En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 27 de febrero de 2012

El rey pálido – David Foster Wallace




     El rey pálido es un gran libro... a medio hacer. Más que una obra póstuma, es una obra inacabada; ni siquiera, según admite el editor, es posible saber en qué orden hubiera dispuesto los capítulos el autor. Sin embargo, es una obra que se puede leer perfectamente, porque no narra una acción con principio y fin, sino una secuencia de escenas en la vida de unas personas que no tiene por qué conducir a ningún sitio, y que de hecho a ningún sitio conduce. Se trata, en definitiva, de ir conociendo a cierto número de seres humanos con solo dos elementos en común: el tedio (cómo lo afrontan o cómo el tedio se ha adueñado de sus vidas), y su trabajo en la Agencia Tributaria de Estados Unidos.

     La acción transcurre en 1985. La fecha es importante. Para que el lector se sitúe, es conveniente aclarar algunos términos: la mayoría de los personajes son “examinadores”, es decir, personas dedicadas a verificar manualmente las incongruencias de los millones de declaraciones presentadas (trabajadores que en ese momento, 1985, estaban llamados a ser sustituidos en breve plazo por ordenadores, lo que permite imaginar lo repetitivo y tedioso de su trabajo); en el caso particular, los personajes, como trabajadores primerizos, se ocupan de las declaraciones más sencillas; las incongruencias detectadas pasaban a “auditoría”, el equivalente a un proceso de control del que puede resultar una cantidad a pagar. El trabajo de examinador no es solo monótono, sino que además, por repetitivo, es fácilmente controlable: cuántas declaraciones ha examinado cada uno, cuántas ha seleccionado para auditoría, cuál ha sido el resultado de esas auditorías... Todo en la vida laboral de los trabajadores se sabe, es controlado, y se repite hasta la saciedad. ¿Y dónde tiene lugar ese proceso de examen? En unos pocos centros diseminados por el territorio norteamericano que funcionan como grandes factorías con millares de empleados, a los que incluso se suministra alojamiento y transporte, con lo cual quedan de facto aislados del mundo o, mejor dicho, sumergidos en el mundo de la organización para la que trabajan. En el caso concreto de este libro, el Centro Regional de Examen en Peoria, en el estado de Illinois.

     Este marco sirve al autor para explicar qué personajes y por qué están allí, incluyendo al mismo David Wallace, que tiene un papel relevante explicando su breve experiencia en la Agencia, hasta que, de pronto, desaparece.

     La vida de cada personaje ha discurrido por cauces diferentes, por lo que diferentes son los motivos que los conducen a las puertas de la Agencia, aunque todos tienen uno en común: la necesidad de ganarse la vida. Una vez en la Agencia, sus vidas parecen reducirse a la nada: el trabajo alienante, insoportablemente tedioso, que obliga a desarrollar mecanismos de defensa que a veces desembocan en la paranoia; la burocracia gigantesca y ciega, reflejada en la forma en que cada cosa, sea lo que sea, debe ser encauzada a través del formulario correcto; la importancia del “régimen de castas” derivado de la jerarquía y la subsiguiente conciencia que cada cual tiene de su posición en la maquinaria, hasta provocar que un empleado de nivel GS-13 sea poco menos que un marciano si aparece junto a los GS-9 (el nivel de la mayoría de los examinadores); el “mundo aparte” que poco a poco se va aislando incluso mediante la creación de una jerga propia; la escasa independencia personal debida en muchos casos al alojamiento y transporte realizado por la Agencia; todo ello, digo, da lugar a unas vidas grises, sin ilusiones, con pocas ambiciones, donde lo único a lo que se aspira es a superar la hora siguiente sin volverse rematadamente loco. Claro que hay algunos que precisamente en esa forma de vida encuentran fácil acomodo a sus limitaciones para relacionarse normalmente, y consiguen así pasar inadvertidos. En definitiva, un centro donde los insociables encuentran refugio y donde los sociables terminan abrumados por el tedio, convergiendo el comportamiento de todos ellos. Al hilo de todo esto el autor desarrolla multitud de brillantes reflexiones, originadas unas en los procesos de introspectivos en voz alta de los personajes, y otras en las conversaciones entre ellos.

     No hacen falta muchas páginas para darse cuenta de que David Wallace fue un magnífico escritor. Lo malo, en El rey pálido, es que Wallace no terminó ni dio esta obra a la imprenta: no hay manera de saber si lo que el lector tiene entre manos es más o menos de lo que hubiera querido el autor, ni si lo hubiera querido así o de forma completamente diferente; de hecho, en las notas finales se aventuran hipótesis que podían haber cambiado completamente el devenir de algunos personajes. Esa sensación de que quedaba mucho por hacer, unida al indudable talento de Wallace, produce la impresión de estar ante una obra grandiosa pero inacabada.

     Pero bueno, si durante décadas nadie ha dejado de ir a ver la inacabada Sagrada Familia, con este libro puede suceder algo similar: aun inacabado, aun recompuesto o descompuesto con más o menos fortuna por el editor, es un texto magnífico donde aprender sobre la naturaleza humana y, sobre todo, sobre sus reacciones ante la inseguridad y el aburrimiento.

     Y para terminar vuelvo al principio: quizá lo peor del aburrimiento es que, cuando se produce, parece no tener fin. Un segundo de tedio se hace eterno. Quizá por esto la historia termina en ninguna parte; porque la vida se repite sin que haya manera de escapar de ella, como tampoco la hay de escapar a la sensación que el aburrimiento produce.

     Una nota curiosa en lo personal: este libro lo terminé de leer el día en que el autor hubiera cumplido 50 años, si no se hubiera suicidado el 12 de septiembre de 2008, víctima de una depresión.



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