Chicago, años 20. No hace falta decir más para entrar en ambiente, pero sí hay mucho que decir de esta magnífica novela negra.
Lo primero, que el autor nació en 1899 y esta novela se publicó en 1929. El dato es importante por su cercanía a la época que cuenta, y, sobre todo, porque siendo una novela muy “cinematográfica” cabe preguntarse quién influyó en quién, aunque la respuesta, a la vista de las fechas, parece obvia: más esta novela en el cine que viceversa. Por cierto, fue llevada a la gran pantalla interpretada por Edward G. Robinson. El autor, además, estuvo muy vinculado al cine: escribió otras novelas sobre las que se hicieron películas (como La jungla de asfalto) y fue guionista de éxitos como Scarface y La gran evasión. Entre sus obras, otro clásico de la novela negra: Goodbye, Chicago.
Dicho lo cual, la influencia posterior del cine negro ha sido tan grande que resulta poco menos que imposible no imaginar en blanco y negro todas las escenas de esta historia, hasta el punto de que cuando se citan colores se siente una sensación extraña.
El argumento tiene su punto de originalidad: no hay crímenes raros, ni intrigas retorcidas, ni motivos inconfesables, ni misterios a resolver; es la vida de unos delincuentes, sin más historia que la de hacer dinero y escapar de la ley. Relaciones entre criminales, el mundo del hampa, novela negra en estado puro.
Sam Vettori está al frente de una de las bandas que operan en Chicago, con sede en el club de baile Palermo. Desde allí organizan toda suerte de atracos y golpes bajo la premisa de no apretar nunca el gatillo, pues matar hace especialmente entregada a la policía y la cosa desemboca en la horca. Sin embargo, Sam Vettori es ya un “anciano” de unos 45 años y ha comenzado a dar muestras de pereza, indolencia y temor. El temor del que vive bien y tranquilo y tiene poco que ganar y mucho que perder. A su banda pertenece César Bandello, conocido como Rico. Un joven duro, ambicioso y respetado por casi todos sus compañeros.
Durante el asalto al club Alvarado, Rico acaba matando a un policía de paisano. La perspectiva de la horca pone a todos de los nervios. La necesidad de lealtad se hace entonces manifiesta, así como la precariedad en la que viven las bandas: basta un delator para que todo termine. Rico aprovecha la situación para hacerse con el control de la banda sin necesidad de eliminar a Sam, el cual se aviene a mantenerse en segundo plano. Los restantes miembros de la banda se pliegan a la nueva situación con más o menos entusiasmo, aunque uno de ellos, Joe Massara, cuyo papel consiste en hacerse pasar por cliente de los lugares atracados para indagar y avisar de eventuales problemas, está más preocupado por su carrera artística que por la delincuencia.
Por encima de las bandas se encuentra un tal Big Boy, tipo rico e influyente cuya opinión y apoyo decide el futuro de bandas y personas. Y Big Boy acaba apostando por Rico. Los riesgos por el crimen del Alvarado parecen diluirse, y Rico comienza a prosperar. Todo apunta a que va a adueñarse de Chicago. Sin embargo, como se verá, el éxito y el fracaso dependen de la casualidad.
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