En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Polvo en el neón – Carlos Castán (fotografías de Dominique Leyva)



               Hace un par de años realicé un trayecto de ida y vuelta en autobús (los odio), y para entretenerme me llevé un libro, Papeles dispersos. Apenas sabía de qué trataba, pero por su tamaño y extensión era adecuado para el viaje. Bajé del autobús encantado de la vida, porque el libro había sido todo un descubrimiento. Una mezcla de sensatez, profundidad y dominio de la expresión. Me sonaba su autor, Carlos Castán, pero no hubiera sabido decir de qué. Nunca antes había leído nada suyo, pero salí convencido de que iba a leer mucho más.
               Y este es el motivo por el que he leído ahora Polvo en el neón. Lo cuento porque para valorar un libro también es importante saber con qué ánimo lo ha cogido el lector.
               El libro ha satisfecho todas mis expectativas, y también me ha sorprendido porque nunca había leído una obra donde se combinaran así el texto con las imágenes, y donde tanto aportara el uno como las otras. El texto es de Carlos Castán, las fotos de Dominique Leyva. Lo que no sé, y me gustaría saber, es el proceso de selección de las imágenes.
               Polvo en el neón cuenta la historia de un corto viaje, el que del este al oeste de los Estados Unidos hace, por la ruta 66, el protagonista; un hombre que se dirige, sin habérselo dicho a nadie, en busca de una cochambrosa e inesperada herencia; un hombre que tiene una amante y que acaba de saber que su esposa también lo tiene. Un hombre con la mente en terreno de nadie, que aprovecha el viaje para pensar, o para sentir, porque a menudo para poder pensar hay que haber acabado de sentir.  De alguna manera es una road movie, y como toda road movie que se precie es un viaje al interior de uno mismo, porque no es infrecuente estar tan desorientado respecto a la propia vida que haga falta largarse, huir del entorno, para poder observarse con perspectiva.
                Lo que el protagonista y el lector observan desde esa distancia es la forma en que se mezclan, hasta el punto de ser a veces indistinguibles, el miedo, el amor, el egoísmo y el desconcierto ante esa cosa tan rara que es la vida. Y todo en un texto breve, pero que dice mucho.
                Las fotografías merecen su propio comentario. Todas reflejan entornos humanos, pero no se ve una sola persona, sino solo su rastro. La cama deshecha, el coche aparcado, el cartel que reclama presencias que siempre acaban siendo pasajeras. Su luz apagada incluso en los escenarios soleados propician el clima de introspección, porque la preocupación enturbia la vista. Pero a la vez todo “viaje” tiene algo de liberador, porque el primer paso para deshacerse un problema es comenzar a buscar una solución, y en esa búsqueda siempre anida una esperanza; así que esa luz velada de las fotografías unas veces es la del atardecer, y otras la de un amanecer que anuncia un futuro incierto.



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