Austria. Dos gemelos
adolescentes, chico y chica, Rainer y Anna, de baja extracción social e
insignificantes físicamente, hijos de un padre vinculado al régimen nazi como
matarife y que tiene una pierna amputada, y de una madre que se somete a las
humillaciones y caprichos sexuales del padre. La muchacha es un alma no
demasiado cándida pero relativamente normal, con la modesta aspiración de
obtener una beca que le permita estudiar en Estados Unidos para ajearse del
asfixiante ambiente familiar y, quizá, lograr ser alguien; no alguien famoso, sino alguien; solo alguien; el muchacho, en cambio, es un intelectualoide al
que nadie hace caso aunque se cree un líder, un chaval acomplejado por su
pobreza, que para darse ínfulas miente más que habla, y que ha organizado un
grupúsculo violento que, bajo sus delirios intelectuales, lo único que busca,
en realidad, es dar rienda suelta a las frustraciones de cada cual; forman
parte del grupo los dos hermanos, una compañera de clase, Sophie, hija de
padres ricos, y Hans, un muchacho que vive con su madre viuda y trabaja en una
fábrica.
De
Sophie, la rica, andan enamorados –cada uno a su manera- Rainer y Hans. Ella no
les hace demasiado caso, y desde el bienestar asumido no advierte los
gigantescos esfuerzos que impone a sus adoradores, como cuando les pide dinero
para un taxi (lujo impensable para ellos) porque ella ha olvidado cogerlo (como
también olvida devolverlo, porque quien no tiene problemas de dinero no suele
acordarse de él). Anna, a su
vez, suspira por Hans, y este la utiliza para dar rienda suelta a su
sexualidad, como “ensayo” para cuando camele a Sophie.
La
acción no es otra que el discurrir de los días y de los avances y retrocesos de
este grupillo de cuatro muchachos, inmersos en un mundo sórdido que hace de
ellos personas también sórdidas. El poderoso doblega al débil constantemente,
el débil lo es tanto que se presta voluntariamente a ser doblegado, unos y
otros no encuentran en esa espiral de humillación sino motivos para seguir
perseverando en ella, hasta ofrecer el retrato de un mundo en el que todos,
ricos y pobres, están alienados y agrediéndose constantemente, entre ellos y
entre sí. El ser humano es presentado como un pobre desgraciado víctima de su
propia cruedad, de la que no puede escapar porque su pequeñez le impide tener
cualquier altura de miras.
El
final, de extrema violencia, obliga a reflexionar sobre la identidad de las
víctimas, porque a veces el agresor es tan víctima como el agredido, y la
agresión no es más que un enloquecido
mecanismo de defensa, la consecuencia más o menos lógica de las aspiraciones y deseos frustrados, lo que obliga a preguntarse si quien, en su propio interés, estimula ciertas aspiraciones y deseos, no acaba estimulando, en última instancia la violencia , incluso la violencia que se volverá contra él..
Aunque
es breve, no es un libro de lectura fácil, debido a la forma de narrar las
cosas y, sobre todo, a la densidad de las ideas, dado que no hay una sola línea
que sea inocente.
Y, lo
más curioso, de todo, pese a la enorme violencia psíquica que hay en toda la
novela, no deja de haber cierto tonillo que alivia la dureza de lo que se
cuenta: el humor implícito en quien narra algo desde la superioridad, porque Jelinek escribe como el científico que describe el comportamiento de unas hormigas sujetas a observación.
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