Mi señor don Quijote, flor, nata y espejo de la caballería andante:
En estas
fechas en que hemos conmemorado el cuarto centenario del triste fallecimiento
del traductor de vuestras nunca vistas y ejemplares fazañas (a quien, para mis
adentros, tengo tan cercano a Cide Hamete Benengeli como una castaña a sí misma)
he tornado a seguir la estela de vuesa merced, la del birrio... brioso
Rocinante, la de vuestro escudero Sancho y la de su jumento, contándome de
nuevo en el infinito de vuestros admiradores, alegre caterva cuyo buen sentido
tanto cabe ensalzar cuando con admirada devoción sigue punto por punto vuestros
insignes pasos como cuestionar cuando se la ve celebrando los de vuestro simple
y parlanchín escudero.
Pero
aunque esto es así, quisiera comenzar esta misiva humillándome a
vuestros pies -que aunque no muy limpios, pues las aventuras andantescas no permiten
diarias abluciones, son cimiento del valor y la honestidad que en vuestro pecho
anidan- para pediros perdón por haber faltado a mi cita con vuesa merced
en 2015 para festejar el cuarto centenario de vuestra tercera
salida; celebración que hubiera sido, como quien dice, entre amigos, que tengo el honor de sentirme tal de vuesa merced, ya que prebostes y capitostes se reservaban para la conmemoración, el presente y ya desfallecido año, de la muerte del traductor de las vuestras esforzadas y nunca bien ponderadas aventuras. Acháquese mi falta no al desdén ni a las cotidianas ocupaciones que
egoístamente muchos califican de inexcusables, ni tampoco a despiste
inadmisible, sino a las muchas y diversas cuitas, desgracias y trabajos que me han impedido acompañaros antes, pues, como sabéis, el mundo rebosa desvaríos y malandrines. Y aunque sé de
tan buena tinta como es aquella en la que están impresas vuestras aventuras
que es vuestra natural condición la de amparar
doncellas, socorrer viudas y auxiliar a los menesterosos y que sin vacilar un instante hubierais acudido en
mi socorro siquiera fuera para regalarme el consuelo de vuestra compañía y vuestras justas razones -ya
que la fuerza de vuestro valeroso brazo tenía poco que hacer con mis desdichas-, no
recurrí a ellas por entender que en el ancho mundo hay miserias y dolores bastantes
como para que, conmigo o sin mí, no os faltasen ciento que remediar.
Os he seguido de nuevo, os decía,
pero no por el camino de las anteriores ocasiones, marcado por el eminente y ya
finado admirador vuestro Martín de Riquer, a quien recuerdo con gran contento
por el sumo placer de tantas veces haberos seguido por él guiado, sino por el novísimo
trazado por Andrés Trapiello, que ha tenido a bien narrar vuestras aventuras
adaptando el lenguaje de vuestro sin par y dorado siglo al de estos
asendereados tiempos.
No osaré
reseñar aquí, mi señor don Quijote, ni una sola de vuestras aventuras, ni me
atreveré a ponderar lo que ya antes tantos cantaron con mejor plectro. Sí
diré, en cambio, que el trabajo del señor Trapiello es de notable mérito y digno
de atención, y más en este mundo donde tanto literatillo y academiquillo de medio
pelo se arrima al calor de vuestra fama y de cualquier otra aprovechándose de
que la estupidez hace creer al vulgo que el expuesto a la luz refulge como si fuera
él quien ilumina.
El
trabajo del señor Trapiello, trocando adargas por escudos y haciendo cuero del
cordobán, permite leer vuestras aventuras sin precisar una sola nota a pie de
página para aclarar vocablos, aunque los lectores menos avezados hubieran agradecido
el espolvoreo de alguna para contextualizar costumbres y detectar ironías sobre
cómo la intencionada grandiloncuencia de Cide Hamene Benengeli y de su traductor ponen en su justo
término los libros de caballerías; advertencias, todas ellas, que ayudarían no
poco a quienes para acercarse por primera vez a vuesa merced elijan el trapiellense
camino.
De mí
sé decir que he leído con deleite, que aunque al principio percibía los cambios pronto me olvidé de ellos, y que quizá el flamante atavío léxico permite al
lector actual percibir mejor las diferencias de estilo entre la primera y la
segunda parte o, lo que es lo mismo, entre vuestras dos primeras y vuestra
tercera salida. El camino del señor Trapiello es bueno, a mi humilde juicio, para que
quien todavía no ha tenido la satisfacción de seguir los pasos de vuesa
merced pueda hacerlo sin resquemores sobre su propia capacidad, lo cual no es
contradictorio con lo expresado en el anterior punto.
El señor
Trapiello os ha traído a nuestra época sin sacaros de vuestro áureo siglo, pero
estando yo acostumbrado a viajar hasta la vuestra con todo el equipaje cada vez
que os he seguido, lo que más extraño se me ha hecho ha sido veros aquí sin que
hayáis dejado de estar allí. Mérito de Trapiello o cosa de esos encantadores a quien vuesa
merced tan bien conoce.
Mi
señor don Quijote, Caballero de la Triste Figura por otro nombre conocido como
el de Los Leones, grandeza y guía de caballeros andantes, espero que tenga a
bien concertar con este vuestro rendido admirador una nueva cita en un no muy
lejano futuro, si es que los cielos me dan fuerza para alcanzarlo, que de
cierto sé que vuesa merced las tiene de sobra para acudir a citas dentro de
un milenio, pues vuestra fama es inmortal.
Con extremado
agradecimiento por la merced de haberme permitido compartir de nuevo tantas
horas con el más gallardo y valeroso caballero andante que vieron los siglos, me
despido de vuesa merced con cuantas muestras de deferencia y afecto sea
menester y aun con tres o cuatro más, pues comparto vuestra opinión de que en
esos asuntos más vale carta de más que de menos, poniéndome de nuevo a vuestros
polvorientos pies con la súplica de que, dejándome partir en buena hora, me
ponga vuesa merced a los pies de su señora, la sin par y fermosa entre las fermosas doña Dulcinea del Toboso, a quien
así podrá adorar a mi través sin temor de que intente yo facerle desaguisado
alguno.
Vale.
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