Pese a que esta novela suele estar en los catálogos de “novela negra”, es una novela de humor, porque sin él no se sustenta ni una sola de las páginas y porque la parte “negra” es más propia de “los payasos de la tele” (dicho sea en sentido elogioso) que de una novela negra.
Y es que el protagonista, el asesino a sueldo más hipocondríaco que conocieron los siglos, deja pasar las páginas urdiendo, uno tras otro, los más esperpénticos y estériles intentos de asesinato de su inocuo objetivo. Las más de las veces su "astucia profesional" no es otra que locas suposiciones acerca de la eximente que le será aplicada gracias a los múltiples e imaginarios males de los que se siente víctima. Aunque siempre se olvida del que realmente padece: la paranoia, más que la hipocondría.
El protagonista, M.Y., es un calamitoso asesino que se siente al borde de la muerte todos los días y en cada minuto, pese a lo cual se empeña en liquidar a su objetivo porque ha cobrado por anticipado, y su “moral kantiana” le exige cumplir. Esto y una víctima que no ha hecho nada para merecer serlo, es todo lo necesita el autor para sacar adelante la novela.
Tres son los aspectos cómicos más relevantes:
El primero, la insólita enumeración de enfermedades que M.Y. cree padecer. Donde no hay síntomas, aparecen; y todos ellos, reales o imaginarios, son atribuidos de inmediato a la enfermedad más atípica y espeluznante posible. Cualquier patología concebible por su cerebro la siente y la ve tomando inmediata forma en su cuerpo, por disparatada que sea, por ínfima que sea su incidencia en la población, y lo mismo acaba teniendo un hermano gemelo en el pescuezo que un pie aquejado por gigantismo, e incluso llega a sentirse embarazado. Ni que decir tiene que las medidas de prevención que adopta son proporcionadas a la magnitud de su locura, haciendo de su pintoresca profilaxis algo casi tan divertido como su hipocondría.
La segunda, lo patoso de su actuar, lo infantil del planteamiento de los intentos asesinatos y de su resolución, pese a que en todo momento se presenta a sí mismo como el más acabado y concienzudo profesional del gremio. Parodia pura. Un inciso, volviendo al principio: visto este planteamiento, quien califique esta obra de “novela negra” le estará haciendo un flaco favor al autor; por más que al final haya cierta intriga por ver en qué termina la cosa, quien busque una novela negra acabará decepcionado. Es una novela de humor. Una muy digna y buena novela de humor, pero no una novela negra.
Y, por último, en consonancia con la elevada opinión intelectual que el protagonista tiene de sí mismo, el efecto cómico se refuerza con la alternancia, entre capítulo y capítulo de la historia central, de enloquecidas consideraciones acerca de muchos de los “grandes hombres” de nuestra cultura. Kant, Descartes, Poe, Tólstoi, Proust, Voltaire y otros están emparentados con M.Y. por la vía de sus grandísimos sufrimientos, tan imaginarios y disparatados casi siempre como los del protagonista, para quien la muerte de todos ellos no es más que la evidencia de que estaban tan gravísimamente enfermos como él.
Una novela divertida, inteligente, con la que pasar un rato agradable, con algunos golpes verdaderamente buenos, cuyo mayor mérito es la originalidad de llevar la hipocondría hasta lo grotesco y obtener de ese experimento una muy buena parodia de la novela negra.
Por último, no quiero dejar de citar el lenguaje con el que se expresa el protagonista narrador: es el lenguaje pedante de un tipo con ínfulas de selecto, lo cual, dedicándose a lo que se dedica y sufriendo los muchos males que no sufre, completa el tono paródico. Todas las situaciones de esta muy buena y entretenida novela, no serían lo mismo expresadas en otro tono.
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