Cuando leo algo tan breve y tan bueno como Ronda del Guinardó, inevitablemente pienso en la superficialidad de muchos best sellers y, sobre todo, en la enorme diferencia existente entre escribir para vender y escribir con la exclusiva pretensión que dar lo mejor de uno mismo.
Lo digo porque solo un gran escritor puede hacer lo que Juan Marsé en esta breve novela: mostrarnos varias vidas, desde el pasado hasta su previsible futuro, limitándose a narrar lo acontecido en una tarde. Si nuestro presente y futuro están condicionados por nuestro pasado, cualquier buen observador puede sacar muchas conclusiones dedicándonos solo unos instantes de atención. Es lo que hace magistralmente Marsé.
La acción transcurre en Barcelona, al final de la primera mitad de los años cuarenta. El momento queda fijado por las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial. El entorno, claro está, ayuda a situar la acción, pero no con tanta precisión.
El protagonista, un viejo policía malhumorado y violento, recibe el encargo de llevar a Rosita a identificar el cadáver de su presunto violador. Rosita, que fue asistenta en casa del policía, es una huérfana adolescente acogida en una institución que dirige la monja cuñada del policía, y en la que la esposa, ya cansada y temerosa del marido, colabora. La tarde en cuestión, dos años después del suceso, Rosita está ocupada limpiando de casa en casa; y además no siente ningún deseo de ver cadáveres. El policía la sigue de un sitio a otro, entre espera y espera, tratando de haberla convencido de acudir a la morgue para cuando ella termine su trabajo.
En eso transcurre la novela. Y aunque dicho así parece poco, es todo lo contrario. El pasado regresa a la cabeza del policía, incapaz de huir de su temperamento, sus miedos y sus tentaciones. Rosita es ya una desaliñada Lolita que trabaja como un asno y no hace ascos a cuanto le permite una ínfima prosperidad. La Barcelona de postguerra sigue su vida, haciendo palpable que el poder del policía apenas ha servido para dar un puñado de disgustos que nada han cambiado. El paseo mano a mano, de casa en casa, demuestra cómo se han separado dos mundos, el del protagonista y el de la muchacha, que una vez fueron el mismo. Rosita ha sido capaz de dejar atrás su pasado, cosa mucho más sencilla de hacer a su edad que a la del policía.
Cada personaje, con sus actos y palabras, se retrata en cuerpo y alma. Sobre todo en alma. El autor nos avisa de todos y cada uno de los detalles que informan de cómo reaccionamos y asociamos ideas sin darnos cuenta. Marsé es un fantástico observador, su prosa es de una concisión extraordinaria, y su vocabulario una joya que no puede encontrarse en la mayoría de los libros. Y leerlo, es un lujo al alcance de todos.
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