Escribir con más o menos alegría de
sexo en 1965, aunque fuera en plan inocentón como es el caso, no era demasiado
sencillo ni frecuente, razón más que suficiente para que las novelas de Mapi, la prostituta que protagoniza
estas novelas de Álvaro de Laiglesia,
tuvieran un éxito notable. Para apreciar hoy ese “atrevimiento inocentón” es
preciso ser consciente de cuándo y dónde se publicó. Pero lo que entonces
seguramente llamó la atención no es lo que justifica que esta novela pueda
leerse hoy; lo que ha pervivido en ella es el humor, humor ingenioso, que juega constantemente con el doble
sentido de las palabras entrando y saliendo a la vez del absurdo, que juega
incluso con la fonética, un humor también deudor de su tiempo en lo que a las
relaciones hombre-mujer se refiere (en ese sentido, es hoy cuando resulta
atrevido).
La historia en sí no tiene
complicación: Mapi, devenida prostituta contra su voluntad en Yo soy Fulana de Tal, se está iniciando
en esas lides, y aunque comienza con lo que se pone a tiro, enseguida la
ambición le hace desear pescar un buen cliente. Tan bueno, al final, como para
que la pueda retirar. Así que en esa
sociedad y en ese entorno machista Mapi es utilizada por los hombres, pero
también está dispuesta a utilizarlos. Y a ello de dedica. En el fondo nada
nuevo, pues son infinitas las novelas que se limitan a narrar una sucesión de
amoríos en pos de un ideal (en este caso, “la retirada”); todos acaban como es
de suponer, y van en un crescendo de esperanzas y fracasos que culminan con una situación
fuerte para la época –por el tratamiento dado a la homosexualidad- pero que hoy
difícilmente impacta. Es decir, la novela es más una exposición de situaciones para hacer
pasar el rato que una historia con sentido, objetivo o mensaje de algún tipo
más allá de las puyas que salpican el texto.
Lo más llamativo, como he dicho
ya, es el humor y que, a diferencia
de lo que ocurre en la primera novela de la serie la amargura no llega a abrirse paso, como
si el autor hubiera optado por una línea más inofensiva, basada en los juegos
de palabras, apoyados en la ignorancia de
la protagonista, y en su pragmatismo. Lo
que sí llama la atención es lo bruta que es Mapi (más, creo yo, que en la
primera novela). Tanto que cuesta adaptarse, y al principio a veces llega a ir
en perjuicio del humor. Además es una
brutalidad de corte masculino, si es que puede decirse así, lo cual perjudica
al personaje y lo aleja del lector. Otra cosa hay también negativa para el
lector actual: escrita en un momento donde el contraste entre lo rural y lo
urbano era muy notable, en un momento donde el entorno rural carecía de casi
cualquier acceso a la cultura (incluida la televisión), al lector de hoy puede
costarle bastante reírse de la ignorancia de Mapi, porque posiblemente está más
acostumbrado a reírse de las cosas que de las personas; por eso es necesario
recordar que en esa época, mediados de los sesenta, cuando tanta gente salía
del pueblo, el contraste con lo urbano ponía de manifiesto el desconocimiento
de ese “nuevo mundo”, el deslumbramiento de la modernidad, hasta el punto de
que este fenómeno originó toda una generación de humoristas, de libros, de
películas a costa del pueblerino. ¿A quién no le viene a la cabeza Paco Martínez Soria?
En resumen, Fulanita y sus Menganos es un producto comercial fruto de una época
muy concreta, en el que todavía hoy pueden apreciarse grandes momentos de humor
por la forma en que se juega con el lenguaje. Pero a la vez, y por su falta de
pretensiones, es un subproducto de la gran novela de humor española del siglo
XX, muy por debajo de otras obras de Laiglesia.
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