No es lo mismo leer teatro que verlo, pero Ninette y un señor de Murcia es una obra que no tiene por qué perder mucho en el paso de las tablas al papel. De hecho, si Mihura hubiera querido hacer de ella una breve novela, las adaptaciones hubieran sido mínimas.
La obra se estrenó en 1964, y ya en 1965 pasó al cine de la mano nada menos que de Fernando Fernán Gómez. Señalo las fechas por lo significativas. Los años sesenta tuvieron muchas peculiaridades. Una de ellas, que en occidente el comercio internacional estaba creciendo a tasas vertiginosas, el consumo se recuperaba, se alcanzaban cotas de bienestar nunca conocidas con avances tecnológicos al alcance de todos que poco antes parecían cosa de magia (coches, televisión...), era el momento en que los europeos comenzaban a viajar, a conocer mundo, el momento en que las empresas nacionales de occidente se transformaron en las multinacionales que hoy dominan gran parte de la economía mundial, etc, etc, etc. En España todo esto producía una mezcla de pasmo, estupor y admiración: tras dos décadas de "autarquía" nos habíamos perdido la fiesta, habíamos sido completamente ajenos a este vertiginoso cambio, y la apertura que comenzó en los 60 propició la sensación de, al asomarse a la ventana que daba al extranjero, ver un mundo alegre y en color cuando la última vez que habíamos podido mirar todo era triste y en blanco y negro. Además España vivió desde los años 20 una transición de lo rural a lo urbano mucho más rápida que el resto de Europa: lo que a ellos les costó hacer más de un siglo, aquí empezamos más tarde pero lo hicimos en poco más de 50 años, de forma que la mayoría de los urbanitas españoles de la segunda mitad del siglo XX tenían un origen rural. Al mismo tiempo, y para colmo de contrastes, España vivía en una sociedad sometida a censura y donde imperaban valores tradicionales, lo que hacía mitificar la libertad del extranjero y, sobre todo, la libertad relativa a la conducta sexual (creo que fue Eduardo Mendoza -aunque no lo recuerdo bien- quien dijo en una entrevista que, para pasmo de mucha gente, cuando la dictadura terminó y llegó la libertad, muchas personas solo la querían "para ver tetas", en alusión al conocido "destape", lo que mostraba, a su juicio, que las preocupaciones del ser humano son mucho más mundanas de lo que sugieren los grandes ideales que pueblan los libros de historia).
El descubrimiento de sopetón de la ciudad y del "mundo" creó la figura del español "provinciano", algo paleto, deslumbrado por lo desconocido, que, no obstante, se aferraba a sus orígenes con un orgullo que tenía mucho de defensa ante lo desconocido (resumido en el "soy de Villabotijos, y a mucha honra"). De este estereotipo obligatoriamente llamado a desaparecer pero que ilustra una época, han salido infinidad de películas (en las que Paco Martínez Soria se lleva la palma), y un buen puñado de novelas y obras de teatro. Ninette y un señor de Murcia es una de ellas. Probablemente una de las mejores, porque todo lo que acabo de contar se condensa en su breve texto a través de unos personajes tan humorísticamente ingenuos que ahora, visto en la distancia, parecen una cariñosa palmadita en la cocorota de una España que se comportaba como un adolescente timorato con ganas de desmelenarse.
Lo anterior es lo principal. El argumento es tan conocido que no merece la pena que me detenga mucho en él: Andrés llega a París procedente de Murcia, donde trabaja "vendiendo catecismos" según llega a decir. Su pretensión es conocer la ciudad y, de paso, darse algún que otro revolcón confiando en la mitificada libertad sexual de más allá del Pirineo. Su amigo Armando vive en París, y le encuentra acomodo en la casa de un matrimonio español, donde Andrés va a quedarse encerrado durante más de un mes, sin poner los pies en la calle, a causa de Ninette, la hija. Ninette abusa de un Andrés que es un pasmarote impresionado por una mujer, impresionado por una mujer bella, impresionado porque es una mujer francesa, e impresionado porque esa mujer vive nada menos que en una urbe como París. Andrés impresionado por la libertad sexual (Ninette), y la modernidad y el mundo urbano (París). ¿Y todo para qué? Para ver cómo la libertad sexual a menudo es solo un rodeo más o menos agradable -o a veces un involuntario atajo- para acabar llegando, casi siempre, donde uno hubiera llegado de todas formas: al mundo de los intereses y los afectos, viva uno en París, en Murcia, o en Villabotijos.
La pelicula es de puta madre. Me ha hecho reir, sentir ilusiones, y me ha entristecido pues estoy pasado de decadas y no he disfrutado un amor tan lindo como el de Andres, el de la pelicula. Se los recomiendo, el escrito y la pelicula, a todos los hombres que les guste las mujeres como Elsa Pataky.
ResponderEliminarJose Gabriel
Chicago EEUU
No he visto la película de Garci, pero si recuerdo que en aquel momento casi fue más noticia Elsa Pataky que la película propiamente dicha. O al menos así lo percibí. Siempre es arriesgado hacer versiones de cosas muy conocidas.
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