Tercera
novela de la Trilogía de la Metamorfosis, tras El beso de la sirena y el guardaberrera
(ambas en el blog).
En una
época indeterminada de la primera mitad del siglo XX (o incluso finales del
XIX), el protagonista, Giurlà, es un muchacho, apenas un adolescente, que nada
mejor que un pez y que vive junto al mar. Su padre es pescador, la vida
familiar es de una pobreza inmensa, y eso hace que Giurlà acepte un trabajo
como cabrero, en la montaña, en el interior, lejos de su lugar natural y en un
entorno completamente diferente que, con los precedentes de la trilogía, hace
temer al lector que el pobre Giurlà vaya a sentirse como un pez fuera del agua.
Pero si
para trabajar de pastor es preciso no tener miedo a la soledad, Giurlà no lo tiene. En la montaña, entre las
cabras, se encuentra a sí mismo al darse cuenta de que puede valerse por sí
solo, y de que es capaz de responder a la confianza que cada día se va
depositando en él. Para su suerte, trabaja a las órdenes de personas prácticas,
duras y expeditivas (hasta límites que sorprenden y atemorizan), pero capaces
de reconocer el buen trabajo. Pero Giurlà encuentra algo más: conoce el amor.
O, mejor dicho, el sexo. Y el sexo y la
necesidad de afecto le conducen, en la soledad, a tener una relación
ciertamente estrecha con una cabra, hasta el punto de que llega un momento de
la novela (“el momento” que tan bien se le da a Camilleri) en la que el lector se da cuenta de que para los
personajes, como para las personas, lo importante es sentir, sentirse vivo, más
allá de cómo se proyectan los sentimientos, y por eso cada uno se adapta a lo
que tiene; como Camilleri trabaja
con personajes humildes, pobres como ratones, buenos, honrados y a menudo algo
ingenuos por ignorantes, resulta imposible no sentir hacia ellos, cuando enfrentan
sus necesidades vitales a su carencia de medios, un intenso afecto.
Claro
que La joven del cascabel narra algo
más, porque los desvelos de Giurlà tienen recompensa, va ascendiendo dentro de
ese mundillo que en todo caso es pobre. Pero es que su heroicidad no deriva de
enfrentarse a una sucesión de contratiempos, sino de cómo su propia honradez y
laboriosidad le puede hacer perder lo único que en realidad tiene. Es en este
prosperar cuando se ve en la tesitura de tener que atender, desde la distancia,
las necesidades de la hija del noble propietario de pastos y ganado. Será
entonces cuando todo se complique en demasía. Pero será también el momento de
la metamorfosis.
Porque
la metamorfosis llega. En dos momentos. Uno, a lo largo de la historia, a
través de Beba, que es mucho más que una cabra. Y otro, al final del final, en
el último momento de la última página, de forma a la vez inesperada y
divertida. No lo cuento para no quitarle a nadie el gusto de sorprenderse, pero sí digo que es una originalísima y desenfadada forma de cerrar la
trilogía, además de todo un símbolo de la actitud ante la vida de las novelas
de Camilleri.
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