En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 6 de junio de 2013

Escatología y humor



En la anterior “reflexión” hablaba de la relación entre humor y solemnidad. Seguramente esa relación es la que justifica el papel que la escatología ha jugado tradicionalmente en el humor. Ya don Quijote avisaba a Sancho Panza de lo poco adecuado que resulta a los mandamases y gobernadores de todo tipo apestar a ajo y cebolla, amén de lo indecoroso de erutar, por no hablar de lo que le ocurrió al pobre escudero en la aventura de los batanes. Pero los ejemplos son infinitos; casi todos los lectores recordarán al más pringoso que loco detective de Eduardo Mendoza, al comisario Jaritos, de Petros Márkaris, recorriendo Atenas en el siglo XXI sudando como un pollo a bordo de su destartalado Supermirafiori, al desastrado inspector Méndez, de Francisco González Ledesma, a Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios, o las abundantes veces que Sharpe deja hechos una lástima a alguno de sus personajes, hasta el punto, en no recuerdo qué novela, de que uno de los momentos culminantes es la explosión, por fermentación, de un depósito clandestino de residuos.

Si lo solemne es la apariencia que usamos para darnos mayor importancia de la que tenemos, nada hay más real, nada es menos apariencia, que la suciedad y el desaseo. Por eso da tanto juego la mezcla.

De hecho, la primera expresión del humor, cuando todavía somos renacuajos, siempre oscila entre lo escatológico y el humor negro. Un niño de tres o cuatro años que quiera hacer reír a alguien no recurre a la ironía porque no la comprende, ni a los juegos de palabras ni a los dobles sentidos, por idéntico motivo. Un niño de esa edad solo se ríe de aquello que atenta contra el orden de las cosas que sus padres le inculcan. Es decir, se ríe del porrazo ajeno (lo cual tiene algo de humor negro), de la intención de hacer algo manifiestamente imposible (humor del absurdo) o de cualquier alusión escatológica (por transgredir el “orden establecido”).

Por eso este tipo de humor, nacido del “atentado a la solemnidad”, es seguramente el más primario, el más elemental, el más infantil, el más rudimentario. Pero también el primero. Todas las demás formas de humor son una evolución, porque todas giran en torno a lo mismo: a encontrar una cosa donde se espera otra. La ironía nos dice algo afirmando lo contrario, el juego de palabras hace aparecer una cosa cuando se ha dicho otra, el humor del absurdo es una construcción que prescinde de algún componente de la realidad, y así sucesivamente.



La escatología hace lo mismo: fuerza la presencia de aquello que “la gente de orden” obvia como si no existiera. No hay acto, ceremonia, celebración o pompa, por solemne y cuidada que sea, que no pueda ser arruinada por una buena mancha a modo de condecoración. Y tanto más horroroso es el lamparón cuanto más importancia se da a las circunstancias en las que aparece. Cosas simples, pero tanto más capaces de adueñarse del protagonismo cuanto menos se las espera. Me vienen a la cabeza dos imágenes. Cuando hace unas semanas medio mundo estaba esperando la fumata en el Vaticano, una gaviota tuvo a bien detenerse en la chimenea de la Capilla Sixtina; la imagen salió al instante en las “noticias cortas” que sobre la marcha iban poniendo los periódicos en Internet. Es decir:


El mundo entero fue informado de que una gaviota se había posado sobre una chimenea.

¿Por qué? Porque en una de las ceremonias más solemnes que se conocen un avechucho se había colado y se limpiaba tranquilamente los parásitos. Por eso el público de la plaza se rió al verla. No se rió del resto de gaviotas que había por la allí, sino de esa. Solo de esa. La que rompía la solemnidad.

La otra imagen que viene a mi mente es la de Paul Wolfowitz, Presidente del Banco Mundial, cuando al descalzarse para entrar a una mezquita en Turquía mostró sus dos agujereados calcetines. La imagen también dio la vuelta al mundo, y provocó risas y críticas porque ambas comparten fundamento: el desajuste entre la realidad y lo esperado. ¿Quién iba a imaginar que alguien con su sueldo ahorrara tanto en calcetines?


Y con esta idea termino: crítica y humor comparten los hechos en los que se fundan. De ahí que el humor sea una disciplina complicada, porque se mueve en un terreno resbaladizo. Pero desarrollando esta idea me excedería del tema, así que lo dejo para mejor ocasión.



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