Si hay una cosa que me gusta de Torrente Ballester es que escribió lo que le dio la gana cuando le dio la gana. Ya lo dije, creo recordar, al comentar otro libro suyo: si fuera un autor novel, hoy en día se las vería y desearía para publicar en una editorial grande, porque nada más alejado de las fórmulas industrializadas del éxito comercial que los textos de Torrente Ballester.
Jugando en tono paródico con la guerra fría y las películas de espías, el protagonista (no conocido por otro nombre que “el Maestro cuyos pasos se pierden en la niebla”) es un tipo sin origen conocido, y con una rara habilidad: es capaz de adoptar el cuerpo de cualquier otro ser vivo, usurpando su personalidad y hasta sus recuerdos. Más que para espiar no se sabe a quién porque juega a todas las bandas, parece utilizar esa facultad para infiltrarse en todas partes hasta la cocina, al fin de divertirse promoviendo su propia persecución. El perseguido adoptando el papel de perseguidor de sí mismo.
En esas, se enamora de una espía soviética, Irina Tchernova, a quien confiesa su secreto, aunque a ella le cueste asimilar que un día su enamorado tiene la apariencia de Fulano y al siguiente la de Mengano.
Irina, más pronto que tarde, desaparece, y el protagonista se dedica a buscarla en torno al lío espía montado acerca de si pasa a Berlín Este o no la esposa de un científico dado a la fuga, sobre la que se sospecha que lleva todos los secretos de su marido en la memoria.
No es tan sencillo, sin embargo, localizar a Irina, pues interfiere Eva Gradner (o como ustedes la quieran llamar, pues se le cambia el nombre con mucha frecuencia), una “enviada plenipotenciaria” de los Estados Unidos que, en realidad, no es más que un robot mucho más perfeccionado que aquel otro llamado James Bond que en algún rincón está oxidándose. Eva no solo es guapa y no hace ascos al sexo, sino que carece de sentimientos y tiene una inteligencia que de vez en cuanto se aturulla con lo ilógico. Sin embargo, ha sido capaz de encontrar el rastro del protagonista no por medio de prodigios tecnológicos, sino a través de algo tan perruno como el olor.
En definitiva, el Maestro cuyas huellas se pierden en la niebla debe localizar a Irina y sortear a la vez a Eva, siempre a punto de localizarlo. Lo curioso es, además, que cuando encuentra a Irina el protagonista tiene que seguir buscándola, porque tampoco ella es lo que parece.
El principio de la novela es un tanto confuso: no se sabe si el protagonista va o viene, ni quedan explicados con claridad sus procesos de “metamorfosis” ni a qué juega, pero poco a poco la lectura va cogiendo ritmo y así sigue conforme se acerca el final.
El humor está presente desde la primera a la última página no solo por lo disparatado de las capacidades del protagonista, o por el comportamiento del resto (en especial, de Eva), sino por la constante parodia de las novelas y películas de espionaje, y por la forma de expresarse, a veces algo pedante, del narrador-protagonista. Torrente Ballester a menudo se recrea haciendo juegos de ideas expresadas de forma un tanto ampulosa, lo que contribuye a hacer del protagonista un tipo verdaderamente paródico. Quizá porque, en realidad, el verdadero Maestro no es aquel cuyas huellas se pierden en la niebla, sino el autor.
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