Quizá por temor a repetirse, el autor, en esta cuarta entrega, ha introducido cambios que hacen más amena la lectura para aquellos que han leído las tres novelas anteriores. Por ejemplo, la acción deja Hamburgo y, de esta forma, evita la reiteración de descripciones. Se sitúa en Colonia dando ocasión, de paso, para recrearse no poco en la diversidad de caracteres y culturas en Alemania.
Otro cambio no menor es que Fabel cede gran parte del protagonismo a otros personajes. Incluso durante una parte de la novela llega a ser completamente innecesario. No me ha gustado mucho el “gancho” del “héroe en retirada” que se ve en la tesitura de hacer una última proeza: no es creíble y está muy visto; hasta el gato sabe que si el héroe se retira de verdad, no hay novela; así que todas sus dudas, miedos y reflexiones sobran desde la primera línea.
Y, el último cambio pero no menos importante, no hay una historia principal y varias accesorias para despistar, sino dos similar enjundia que discurren en paralelo con un único punto en común: Colonia.
La primera historia, que da título a la novela, parte del apoyo que Jan Fabel da a un colega de Colonia en relación a la especialidad de la casa: asesinatos en serie. Crímenes que, en este caso, se producen con ocasión del carnaval. El anzuelo que el autor tiende en este caso no es la tensión del próximo e inminente crimen en una larga secuencia de ellos, sino una tensión mucho menor, dado que se trata de evitar un crimen en fecha fija, por lo que los días previos resultan mucho más relajados.
La segunda historia es un anzuelo tendido a los lectores de las novelas anteriores. María Klee, traumatizada con “el malo” de la primera novela, Vasily Vitrenko, decide ajustar las cuentas con él. Usa medios precarios, y carece de otro apoyo legal que el de la Ley de la Selva. ¿Pero quién va a dejar de leer cuando el autor ha dedicado las tres novelas previas a hacer pasear sin descanso la amenazadora sombra de Vitrenko? ¿Cómo será el inevitable encuentro? El morbo del odio añejo, de la venganza, del ajuste de cuentas, sirve para sazonar la cosa. Es también un viejo truquillo de otras series de novelas, no desconocido tampoco en las series de televisión o las películas “en sagas”: provocar un momento culminante común a varios episodios.
Las historias, paralelas, no llegan a converger, y el salto constante de una a otra dota a la lectura de bastante agilidad, dejando preguntas sin responder a cada salto, lo que induce el deseo de seguir leyendo.
Como siempre, hay una amplia ración de crímenes truculentos y descripciones desagradables, en las que el autor se recrea probablemente para impactar al lector. Pero como ya estaba bien de destripar pobrecillos, ahora la cosa es comérselos: y el canibalismo se abre paso.
Por lo demás, aunque el conjunto es menos descaradamente comercial que, por ejemplo, Resurrección, sigue teniendo muchos ganchos demasiado visibles como para pensar que el autor es sutil al escribir. Además el resultado de las dos historias es muy desigual: la del carnaval está bien construida (aunque algunas cosas se ven venir, pues el autor no llega a despistar completamente al lector para sorprenderle al final), pero la de Vitrenko, con todo lo que le ha dedicado antes a lo largo de tres libros, resulta sorprendentemente pobre tanto en su planteamiento como en su resolución. El resultado deja una sensación contradictoria. Aunque no por ello El señor del Carnaval deja de ser una lectura entretenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario