Carlos
Pérez Merinero (1950-2012) es un ilustre desconocido pese a su intensa labor
como escritor y guionista en películas como Amantes, de Vicente Aranda. Quien
lo vea en alguna de las fotografías que es posible localizar en Internet no
podrá encontrar una imagen más opuesta a la de Antonio Domínguez, el
protagonista de Días de guardar, una novela negra narrada en primera persona sin
otro protagonismo que el del delincuente y sus delitos, si bien lo que llama la
atención es la desalmada crudeza con que los comete y la forma chulesca,
socarrona e idiotizada que tiene de contarlo. El atractivo del mal.
Madrid.
1981. Antonio Domínguez tiene dos obsesiones: hacerse rápidamente rico para
vivir sin pegar golpe y lograrlo del modo menos estresante posible: esto es, en
una semana, para no perder tiempo dándole vueltas a la cabeza y
agobiándose. Un tipo tan duro como práctico. ¿Cómo pretende conseguirlo? Atracando bancos, práctica muy en boga
en la época. Pero tiene cuatro añadidos: la debilidad de su carne –cercana a la
del pollino en celo-, su impaciencia, la ignorancia de los conceptos del bien y
el mal y, también, un gatillo fácil. Unamos que no es capaz de decir menos de
dos tacos por frase, ni de ciscarse en cuanto le molesta, ni de presentarse –mediante
fórmulas recurrentes- como el hombre sensato y consecuente opuesto al
troglodita que en realidad es, y tenemos una novela interesante, sumamente
provocadora y que, pese a los pocos escrúpulos del protagonista, tiene un elevado punto de humor gracias a la forma que tiene de expresarse, de definirse y de exculparse.
Una
magnífica novela publicada inicialmente en la extinta Bruguera y que ahora
puede leerse publicada por Reino de Cordelia.
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