novela es de humor
mucho más que de intriga. A ello contribuyen
unos cuantos personajes, como los hijos del barón (incompetente poeta
frustrado uno y experimentado cliente de burdeles el otro), las consideraciones
del autor acerca de todos ellos y de las diferentes situaciones y, sobre todo,
el ir y venir del propio autor, que entra y sale de la narración, se distancia
o se acerca del lector según le viene en gana, y así como unas veces la
distancia es máxima (como cuando leemos el diario del cocinero bigotón), en
otras el propio autor se acerca tanto que se permite recordarnos que no debemos
tomarnos las cosas muy en serio porque aquello solo es una novela. Deja así
claro que el argumento es lo de menos, y que el objetivo es pasarlo bien,
divertirse y reírse un poco
Y
divertida, la novela es divertida; y entretenida, es entretenida, pero a mi
juicio le falta chispa. Hay, al comienzo, una suerte de presentación de los
personajes donde aparecen demasiado difusos y, por tanto, confusos, y no aporta
mucho porque hay que esperar a que el discurrir de la novela les vaya dando
forma (a unos con más fortuna que a otros). Luego, el ir y venir del autor va
en perjuicio de la continuidad, y tanto se acerca y se aleja de la historia que
al final es el lector quien termina alejado, más como espectador de las
piruetas del autor que como partícipe de un acto de comunicación. A aumentar
esta sensación contribuye la constante alternancia de lo “serio” y lo
jocoso. Y aquí radica el principal problema: si el autor deja claro que no hay
que tomarse en serio la historia, si esta tampoco es que sea el colmo del
misterio sino más bien una inocente
parodia, si sitúa al lector como mero espectador de una confesada
mascarada, cabría esperar que el humor
apareciera de forma contundente, porque no queda otra si uno quiera hacer algo
bueno. Pero el humor aparece a saltos, con presencia progresiva, y también su
tono carece de continuidad, lo cual
tiene efectos fatales: el ingenio y la ironía a menudo se ven
interferidos por notas de humor grueso y demasiado facilón. Para colmo, ingenio
e ironía podrían afilarse más.
En
definitiva, una novela que toma prestado, para hacer humor, una serie de
“clásicos” (los más evidentes, la ambientación a lo Agatha Christie y la figura
del mayordomo no como criminal sino como víctima), pero como no lo desarrolla y se limita a hacer un humor discontinuo alrededor, el resultado parece poco trabajado.
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