En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 27 de enero de 2014

El hombre del revés – Fred Vargas




                A quien, como yo, no ande muy ducho en materia de licantropía, le cuenta Fred Vargas que en las montañas alpinas donde se desarrolla casi toda la novela se dice que los hombres lobos son lampiños, que no tienen otro pelo en el cuerpo que el de la cabeza, porque el resto lo llevan hacia dentro, y que para transformarse en lobos se vuelven del revés.

                El comisario Adamsberg está en París, dedicado a lo de siempre (ver pasar la vida ante sus narices) y a algo más: evitar que una zumbada se lo lleve por delante en venganza por haber matado a no sé quién en una operación policial. Estando de lleno metido en la primera actividad, ante sus narices pasa una noticia pintoresca: un lobo, al parecer de tamaño descomunal, anda asolando el ganado en los alrededores del parque alpino del Mercantour. Al ver la noticia en televisión divisa en la plaza del pueblo la silueta de una mujer que le recuerda a Camille, su fugaz y complicado amor.

                Y se la recuerda con motivo, porque es Camille la mujer que Adamsber ha visto. Camille anda por esos andurriales -dedicando su tiempo a componer la banda sonora de una serie horrorosa- porque se ha liado con un canadiense especialista en osos (hay gente para todo) que ahora está estudiando los lobos de la zona, a los que conoce hasta por el nombre. El canadiense, Lawrence, sospecha que el “lobo asesino” es uno del que perdió la pista hace tiempo.

                La cosa se complica cuando el lobo se carga a una ganadera de la zona, una mujer fea, maleducada y expeditiva, pero de buen corazón, que en su día adoptó de forma sui géneris a Soliman, un bebé africano abandonado al que crió en el estudio de África. Para la ganadera también trabaja un pastor: un hombre duro, noble y de pocas palabras apodado el Veloso.

                En medio de la conmoción, alguien tiene la idea de que las fechorías las ha hecho un hombre lobo, y eligen el sospechoso de serlo. Ni Camille ni Lawrence dan crédito al asunto, pero sí a un hecho: hay indicios suficientes para creer que el sospechoso, más como hombre que como lobo, puede estar detrás de algunas cosas. A partir de aquí Soliman y el Veloso emprenden la búsqueda del caballero para vengar la muerte de la mujer, pero como lo hacen en un camión de ganado transformado en vivienda sobre la marcha y ninguno conduce, necesitan conductor. ¿Quién? Camille.

                Con este planteamiento se desarrolla la segunda novela de la “serie Adamsberg”, mucho mejor que la primera, El hombre de los círculos azules. El hombre del revés es una “roudmuvi” (como dice el Veloso) a la altura del vehículo. Pero es precisamente esa investigación tan ingenua y salchichera lo que da encanto a una historia que, pese a estar muy bien trazada, pese a interesar en todo momento y a tener un final muy bueno, no es del todo original, ni por la forma en la que se resuelve ni por ciertos recursos evocadores, como el de la licantropía o el de los animales descomunales, que enlazan con la mejor tradición del misterio comenzando por El sabueso de los Baskerville. Claro que la originalidad no es un valor per sé. El verdadero valor es hacer bien las cosas, y en esta ocasión Fred Vargas juega tan bien sus cartas que la falta de originalidad se vive como originalidad, ya que consigue dar la sorpresas que se propone y el lector solo aprecia el “truco” al final de la novela, aunque poco le importa porque para entonces ya ha disfrutado.

                Ni que decir tiene que la recua del camión es, durante buena parte de la obra, mucho más protagonista que Adamsberg, quien sin embargo tiene un papel decisivo. Cuando Adambserg aparece la intriga queda inevitablemente mezclada con la historia sentimental del policía, y nos topamos con algunas escenas de corte cinematográfico, como la de la orilla del río (que conocerá quien lea el libro), pero que no interfieren en la dinámica de la novela, sino al revés: suponen un soplo de aire fresco en una trama que de otra manera se volvería repetitiva.

Si al leer El hombre de los círculos azules pensé que Fred Vargas estaba sobrevalorada, al leer El hombre del revés he de rectificar: como ya he dicho, esta la segunda novela es mucho más interesante que la primera, y no es de extrañar que muchos lectores la hayan devorado como lobos. 


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