Qué bien
escribe Antonio Muñoz Molina, y qué complicado es narrar en primera persona
desde un cerebro que, espero, guarda poca relación con el del autor, a pesar de los
evidentes paralelismos biográficos entre autor y personaje.
Y es que
Tus pasos en la escalera transcurre en dos ciudades donde Muñoz Molina ha
vivido: Nueva York y Lisboa.
El
protagonista se ha mudado de la primera a la segunda tras perder su trabajo, y
allí espera, montando el nuevo piso, la llegada de su pareja, Cecilia, una
investigadora que cuando no está trepanando cerebros de ratones en el
laboratorio está por esos mundos de congreso en congreso.
Hay quien
ha dicho que es un libro sobre la espera, y lo es en varios sentidos (primero,
sobre la espera de lo que ha de llegar y, segundo, sobre la espera de lo
deseado aunque improbable), aunque la evolución de los hechos permite ir más
allá y hablar incluso de la espera del imposible, lo cual enlaza con la
obsesión.
¿Y qué
hace quien espera? Piensa. Piensa mucho. No deja de pensar. Es lo que hace el
protagonista: reflexiona en voz alta, lo cual da a la obra un tono introvertido y hasta claustrofóbico, porque no hay nada al margen de la cabeza del personaje: todo pasa por
el tamiz de su cerebro, de sus recuerdos, del modo en que interpreta las cosas,
y son estas interpretaciones las que llegan al lector haciéndole creer lo que
el personaje desea creer hasta que, poco a poco, el lector se va forjando su propio
criterio a partir de las incoherencias y las sutiles diferencias entre los hechos objetivos y los previsibles según la razón.
El inicio
es apacible. Conocemos a un tipo que, con todo el cariño, pero también con
todas las limitaciones de un hombre torpe en un país extraño, intenta adecentar
una vivienda para que su pareja, que aún no ha podido venir, se sienta en su
hogar tan pronto como traspase la puerta. El protagonista, al principio casi como una
anécdota, intenta reproducir en la vivienda de Lisboa algunas de las cosas del apartamento de Nueva York recién abandonado. Pero pronto vemos que, más que un detalle afectuoso,
la cosa amenaza con convertirse en manía. En la mente del protagonista el
paralelismo entre ambos lugares debe agradar a Cecilia. En la mente del lector,
no está tan claro por la perogrullada de que cuando alguien cambia
voluntariamente de sitio, lo hace para cambiar. Así aparece la primera duda sobre
la verdad de fondo, porque todo deseo de reproducir el pasado tiene algo de
búsqueda del paraíso perdido.
La
evolución de la manía hace pensar al lector que el protagonista es, cuando
menos, un tipo algo rarico, lo cual produce una inquietud creciente que
justifica la referencia de la contraportada al suspense psicológico, suspense
reforzado por la tardanza de Cecilia, retraso que
abre las puertas a todo tipo de especulaciones. No descubro nada, porque buena
parte del interés de la novela consiste precisamente en que el lector elucubre
si sí o si no para que, una vez lo haya decidido, siga elucubrando acerca de
las razones.
Así seguirá hasta el final
porque, como buena novela de suspense, la intriga se mantiene hasta entonces.
Un libro muy
bien escrito, de desarrollo lento y repetitivo, de lectura tranquila, con poca o nula acción,
mucha reflexión, con el retrato de dos ciudades y de los perfiles de la gente
que atrae cada una de ellas, y con cierta excursión a un extraño palacio que no se entiende si no es
para acabar de decantar la opinión del lector acerca del protagonista. Un buen libro comparado con casi todos, pero que merece una valoración más moderada si lo comparamos con el propio Antonio Muñoz Molina.
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