Para empezar, el protagonismo corresponde a Lisbeth. Mikael se transforma en el principal de los personajes secundarios. Aunque si el misterio lo constituye la suerte de Lisbeth, resulta que ésta, como queda pronto de manifiesto, es la que sabe todo de pe a pa desde el principio. Es la única para la que el misterio no existe. Como en la primera entrega, un truquillo burdo que no me gusta: que sea evidente que quien hurta las cosas al lector no es la historia, sino el autor.
El personaje de Lisbeth, además, sufre una transformación considerable. Se normaliza en el plano psicológico. Deja de ser una inadaptada para convertirse, simplemente, en una insociable. Se nos quiere hacer ver que sigue siendo un bicho raro, pero los hechos lo desmienten. Otra cosa es la irrealidad como “heroína”. Súperlisbeth. Es el recurso facilón que permite solventar todo lo solventable, como en el primer libro. Pero como es una superheroína canija, aislada, y en cierta medida una “perdedora” (y más con el negro pasado que se le pinta) despierta simpatías.
Mikael B. me cae gordo: es uno de estos tipos que confunde los principios de su profesión con los personales, lo que hace que confunda valores corporativos con valores morales. No trago a este tipo de sujetos. Pero ya digo que en esta novela el personaje está en segundo plano.
La trama está mejor diseñada que en la primera entrega, donde la estructura estaba descompensada. La secuencia de situaciones es más racional, y está mejor administrada para mantener la tensión y la atención del lector. Como nota curiosa y meritoria, en qué consiste “el misterio” de esta novela no es fácil de averiguar pronto (a diferencia de muchas de las recetas de “éxito” que ponen “el muerto” en la primera línea”). Los hechos se van enlazando y sucediendo sin rumbo hasta que de pronto uno se ve inmerso en la historia.
Aparte de cómo pueda haber influido el fallecimiento de Stieg Larsson en el éxito de su obra (el morbo se autoalimenta, y comprobar qué éxito se perdió el autor contribuye al éxito), hay algunas “recetas” típicas de muchos best sellers: Suecia no es lo que se dice un país demasiado conocido; los parajes “exóticos” atraen; el tema informático se lleva muy lejos, lo que da un toque novedoso, pues las pifias informáticas –realistas o no- todavía han sido poco tratadas en literatura, son desconocidas para muchos, y la forma en que aquí se hace (como si Lisbeth fuera una especie de “gran hermano” que todo lo puede ver) resulta atractivamente peliculera: la idea de alguien “que casi todo lo sabe y casi todo lo puede” tiene su aquel; además es una novela urbana, con modos de vida asociados a las personas de supuesto “éxito” social (en el concepto más peregrino y banal de “éxito”); personajes con una sexualidad muy abierta conviven por pervertidos más o menos tópicos, hay por medio profesiones llamativas y hasta a menudo mitificadas, como la de periodista, mafias, intereses económicos y personales entremezclados... En resumen, un revoltijo de cosas con tirón.
En esta segunda entrega también hay, y lo digo en sentido peyorativo, mucho “cine”. Cine facilón del que pone al “bueno de la película” al borde de todos los peligros, que transforma al “bueno” en víctima para levantar simpatías y que el lector lea como una forma de solidaridad, a la espera de ver cómo todo se solventa favorablemente y experimentar a continuación el alivio consiguiente. La búsqueda de alivio es un gran motor tanto para el cine como para la literatura. Y abundas las escenas de corte cinematográfico. Incluso el “corte” en sentido estricto, al pasr pasa a otro tema, debe mucho al cine.
Me llama la atención el detalle con se cuentan las cosas, lo cual hace más cercano a los personajes. El autor casi no se salta un desayuno, ni una cena ni una comida. Hasta manda a los personajes a hacer la compra y nos dice dónde compraron, si se llevaron cuarto y mitad de queso, cebollas o cebolletas.
También llama la atención, por diferencia con la primera entrega, que en este libro se nos “descubre” a los protagonistas, sobre todo a Lisbeth. Se cuenta toda su vida y deja de ser una desconocida. Un tremendo gancho, cuando la primera novela ha tenido éxito.
Dicho lo cual, termino: es una novela entretenida, y todo un ejemplo de cómo fraccionar los acontecimientos en plan “palo y zanahoria”. Los intentos por humanizar a los personajes (¿con detalles como que han comprado queso?) permiten que la cosa no quede como una novela de fantasía, pues Lisbetita, como ya he dicho, sigue siendo Superlisbeth.
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