Tercera novela de Lascano, alias el Perro, algo más breve que la anterior, pero también más directa. Como en las dos primeras, en cada página se nota el buen saber hacer de Ernesto Mallo.
El tiempo ha pasado sin que Lascano se dé cuenta, hasta el punto de que un buen día se encuentra jubilado. Pero antes de poder poner orden en su nueva vida –o de aburrirse con ella, pues no parece qué saber hacer con sus días- recibe una petición que se transforma en un trabajo: encontrar a una niña desaparecida años atrás. La madre murió no se sabe a manos de quién (aunque puede intuirse), y es la millonaria abuela quien está detrás de la encomienda a Lascano, a quien conoce... por lo que verá quien lea la novela.
Como en sus predecesoras, la historia se teje entrecruzando historias. La de Lascano por un lado, la de la abuela, la hija y la nieta por otro, y la de los delincuentes que directa o indirectamente intervienen; unos, por lo que hicieron y siguen haciendo; otros, porque interfieren; y luego, los de siempre, porque delinquen desde la impunidad que da el poder. El turbio ambiente que mezcla la delincuencia organizada y más o menos organizada, las tramas y los grupúsculos, la droga y el trágico mundo de la prostitución (más bien habría que hablar de esclavitud) son el marco donde todo se desenvuelve.
La novela se lee con rapidez porque es corta, aunque haya que leer despacio porque todo es significativo (lo que hace que se disfrute más), y donde el componente de género no impide apreciar una vez más la denuncia de la corrupción. El misterio en torno a cómo se desenredará lo que parece un complejo ovillo sirve de guía al lector en un paisaje donde la vileza siempre la soporta el más débil, que suele ser también el más pobre, y donde la violencia –mucha- acaba alcanzando a todos.
Quizá como consecuencia de esa ligera mayor brevedad combinada con el elevado número de personajes, los diálogos no son tan potentes como en El policía descalzo de la Plaza San Martín, pero lo siguen siendo bastante y merece la pena detenerse en ellos.
Solo hay un aspecto ajeno a la historia en sí, que viene de las novelas anteriores y que si hay otras nuevas seguramente se prolongue en ellas: la relación de Eva con Lascano, que en El policía descalzo de la Plaza San Martín parecía haber quedado reducida al recuerdo, todavía da juego; lo cual, unido al ambiente marginal en lo profesional de Lascano y a la atmósfera corrupta en que se desenvuelven los personajes, da soporte a la continuidad de las novelas. No obstante, dado el sorprendente final en lo que a la situación de Lascano respecta (no digo más para no estropear nada a nadie) habrá que ver, si hay una cuarta novela, por dónde irán los tiros (y no es un juego de palabras).
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