La danza de la muerte, de origen medieval, representa a los poderosos de la tierra bailando con la muerte, para recordar que todo poder es efímero. Una representación de esa danza ve Proteo Laurenti en compañía de su amante el día en que esta lo planta. Pero como se verá, hay otros motivos para que esta novela tenga este título.
Antes, me permito recordar que uno de los recursos más utilizados en las sagas de novela negra es la figura del “archienemigo”, del malo malísimo que escapa una y otra vez al bueno. Se trata de personajes de una maldad casi perfecta que les permite amargar la vida constantemente al héroe de turno. Todo Sherlock Holmes tiene su Moriarty o, más recientemente aunque con mucha menos fama, detectives como Jan Fabel, creado por Craig Russell, tienen su Vitrenko. Bueno, pues quien haya leído las otras novelas de Veit Heinichen con Proteo Laurenti de protagonista sabrá que Viktor Drakic es el Moriarty del vicequestore de Trieste.
Este tipo de criminales cumplen su función literariomercantil: dejar abierta la historia para suscitar interés por los siguientes libros, pero solo hasta un punto marcado por la paciencia del lector, que no puede estar esperando eternamente un desenlace. Y así ocurre que pasadas cuatro o cinco novelas ese desenlace suele llegar. Ocurrió con Jan Fabel y Vitrenko, y ocurre ahora con Laurenti y Drakic (aunque aquí queda algún fleco suelto, a través de la figura de la hermana, que puede alargar la cosa). Dicho en otros términos, la danza de la muerte tiene aquí varios significados: respecto de Laurenti, porque le toca jugarse el pescuezo; y, respecto a su mayor enemigo, porque su poder no lo hace inmune.
Puestas así las cosas, la trama discurre alrededor de una serie de crímenes que vienen a ser un “daño colateral” de las actividades de Drakic; actividades que, dada la situación del caballero, entran de lleno en el mundo de la corrupción. Ni que decir tiene que ese mundo es especialmente boyante en el entorno de una ciudad como Trieste, lugar fronterizo rodeado de países de reciente aparición dotados de un sistema político y una administración muy débiles, países con gobiernos poco experimentados y fácilmente manipulables, que además acaban de pasar por la experiencia de una guerra.
Supongo que también para no cansar al lector, nuevos personajes aparecen en escena. Pina, la inspectora que llegó en el momento más interesante de la novela anterior, adquiere un papel relevante. Responde a un tipo algo estereotipado de heroína: de apariencia frágil, puede con todo, además de tener una osadía más que notable. Con esta idea enlazo otra: La danza de la muerte es, seguramente, la novela más peliculera de la serie, tanto por el personaje de Pina como por el de Galbano, como por Drakic y su entorno y, sobre todo, porque el tercio final de la novela tiene mucha acción de inspiración cinematográfica.
Y así como ese último tercio se lee rápido por resultar muy entretenido y avanzar velozmente hacia el desenlace, la primera mitad de la novela es mucho más lenta y atrapa menos que en otras ocasiones. A ello contribuye cierta desorientación, debido a algunos leves cambios en algunos personajes: Marietta ha pasado a odiar, sin motivo aparente, a Pina, convirtiéndose en una individua maleducada a la que además el comisario Laurenti ya no prodiga (¿por qué?) las burradas de otras novelas; el hijo del comisario, protagonista habitual de subtramas que amenazaban con dar dolores de cabeza a su padre, abandona ese papel, y la subtrama pasa a corresponder a la inspectora Pina; por su parte, Galvano gana protagonismo, mucho, confirmando la progresión iniciada en las novelas anteriores, aunque es un personaje demasiado histriónico, y ha dejado de ser un cascarrabias para ser, en muchos momentos, desagradable.
Por lo demás, como siempre Trieste y su entorno siguen siendo tan protagonistas de la novela como los propios personajes.
En resumen, una novela más de Proteo Laurenti. Una novela que siendo entretenida y leyéndose bien, tiene algo de leve ruptura con las anteriores, posiblemente como una estrategia para no terminar aburriendo.
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