Supongo
que la mayoría de autores de novelas de humor han sentido la tentación de
localizar alguna de sus obras en una vieja mansión en la campiña inglesa
propiedad de un lord excéntrico y cascarrabias, heredero de un apellido de
alcurnia, con un mayordomo hierático y flemático y una moralidad matrimonial más
relajada de lo oficialmente admitido; una mansión con aristocrático vecindario en la
finca colindante; una mansión que alberga al resto de la tropa familiar, del
servicio doméstico y a cierto número de invitados sin otra tarea que disfrutar del paso del tiempo. La tentación de escribir sobre un entorno así es
fuerte no solo porque dos gigantes del humorismo, como Wodehouse y Tom Sharpe,
siempre inspiradores, utilizaron con frecuencia estos escenarios, sino porque los
ambientes cerrados y repletos de chiflados en los que conviven intrigas
familiares, sexuales y crematísticas con claras jerarquías sociales y
económicas se prestan a todo tipo de equívocos, contrastes y ataques a la
solemnidad.
Pero
claro, con precedentes como los citados, para escribir algo así en estos
tiempos hace falta una osadía considerable.
Joaquín
Berges la ha tenido y el resultado ha sido bueno. Sintió la tentación de
trasladar su imaginación a una mansión inglesa y decidió dejarse caer de brazos
abiertos en ella (en la tentación, no en la mansión, como aclararía su
personaje). A juzgar por el resultado, la caída en la tentación debió de
resultarle de lo más placentera. Ha mezclado mucho de esos escenarios típicos con
algo de los hermanos Marx y con un punto inequívocamente personal amparado en
el mundo moderno. El lector lo nota y lo agradece, porque es complicado que el
autor se divierta sin que también lo haga el lector.
Nadie es perfecto -el título es
un evidente guiño al final de Con faldas y a lo loco, una de las mejores
comedias del Hollywood clásico- entronca con esas novelas de Sharpe y
Wodehouse, con la significativa diferencia de que como la acción se sitúa en el
tiempo actual el paso de las décadas ha propiciado el desarrollo de ciertas
actividades mucho menos avanzadas en la época en la que escribieron estos autores.
Por ejemplo, ejem, se han desarrollado mucho la industria del porno y ciertas
actividades de laboratorio («Y hasta aquí puedo leer»), aunque la mayoría de lo
que encontramos en Nadie es perfecto tiene, sin embargo, cierto aire intemporal
que tan pronto nos hace sentir en el presente como en el castillo de Blandings
que imaginara Wodehouse.
La narración, en primera persona,
la realiza un detective privado llamado Rhett Bull. Un tipo duro y flemático,
aunque en el fondo tan simple que se pasa la novela aclarando al lector toda
suerte de malos entendidos gramaticales que solo están en su cabeza, lo cual al
principio me sorprendió negativamente -me pareció un recurso un poco pobre y
tonto-… para acabar reconociendo mi error y aplaudiendo el modo natural en que
Joaquín Berges ha introducido cientos de supuestos equívocos que terminan por
dibujar al personaje y dar tono de humor absurdo a la novela formando, todos juntos, una muestra
de ingenio y constancia notable.
Ingeniosa es también la
caprichosa decisión (así lo dijo autor en la presentación a la que asistí hace
unos años) de que todos los personajes lleven por nombre una marca comercial,
principalmente de electrodomésticos. Digo ingeniosa no por solo por la
originalidad del recurso, sino, sobre todo, por la adjudicación de los
nombres en función de cómo su sonoridad encajaba en el perfil de cada
personaje. Los nombres más pomposos corresponden a los personajes en teoría más
solemnes y los más festivos, si puede decirse así, a sus opuestos.
¿Y de qué trata Nadie es
perfecto? De cómo el eficaz Rhett Bull aparece en Kenwood Manor como invitado
de la dueña, Lady Whirlpool, quien lo ha contratado para realizar una
investigación peculiar que afecta al futuro y estabilidad de la familia:
obtener ciertas «pruebas» de las que solo diré, para no chafar a nadie la
sorpresa, que son comprometidísimas. En el ir y venir preciso para llevar a
cabo su escabrosa misión, Rhett se cruza constantemente con el mayordomo -capaz
de suministrar cualquier cosa, probablemente por eso se llama Harrods- y con un
elenco de personajes donde cada uno tiene su propia manía, creando entre todos
una suerte de camarote de los Hermanos Marx donde cada uno va a su aire aunque
todos estén revueltos. Y también dos huevos duros.
La complicada tarea de Rhett se ve favorecida, inesperadamente, por ciertas actividades «lúdico mercantiles» llevadas a cabo por un señor al que solo un sucinto atavío de superhéroe separa de ir completamente en cueros. Aunque, también, se ve dificultada por ciertos problemas alimenticios y por la abundancia de beldades que interfieren en el hacer de Rhett, en su discernimiento, en su tiempo y en su dormitorio.
La complicada tarea de Rhett se ve favorecida, inesperadamente, por ciertas actividades «lúdico mercantiles» llevadas a cabo por un señor al que solo un sucinto atavío de superhéroe separa de ir completamente en cueros. Aunque, también, se ve dificultada por ciertos problemas alimenticios y por la abundancia de beldades que interfieren en el hacer de Rhett, en su discernimiento, en su tiempo y en su dormitorio.
La intriga tiene un elevado
componente sexual enfocado desde una perspectiva humorística. Es lo que más
aleja la novela de las referencias que al principio he citado (y eso que nadie
podrá decir de Sharpe que no utiliza el sexo en su obra), aunque en realidad más que aludir al sexo lo hace a la pornografía y, como a menudo el porno
tiene un alto contenido degradante, las alusiones desenfadadas producen una
ligera sensación de desconcierto (más por lo atípico que por razones de fondo,
porque anda que en la literatura de humor no hay alusiones festivas a
asesinatitos y a otras cosillas igualmente edificantes).
Una novela divertida, distinta,
que hace falta atreverse a escribirla y por la que también hay que felicitar al
editor por atreverse a publicarla. El riesgo ha merecido la pena.
Leedla. Si os gusta como a mí,
estupendo. Y si no, pensad que nadie es perfecto.
Hola. Por lo que cuentas me dan ganas de leerlo. Ahora estoy leyendo con el club de lectura Vive como puedas, también de Joaquín Berges y el mes que viene vendrá a a la biblioteca a presentar sus libros. Un abrazo.
ResponderEliminarNo he leído Vive como puedas, pero no por falta de ganas. A ver cuándo tengo ocasión. ;-)
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